Vamos a suponer que Franco, al terminar la guerra el 1º de abril del 39, decide limpiar el país en tres años. Vamos a suponer que bajo el lema 'Mantenerte no es ningún beneficio, destruirte no es ninguna pérdida' empieza ejecuciones masivas. Vamos a suponer que comienza con los intelectuales (los que saben leer y/o escribir), las minorías étnicas y las religiosas. Vamos a suponer que, además, decide sacar a todo el mundo de las ciudades y llevarla al campo, para desarraigarla, que esté más localizada y sea más manejable. Vamos a suponer que a estos urbanitas les va cortando las raciones de comida hasta que mueren de hambre. Vamos a suponer que ante el gasto en munición, obliga a los que van a morir a cavar sus propias tumbas para que, a renglón seguido, su ejército los muela a golpes y los entierre en esas fosas, muertos o vivos. Vamos a suponer que prohiba la propiedad, el comercio, los libros, el arte, la familia y, por supuesto, cualquier pensamiento político distinto al suyo.
Vamos a suponer que con este esquema consigue en tres años acabar con entre el 25 y el 30% de su propia población (en la España de 1942, unos 8 millones de habitantes). Vamos a suponer todas esas cosas.
La dictadura de Franco hubiera hecho lo que 35 años después haría Pol-Pot en Camboya.