Después de la rareza de Jodorowsky, un trío de películas más normalitas:
Mi gran noche, de Álex de la Iglesia. A De la Iglesia lo vengo siguiendo desde su
Acción mutante, en el ya lejano 1992. Desde entonces he visto todos sus largos salvo el último,
El bar, aunque casi siempre con algo de retraso. En
Mi gran noche, De la Iglesia, junto a su colaborador habitual en el guion, Jorge Guerricaechevarría, ofrecen una comedia más mesurada que en otras ocasiones. Para mí, uno de los grades defectos del director bilbaíno es, precisamente, la desmesura, el desarrollar de manera atropellada buenas ideas argumentales, en caer en excesos que lastran el resultado final, en metrajes donde siempre acaba sobrando algo. Aquí por una vez se centra en una situación que responde a la clásica unidad de espacio y tiempo: la grabación de una gala de Nochevieja (la del 2016) en un plató televisivo rodeado de trabajadores en huelga. Seguimos la trama desde el punto de vista de un extra de última hora (Pepón Nieto) que se siente atraído por una gafe (Blanca Suárez); la pareja de presentadores, que son un matrimonio que anda a la greña todo el rato (Hugo Silva y Carolina Bang); la realizadora del programa (Carmen Machi) y sus cuitas con el empresario (Santiago Segura); y las estrellas, el cantante latino Adanne (Mario Casas, ¿qué le ven a este actor? Me parece malísimo) y, por encima de todos, Alphonso (un ajustado Raphael, que se erige también en la estrella de la película), a quien su supuesto hijo adoptivo (Carlos Areces) quiere asesinar. Comedia coral, con varios de los actores habituales de De la Iglesia, que conjuga bastante bien todas las líneas argumentales. Mejor de lo que me esperaba, aunque reconozco que no era mucho. Para mí el film más redondo de De la Iglesia (quizá el único) sigue siendo
El día de la bestia, con diferencia.
¿Qué invadimos ahora?, de Michael Moore. Otra aportación de Moore a su particular retrato crítico de los Estados Unidos, aunque esta vez se desplace a Europa para “conquistar” y “llevarse” aquello que le parece exportable en beneficio de su país. Uno de sus documentales más divertidos, con ese estilo a medias populista y didáctico que suele utilizar y que muchos (no es mi caso) le critican como demagógico. Al contrario, a mí su cine me parece muy oportuno y capaz de sintetizar en pequeños detalles elementos clave para entender cómo funciona la sociedad americana, y de rebote la nuestra. La moraleja del film es impactante: casi todo lo que Moore se llevaría para Estados Unidos tuvo su origen precisamente en el país norteamericano. O sea, la deriva de la democracia americana es preocupante. Quedo a la espera de su nueva propuesta:
Michael Moore en TrumpLand (vale la pena recordar que Moore fue de los pocos que advirtió mucho antes de las elecciones que Trump vencería a Clinton).
Puro vicio, de Paul Thomas Anderson, basada en la novela de 2009 “Inherent Vice” (que es el título original del film) de Thomas Pynchon (autor del que no he leído nada hasta la fecha y que al parecer suena a menudo como posible premio Nobel). Anderson es uno de los directores más brillantes de los últimos veinte años, con títulos magistrales como
There Will Be Blood o
Boogie Nights, por lo que en esta ocasión la decepción ha sido enorme. Su
Puro vicio, dicho sin conocer nada del original literario, me parece un film confuso, mal narrado y carente de todo interés, pero eso sí largo como un día sin pan (algo que es marca de la casa). La historia va de un detective privado fumeta, Doc (Joaquin Phoenix) en Los Angeles de la época hippy, del Summer of Love, el LSD y la marihuana. Como pasaba en los clásicos de la novela negra, una antigua amante le pide que se ocupe de su caso como un favor, lo cual lo lleva a sumergirse en el mundo corrupto de la época, donde un promotor inmobiliario algo excéntrico de origen judío coquetea con los grupos neonazis o se cuela la droga importada de Asia con facilidad, mientras Doc ha de soportar el acoso de un policía desequilibrado y de actitud fascistoide (Josh Brolin). Recorre la pantalla una galería de personajes estrafalarios, desde su amiga fiscal (Reese Whiterspoon) a su abogado (Benicio del Toro), pasando por un agitador político (Owen Wilson), unas prostitutas o un dentista enloquecido. Se supone que el film es una comedia, para mí completamente falta de gracia y de ritmo, que se eterniza y que deja de interesar mucho antes del final. A partir de un determinado momento, la confusa trama me la traía floja y se me iba la vista al reloj constantemente. Lo único salvable, en parte, es la banda sonora, con algunas canciones de la época, en especial dos de Neil Young, en quien Anderson se inspiró para el
look del protagonista.