(Con Spoliers para quien no haya visto la peli)
Un pequeño peliculón de los noventa, con Richard Gere y Edward Norton en su primer papel, y también una de esas pelis "con final sorpresa" (aunque en este caso, no me lo esperaba para nada).
El abogado Martin Vail (Gere) es ambicioso y arrogante, y lo que más le gusta es ver su cara en las noticias al final del día. Después de llevar un caso que involucra a la mafia y a varios altos cargos de la ciudad, decide ocuparse del caso del joven Aaron Stamper (Norton) que huyó, cubierto de sangre, del escenario del asesinato brutal de un arzobispo importante, muy admirado en sociedad.
El joven Stamper, tímido y tartamudo, insiste en que es inocente, en que él solo se encontró el cadáver, pero padece amnesias extrañas, por lo que nadie más le cree.
Lo que más me llama de esta película es la trama secundaria: vale, tenemos al protagonista (un abogado sin escrúpulos) pero los personajes secundarios que desfilan, cada uno con su historia, hablan todos de la corrupción del alma humana: el mafioso al que ayuda Vail al principio de la película (Steven Bauer) es un tipo simpático y con conciencia social, casi el secundario más simpático, y por ello es asesinado para quitarle de en medio en una trama inmobiliaria multimillonaria, los políticos y jefes de la oficina del fiscal (Terry O'Quinn) son tan corruptos como el que más. El arzobispo asesinado, un hombre santo y con conciencia social, resulta ser un cabrón vicioso que utilizaba a sus monaguillos sin hogar para grabar cintas porno... en fin, un bonito desfile por "el mundo real".
La historia principal tiene también su fuerza: Stamper tiene un pasado de abusos, es incapaz de expresar ira normalmente, y su novia ha desaparecido misteriosamente. En realidad, tiene una doble personalidad, Roy, un tipo violento y malhablado, que por supuesto, no tartamudea, y que es quien mató al arzobispo.
Al final de la película, Martin ha salvado al chico de la pena de muerte, y recibirá asistencia psiquiátrica, ha dado un repaso a los altos cargos políticos que mataron al mafioso... ha ganado el caso. Cuando va a ver a Aaron, llega el explosivo final sorpresa: este le aplaude y le felicita: Aaron jamás existió, la doble personalidad no existe, y la personalidad (la "cara" real), es la mala. Vail abandona la celda, horrorizado y confuso. Él, la psiquiatra que ha atendido a Aaron, la fiscal... han sido todos marionetas en sus manos.
La película roza la perfección en ese ambiente decadente que tiene la ciudad, casi como si cada ciudadano se ocupase de dar una puñalada en la espalda del que tiene enfrente, traiciones y más traiciones.
Recuerdo que nunca sospeché lo del chico hasta que este empieza a aplaudir en la celda: solo entonces se me pasó por la cabeza: este cabrón es perfectamente consciente de todo lo que ha hecho.
Un peliculón.