¿De verdad? Es que no me gustaría hablar de cómo un velocirráptor es incapaz de atrapar a un niño cojo en una cocina, cómo Neill gana la partida a un bicho de esos con el forcejeo de la puerta, cómo esos niños parecen que están en un parque temático en el que nada les hace daño, cómo soporta el chico esa descarga y se utiliza como chiste, ese Neill que en situación acuciante bromea a muerte con ellos de manera absurda, ese tipo chiflado con sus pulgas amestradas en plan filosófico (para dar empaque), los mismos niños en sí que son cargantes... Menos mal que está la secuencia del ataque del Rex. Ya me hubiera gustado a mí menos family-films y película más dura o aventurera, a la manera clásica. En este terreno, me sigo quedando con King Kong (1933) y El mundo perdido (1925). Y aquí, estando Spielberg de por medio, esperaba que fuera más que un filme notable, que es a lo que se me quedó. Es la rabia de la esperanza perdida.