Pasa a veces que uno ve una película en un comercio, piensa que ya la comprará en otra ocasión y… nunca más se supo. O que se entera de repente que tal o cual institución ha sacado unas ediciones muy completitas pero que únicamente tienen distribución en el circuito de las bibliotecas de su ámbito de cobertura. O, incluso, que un periódico edite algunos títulos a precio de saldo que jamás alcanzan una distribución normalizada.
Suele pasar con las películas españolas. Tuve en mis manos Una isla con tomate (Tony Leblanc, 1962), la película que llevó a la ruina a Tony Leblanc como director y productor. Échenle ustedes un galgo.
Ya hemos visto en otras ocasiones que colecciones como aquellas dos de “Un país de cine”, por el diario "El País", no han llegado sino mucho después en ediciones normalizadas a sus compradores potenciales. Y esto, cuando se trataba de películas contemporáneas. Sucede raramente con títulos talluditos que no han alcanzado el estatuto de clásicos.
Les hablaba un día de la edición por parte de la Junta de Andalucía de unas “obras selectas” de Julio Diamante, sin distribución. O de títulos con suficiente tirón como Duende y misterio del flamenco (Edgar Neville, 1952) y Días de viejo color (Pedro Olea, 1968), que formaron parte de una colección titulada “Málaga en el cine” confeccionada por el diario "Sur".
Al menos un título restaurado por la Filmoteca de Catalunya ha aparecido en edición no venal. Se trata de los capítulos conservados del serial La secta de los misteriosos (Alberto Marro, 1916). Sigue la senda marcada por Fantômas y Les Vampires pero la acción trepidante tiene lugar en Barcelona y los encapuchados se persiguen por el mismísimo Parque Güell. ¡No todo van a ser bailes apaches y cadáveres arrojados al Sena, caramba!
También la Filmoteca de Castilla-León ha aportado su granito con la recuperación El camino del amor (José María Castellví, 1943), rodada en tierras salmantinas y distribuido con "El Norte de Castilla". La cosa no tendría su aquél si la película no estuviera protagonizada por el futbolista Jacinto Quincoces, que se defiende más que bien como atribulado padre viudo en un pueblo castellano dado a la maledicencia.
Pero adonde uno quería llegar es a la colección "Clásicos de la comedia española" que hace un par de años sacó el diario deportivo "Marca". Buena parte de la filmografía de José María Elorrieta se editó en esa colección. Los pedigüeños (Tony Leblanc, 1961) tuvo una edición tan menesterosa como su título.
Hubo títulos menores como Pescando millones (Manuel Mur-Oti, 1959), en la que Zori, Santos y Codeso prolongaban su popularidad en los escenarios de revista, o La cesta (Rafael J. Salvia, 1964), una más (y no de las peores) en la larga estela de Míster Marshall. La titularidad de los másteres -por llamarlos de algún modo- era de Marte Films.
Hay dos cintas que están entre mis comedias predilectas de todos los tiempos y que sólo poseerá quien estuviera atento en su día o quien haya podido recuperarlas en algún baratillo. Son El destino se disculpa (José Luis Sáenz de Heredia, 1944) y El hombre que viajaba despacito (Joaquín Luis Romero Marchent, 1956).
El destino se disculpa es una delicia de composición fantástica –urdida mano a mano por Sáenz de Heredia y por el humorista gallego Wenceslao Fernández Flórez- con interpretaciones memorables de Fernando Fernán-Gómez y Rafael Durán –entonces en orden inverso en los créditos, claro- y un extenso reparto de secundarios geniales.
En cuanto a El hombre que viajaba despacito, es seguramente la película en la que más se implicó Miguel Gila, aportando de su cosecha no sólo gags sino situaciones completas, de modo que queda como lo que podía haber hecho Gila en el cine si las salas de fiestas y el exilio (más o menos dorado, más o menos encubierto) no le hubieran llevado por otros derroteros. También El ceniciento (Juan Lladó, 1955) puede resultarles interesante pero en este caso ningún diario deportivo tuvo la cortesía de hacérnosla accesible.
De estas dos últimas les dejo capturas por si son dignas de su interés y algún día se las tropiezan por ahí.
españoleando (como Luis Lucena), don venerando