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Resultados 1 al 9 de 9

Tema: Día del libro 2008 recomendaciones

  1. #1
    Beti zurekin Avatar de Self
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    Predeterminado Día del libro 2008 recomendaciones

    Pues eso, mañana día del libro, ¿que teneis pensado o quereis comprar?

    Mi idea es comprar Watchmen así como el cuarto tomo de Canción de Hielo y Fuego: Festín de Cuervos en tapa dura, si lo encuentro; aunque creo que va a estar dificil. Luego como siempre mirando siempre caerá algo más.

    ¿Podeis hacerme alguna recomendación en materia de CiFi? ¿hay algún libro editado en España que hable de Buffy?

    Un saludo.
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  2. #2
    gurú Avatar de wakamole
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    Predeterminado Re: Día del libro 2008 recomendaciones

    A mi lo que me fastidia del día del libro es que sólo se permita un raquítico 10% de descuento. Realmente no merece tanto la pena esperar a esa fecha para comprar libros.

  3. #3
    Beti zurekin Avatar de Self
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    Predeterminado Re: Día del libro 2008 recomendaciones

    No, no merece la pena y más cuando centros como Fnac hacen siempre el 5%, pero es bonito darse una vuelta por las librerias, ver que tienen expuesto y curiosear.
    NAVIDADES 2015: VENDO UN MONTÓN DE BDS Y DVDS A PRECIO DE BLACK FRIDAY!

  4. #4
    gurú Avatar de wakamole
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    Predeterminado Re: Día del libro 2008 recomendaciones

    Yo igual mañana aprovecho para comprar algo. El comic de 300? Persépolis? es posible que alguno caiga. Pero vamos, aunque no me parece ningún chollo el famoso día del libro, mejor comprar mañana que hacerlo hoy o al día siguiente, eso está claro.

  5. #5
    Hot Fuzz Avatar de Severus Snape
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    Predeterminado Re: Día del libro 2008 recomendaciones

    Yo me voy a pillar Watchmen y quizas el Laberinto de la Rosa.

  6. #6
    Save Us????? Avatar de chinocudeiro
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    Predeterminado Re: Día del libro 2008 recomendaciones

    Tras mucho tiempo han reeditado "Fiebre en las gradas". Regalo perfecto para los lectores futboleros.

    Yo mañana me iré a la Fnac a comprar algo

  7. #7
    experto Avatar de sleeper2002
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    Predeterminado Re: Día del libro 2008 recomendaciones

    Cita Iniciado por chinocudeiro Ver mensaje
    Tras mucho tiempo han reeditado "Fiebre en las gradas". Regalo perfecto para los lectores futboleros.

    Yo mañana me iré a la Fnac a comprar algo

    Gracias Chino!! llevo mas de un año buscándolo y no había manera!!.....

    A ver si lo encuentro hoy....

  8. #8
    Q tienes en la cabeza? Avatar de jdeacon
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    Predeterminado Re: Día del libro 2008 recomendaciones

    Yo acabo de comprarlo esta mañana despues de estar mucho tiempo detras de él.

    A devorarlo

  9. #9
    Atrapado en el tiempo Avatar de Phil Connors
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    Predeterminado Re: Día del libro 2008 recomendaciones

    Os pongo un interesante artículo de Santiago Alba Rico sobre la lectura:

    Leer, ¿para qué?:
    Santiago Alba Rico en la II Jornada de reflexión sobre la lectura de Cuenca
    22 abril 2008

    La necesidad de renovar una y otra vez los llamados a la lectura -de promover, estimular y colorear las letras- revela una doble angustia. Los lectores -primera- sentimos los libros amenazados. Los lectores -segunda- nunca encontramos argumentos convincentes a favor de nuestro vicio. Es verdad que los hombres se han quejado siempre de las inclemencias del tiempo, pero sólo hoy podemos hablar de cambio climático. Es verdad que ya Cicerón se lamentaba de la escasa pasión por la lectura de los jóvenes romanos, pero sólo hoy podemos hablar de un cambio de paradigma. Instrumento de dominio y de liberación, la escritura está en peligro como lugar de construcción y decisión de los destinos humanos. Algunos datos sumarios así lo expresan. Mientras aumenta el número de títulos y las cifras de ventas, disminuye el de lectores efectivos. Mientras se mantiene el analfabetismo real en los países pobres, aumenta el analfabetismo funcional en los países ricos.


    Manifiesto por la lectura (II Jornada de reflexión sobre la lectura. Cuenca, 22 abril 2008)

    Por Santiago Alba Rico

    Mientras se multiplican los medios tecnológicos de registro y archivo de la humanidad, flaquea y agoniza la memoria individual de los humanos. Pocos somos capaces ya de recordar un poema, una canción, una cita de memoria; pocos somos capaces de recordar -como un fuego vivo bajo nuestros pies- los acontecimientos más recientes: la caída del muro de Berlín es para las nuevas generaciones tan antigua, tan inexpresiva, tan irrelevante, como la caída de Roma; incluso la invasión de Iraq es tan remota y está tan desprovista de sentido como la conquista de Granada o las Cruzadas. La Historia ha desaparecido en el instantáneo y sucesivo consumo de imágenes muy intensas, muy solubles, que no dejan más rastro que el apetito de una imagen nueva, de una visualidad ininterrumpida: la mirada se ha convertido en una extensión del sistema digestivo.

    En estas condiciones, los libros no hace falta ni quemarlos: se descatalogan solos a medida que salen de la imprenta. En estas condiciones, los libros -pobrecitos- no pueden denfenderse a sí mismos. En la mitad pobre del mundo son inalcanzables; en la mitad rica se distinguen ya mal de una chocolatina o de un electrodoméstico. Si queremos salvarlos -junto a los elefantes, los glaciares y los niños- habrá, por tanto, que cuestionarse el modelo en su conjunto. Si queremos salvar a Joyce y a García Lorca -aunque sólo queramos salvar a Joyce y a García Lorca- tendremos que salvar los elefantes; si queremos salvar La Iliada y el Quijote -aunque sólo queramos salvar la Iliada y el Quijote- tendremos que salvar también los glaciares y los niños.

    Pero, ¿por qué salvar los libros? ¿Para qué leer? Es verdad que la lectura enseña, pero también enseña cosas erradas o perjudiciales. La lectura libera, pero también ata a prejuicios y sinsentidos. La lectura entretiene, pero es más entretenido el sexo, la montaña rusa o la televisión. La lectura informa, pero también manipula. La lectura hace pensar, pero, ¿quién quiere pensar? La lectura puede cambiar el mundo, pero hoy casi nos conformaríamos con conservarlo. La lectura ayuda a conservar el mundo, pero mucho me temo que no podremos conservarlo sino con las manos y todos juntos. Entonces, ¿para qué leer?

    El crítico y escritor George Steiner sostiene que precisamente en esta indeterminación -anfibia entre el bien y el mal- radica la fuerza de la literatura. Yo diría que radica más bien en el hecho de que esta indeterminación es absolutamente determinada. Es decir, en que esta indeterminación luce una caperuza roja o una barba azul; o se nos presenta “pequeña, peluda, suave, tan blanda por fuera que se diría toda de algodón”; o parece “verde que te quiero verde”; o tiene cincuenta años y es “de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza”; o ha nacido en un lugar concreto llamado Macondo.

    La vida, decía Kafka, es un enigma del que hemos olvidado la clave. Los libros, al contrario, son claves -llaves- cuyo enigma no hemos localizado todavía. Las grandes novelas, los grandes relatos, los buenos poemas, dan respuesta a preguntas que aún no nos hemos hecho, que todavía no hemos encontrado. La vida es un cuaderno de ejercicios; los vamos haciendo sin saber jamás si hemos dado o no con la solución justa. Frente a ella, los buenos libros proporcionan siempre soluciones justas -precisísimas- a problemas que luego hay que reconocer y plantear. Sabemos que está ahí la solución, pero no sabemos cuál es ni a qué dilema responde. Sabemos, en todo caso, que se trata de problemas radicales y generales cuya solución es una flor concreta de retama agarrada a la falda del Etna, una niña concreta que quiere tocar el violín y acaba trabajando de cajera en unos almacenes, un pirata concreto con una pata de palo concreta y un loro concreto posado en el hombro; o una concreta mañana de mayo en que un viejo lama concreto llega a la concreta ciudad de Lahore. Cada vez que leemos a Leopardi o a Carson McCullers o a Stevenson o a Kipling nos embarga la certidumbre maravillosa de haber llegado a alguna parte, aunque no sepamos a dónde, y de haber resuelto alguna adivinanza, aunque no sepamos cuál.

    El enigma de una solución concreta -una flor concreta, una niña concreta, un pirata concreto, un lama concreto- es que no sabemos a qué enigma responde. Por eso, la maravillosa satisfacción, la apaciguadora certidumbre de los buenos libros va acompañada enseguida de una insatisfacción no menos intensa: porque una clave sin enigma es un nuevo enigma cuya solución habrá que buscar en un nuevo libro. De ahí que leer sea tan peligroso; empezar es azaroso, imprevisible, incoercible; terminar es imposible. Hay un cuentecito en el que un sabio oriental trata de concentrar toda la sabiduría humana en una página, luego en una frase, por fin en una palabra; y acaba por sumirse en el silencio e imponer silencio a todo el mundo. Hay escritores que sueñan con escribir el último libro, el libro definitivo, el libro después del cual ya no habrá que leer más libros. Y están las religiones llamadas del Libro, que consideran que la Biblia o el Corán vuelven ociosos o redundantes todos los libros y que, a fuerza de imponer la lectura de un solo libro, acaban por impedir precisamente la lectura. El monoteísmo, el monobiblismo, es el silencio del mundo antes del big-bang de la creación.

    La lectura no tiene fin porque se compone de muchos comienzos y sólo podemos comenzar algunos de ellos antes de que nuestra vida termine. No es un proceso, como la reproducción de la vida o la acumulación de riqueza, sino una sucesión, sí, de paradas y comienzos (como el recorrido de un tren o la línea de un autobús). Sólo los niños muy pequeños, los militares y los capitalistas cuentan los números. Las cosas finitas, los hombres concretos, son incontables. Por eso no los contamos sino que los contamos. No hacemos cuentas con ellos sino cuentos. Por eso, al mismo tiempo, la literatura es lo contrario de la tecnología: podemos decir que el ordenador ha suprimido la máquina de escribir, pero no que Coetzee ha suprimido a Balzac o Roberto Bolaño a Dickens. En todos ellos encontramos por igual la emoción alboral de ese nuevo comienzo contenido en el había una vez de los relatos: el placer cardinal, el suspense local -localizador- de que haya algo en lugar de nada (o de yo mismo); la excitación subracional de que ocurran cosas que no hemos decidido nosotros y que pueden cambiar una vida concreta en un espacio concreto -quizás también nuestra vida y nuestro espacio.

    Pero, ¿quién puede querer dedicar su vida -un solo minuto de su vida- a acumular soluciones para las que hay que buscar luego un enigma? ¿A encadenar respuestas a las que aún les falta la pregunta? Cualquier ser humano que tenga problemas; es decir, cualquier ser humano digno de ese nombre.

    ¿Y quién puede querer concentrar su atención -un solo minuto de atención- en un terreno en el que hay innovaciones y descubrimientos pero no progreso? Cualquier ser humano que tenga antepasados; es decir, cualquier ser humano digno de ese nombre.

    Entonces, ¿para qué leer? Marcel Proust escribía que, de la misma forma que no percibimos la rotación de la tierra, tampoco percibimos el paso del tiempo y que las novelas son por eso -y la suya más que ninguna otra- relojes paradójicos que, al acelerar el tiempo, lo introducen allí donde habitualmente no sentimos su movimiento. Se dirá que no tenemos tiempo para la lectura. Pero esto es como decir que no tenemos tiempo para el tiempo; que no tenemos tiempo para la duración. Tenemos tiempo, en cambio, para ignorarlo durante horas, para abolirlo ilusoriamente durante días; para despreciarlo durante toda una vida. Tenemos tiempo para ir a Australia, pero no para llegar hasta la cocina o hasta la casa de enfrente; tenemos tiempo para fotografiar un millón de veces las Pirámides, pero no para levantar en la playa un castillo de arena; tenemos tiempo para dar la vuelta al mundo en una pantalla, pero no para pelar una patata. Tenemos, claro, ese minuto que basta para la destrucción de un mundo, pero ya no los siete días que hacen falta para crear uno. Tenemos tiempo, en fin, para la digestión y para la televisión, pero no para la duración.

    Los libros no quitan sino que dan tiempo, nos devuelven el tiempo; nos devuelven precisamente el tiempo geológico que necesitan las montañas para formarse, los niños para crecer, la atención para fijar la mirada, las manos para prestar cuidados, la lengua para conservar su riqueza, los cuerpos para conocerse, la inteligencia y la imaginación para interesarse por un objeto o un ser humano concretos. En ese tiempo -que el reloj del relato nos restituye y que es el tiempo propiamente humano- pueden ocurrir cosas terribles. Pero sin ese tiempo, las buenas, las mejores, aquellas de las que dependen la salvación de los elefantes, los niños y los glaciares, son imposibles. El problema hoy no es el desprecio por la realidad sino el desprecio por el relato, la degradación de esa trabajada ficción -aprendizaje del tiempo- desde la que hemos venido juzgando durante los últimos siglos la consistencia real del mundo exterior. Se puede leer y abandonar a los propios hijos; se puede leer y conquistar a sangre y fuego otro país; se puede leer y colaborar en un genocidio. Pero, ¿cómo va a impresionarnos la muerte de Aischa y Omar en Bagdad si no nos impresiona la muerte de Jo en Casa Desolada? ¿Cómo va a afectarnos el dolor de los palestinos si no nos afecta el de los liliputienses? ¿Cómo vamos a interesarnos por el destino de la humanidad si no nos interesamos por el de los unicornios o el de los mulefas?

    De la misma manera que ningún argumento de un ateo sensato podrá jamás persuadir a un fanático religioso para que use la razón, tampoco ningún argumento a favor de la lectura podrá jamás persuadir a un fanático fugitivo del tiempo, disuelto en sus imágenes intensas, para que lea a Stendhal, a Jack London o a Proust. Creo que en un mundo menos injusto habría más gente razonable; y creo que en un mundo más lento la lectura tendría aún una oportunidad. La justicia y la lentitud habrá que defenderlas a la intemperie. Entre tanto, por misteriosas razones que tienen que ver con el fracaso parcial de la lógica en los cuerpos concretos, siguen siendo posibles, como en los cuentos, las conversiones: bajo el contacto de un beso inesperado -un aburrimiento desarmado, un maestro heroico, un revés movilizador- algunas ranas se convierten todavía a la conciencia y a la literatura. Por eso, aunque sea en las catacumbas, tenemos que seguir pronunciando en voz alta el nombre de la justicia y la libertad: por eso, aunque sea en las catacumbas, tenemos que seguir pronunciando en voz alta los títulos de nuestras obras preferidas. Para salvar los elefantes, los glaciares y los niños -si conseguimos salvar los elefantes, los glaciares y los niños- estas palabras y estos libros nos serán indispensables.
    - Phil, if you could be anywhere, where would you like to be?
    - Probably right here.

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