No me refiero tanto a la valoración estrictamente cinematográfica, de críticos e historiadores, como a la valoración digamos político-social. De todas maneras, aunque es cierto que Eisenstein siempre fue muy respetado por la crítica y la cinefilia (incluso hubo un tiempo no tan lejano en que
El acorazado Potemkin se consideraba la obra cumbre de la historia del cine), no olvidemos que en países como España su obra se mantuvo inédita o casi durante el franquismo. De ahí el auténtico bum eisensteiniano de los años de la llamada Transición, cuando proyectar
La huelga u
Octubre no eran un mero acontecimiento cinematográfico.
También Riefenstahl me parece un buen ejemplo de la politización del arte (o quizá más bien en este caso, de la estetitzación de la política). Muy recomendable el visionado de su
Triumfo de la voluntad, un film extraordinario que tuvo y sigue teniendo una influencia capital en el mundo audiovisual. Esas puestas en escena orquestadas por Riefenstahl y Albert Speer al servicio de la propaganda del régimen son, en buena medida, referentes todavía hoy en día. También su tratamiento del cuerpo en
Olimpia. La diferencia es que inevitablemente se asocian estos films con el nazismo, mientras que películas como
Alexander Nevski se suelen contemplar de manera más neutra, como cine histórico sin más. No hay que olvidar que a pesar de los denuestos recibidos por los films de Riefenstahl,
Triumfo de la voluntad recibió un premio en la Exposición Universal de París de 1937 y
Olimpia gozó del reconocimiento del COI como película sobre la olimpíada de Berlín de 1936.
La relación entre cine e historia daría para un post específico, si no es que ya se ha creado (no me refiero al género llamado “cine histórico”, que es otra cosa). Un ejemplo reciente sería la polémica por la proyección en la 2 hace unos días de
Raza, de Sáenz de Heredia, film basado en un guion de Franco. O la siempre recurrente referencia a
Jud Süss, de Veit Harlan, o a
The Birth of a Nation, de D.W.Griffith.