Para los tiempos que corren, Atom Egoyan es un tipo extraño, rara avis que cautiva con lo desconocido, con lo desviado de la norma. Apoyándose siempre en unas películas construidas sobre la base de las emociones, su obra penetra sistemáticamente en el dolor de unos personajes desgarrados por las ausencias. Ausencias que subrayan en parte su condición como inadaptado: una condición que no viene dada sólo por una filmografía ejemplar, única, sino que su peculiaridad crece desde sí mismo: pese a haber nacido en El Cairo y tener origen armenio, Egoyan es canadiense, y esa diversidad cultural hace que sus trabajos gocen de un cautivador componente étnico que confiere a las imágenes un indescifrable vigor.
A sus 42 años, este creador de confusos universos ya ha moldeado una obra con un estilo propio que surge de su privativo mundo interior, con una apabullante densidad temática y con una estructura formal que sigue la senda descrita por unas espirales que revelan claves a modo de respuestas, y que al mismo tiempo esparcen nuevos y abiertos interrogantes.
Egoyan inició su carrera con Next of kin (1984), película que plantea la suplantación de una personalidad a través del universal mecanismo que es la mentira. Un joven, completamente infeliz en su hogar, decide presentarse ante una familia armenia como el hijo que años atrás dieron en adopción (y por lo que ahora se sienten culpables), iniciando así un siniestro juego de falsas identidades y representaciones. Family viewing (1987), su segundo largometraje (en el que incide en la triple tarea de escribir, montar y dirigir), sigue el camino ya trazado en su ópera prima: un estudio de la familia como núcleo reductor y representativo de la sociedad; colisión paterno-filial por la actitud del progenitor, quien sustituirá por imágenes pornográficas caseras los vídeos familiares en los que aparecía la madre de su hijo. Speaking parts (1989) se revela, desde la visión de una mujer y guionista, como la búsqueda en un hotel de ese actor que interprete el papel de su difunto hermano. Así, y siguiendo las palabras del propio Egoyan, el filme remueve «el terreno de la memoria y el deseo»; pantallas y habitaciones como componentes generadores de ilusiones.
El liquidador (1991) supone una ruptura respecto a la vídeo-imagen dentro del celuloide como elemento de integración dentro de sus tres primeros largometrajes. Abandona, pues, dicho recurso para elaborar su película más compleja. Mediante una intencionada y abstracta desnudez nos remite directamente a la esencia emocional de unos personajes que hacen de sus trabajos una desasosegante catarsis vital de inútiles consecuencias. El liquidador muestra, por otra parte, el carácter cíclico, casi involutivo, de su cine. Un cine sumido en viciadas atmósferas que, a su vez, inserta dentro de un esqueleto formal concebido como un nuevo rompecabezas que alcanza su auténtico significado con el turbador plano final.
Tras rodar Gross misconduct (1992) para la televisión (historia que reflejaba la vida de "Spinner", jugador de hockey que arrastraba tras de sí una tormentosa vida personal marcada por un despótico padre que le fijaba las pautas para controlar, primero, y usar, después, su miedo) vuelve al cine con Calendar (1993), travesía al interior de las relaciones entre un fotógrafo canadiense-armenio (encargado de confeccionar un calendario con las fotografías de doce históricas iglesias de Armenia), su mujer y el guía que les acompaña.
Pero será con su siguiente película, Exótica (1994), cuando llegue su consagración definitiva como indudable autor de extraordinario estilo. Exótica es una película cargada de ausencias y velados sentimientos de protección, que se sirve de un local de striptease y una tienda de animales como particulares vehículos hacia una redención que se observa desde la distancia. Exótica es, en definitiva, experimentación; Egoyan eleva su propuesta, su juego con los diferentes tiempos narrativos que enlaza a perpetuidad, subrayando así la rutina existencial de unos personajes abocados al recuerdo, al deseo, o al deseo de recordar lo deseado.
Y si por aquel entonces quedaba aún alguna duda sobre su desmedido talento, llegó entonces el estreno de El dulce porvenir (1997) en el Festival de Cannes. Ese hecho sirvió para proyectar internacionalmente su figura y su obra con esta fábula insertada en otra fábula, El flautista de Hamelin, que, a modo de guía, investiga en el sentimiento de culpa de los miembros de una comunidad (Sam Dent) que han perdido a sus hijos tras el hundimiento del autobús escolar en un lago. El dulce porvenir es, asimismo, un filme clave dentro de su carrera por surgir de texto ajeno, concretamente de la novela Como en otro mundo, de Russell Banks, quien se inspiró en un hecho real que en territorio-Egoyan trasciende hasta examinarse el poder de la mentira como mecanismo de defensa y construcción.
Fue tras su consagración cuando llegaría El viaje de Felicia (1999), película exhibida en numerosos festivales dejando a su paso un nuevo reguero de sacudidas. El viaje de Felicia es, con diferencia, su película más accesible, menos hermética. Se aproxima, por tanto, a lo que las retinas de Occidente reconocen como "normal", pero no por ello deja de ser un nuevo tratado de considerable riesgo, sin alejarse nunca de su proceder narrativo pero quizá sí en parte, sólo en parte, se distancie aquí de su compromiso para con su espectador, precisamente ahora, cuando regresa de algún modo a sus raíces formales, usando el formato vídeo para explorar la identidad de las imágenes, y aferrado a la idea de que la virtualidad de éstas es un mal endémico inseparable del hombre: «La imagen, ya sea fotográfica o cinematográfica, siempre refleja un cierto sentido de la pérdida, una cierta lucha contra la desaparición de las apariencias».
Con Ararat (2002), su última película, Atom Egoyan ha recibido las peores críticas de su idilio con Cannes, el festival, junto a nuestra Seminci, que le dio a conocer. Se le acusa de un forzado hermetismo y de un agotamiento en su mirada, en su propuesta. Algunos ya lo tachan de cineasta en decadencia, perdido en sí mismo. Algunos nos negamos a creer tales cosas. Mientras, en el horizonte asoma una tercera adaptación literaria ( El asesino ciego, de Margaret Atwood); echando un vistazo a la novela, comprendemos el porqué.
Y terminaré con una última afirmación: el cine de Atom Egoyan ha mantenido invariablemente su turbieza. Exige esfuerzo al espectador, necesita de su entrega, de su participación. Pero si uno logra sumergirse entre sus múltiples lados y aristas, estará ante una de las mayores experiencias que el cine contemporáneo pueda ofrecer. Se encontrará frente a enigmáticos trabajos de un superdotado creador, laberintos formales sin aparente o fácil salida por su multiplicidad de interpretaciones y su ausencia de luces. Laberintos que encierran una revelación, y que confirman la tesis de aquel (Antonio Weinrichter) que dijo que Atom Egoyan, más que contar historias, explora ideas a través de sus emociones formales.
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19 JULIO 1960 | 19 JULIO 2002
Atom Egoyan cumple hoy 42 años.</center>
</p>Editado por: <A HREF=http://pub32.ezboard.com/bmundodvd43132.showLocalUserPublicProfile?login=mr tibbs>Mr Tibbs</A> fecha: 7/21/02 3:05:52 pm