Estos días me he dedicado a revisar la obra completa de Jacques Tati, aprovechando la magnífica edición integral en BD de A Contracorriente en forma de pack. No voy a comentar las películas extensamente, porque creo que son ya muy conocidas en general. En mi caso, salvo la última, Parade, que solo la había visto una vez en la Filmoteca, el resto, además de verlas en su momento en pantalla de cine (cuando se programaron en salas, a finales de los 70 y principios de los 80, con un éxito extraordinario), ya las tenía en DVD y las suelo revisar a menudo.
El cine de Tati me parece que, aunque bebe directamente del cine cómico silente, del slapstick, de lo que en Francia denominan “burlesque”, de Chaplin, Keaton, Lloyd y compañía, sigue siendo plenamente actual, más allá incluso de su labor como mimo, estilo de actuación que quizá no pase por su mejor momento. Pero es que, al margen de su estilo interpretativo, Tati fue un magnífico director de cine, con una prodigiosa habilidad para crear gags visuales y sonoros, para jugar con la profundidad de campo, con el encuadre, con el aprovechamiento de toda la superficie de la pantalla (en especial en la extraordinaria Playtime). De la misma manera que son evidentes las deudas de Tati con los clásicos, también lo es la deuda que muchísimos directores posteriores tienen con el francés: desde el Blake Edwards de The Party a Jerry Lewis (y me atrevería a decir que también Fellini), llegando incluso a David Lynch (sobre todo en el uso del sonido y su particularísimo sentido del humor) o a Wes Anderson, Jim Jarmusch y muchos más.
Me limitaré a algunas pinceladas sobre la enésima revisión de sus films:
Jour de fête: Aún estaba por llegar su personaje, Mr.Hulot. Aquí Tati encarna a François, el cartero de un pueblecito rural que vive unos días de fiesta (personaje que, en cierto modo, ya había interpretado dos años antes en el cortometraje L’école des facteurs). Sin duda es el film que más debe a los clásicos del slapstick, el que trabaja con gags más en bruto, y que deben mucho a la gestualidad, a la mímica, e incluso a la “palabra”, a menudo incomprensible, de Tati. Esta vez he visto la versión estrenada en su día en blanco y negro. La edición incluye también la versión en color, invisible durante años, y la versión en blanco y negro con algunos fotogramas coloreados (que fue la que vi en su día en el cine).
Les vacances de Mr.Hulot: También en este caso he visto la primera versión en blanco y negro, no la que modificó Tati para su reestreno en los 70 (para la cual Tati eliminó algunas escenas y rodó material nuevo (¡¡), algo realmente poco habitual, de manera que en esa versión se entremezclan imágenes filmadas en los 50 y otras a finales de los 70). Aquí Tati ya nos presenta a su gran creación, a Mr. Hulot, ese silencioso personaje, al que pocas veces oiremos la voz, desgarbado, torpe, amable y educado, pero capaz de generar todo tipo de estropicios. Hulot está de vacaciones y con su llegada a una pequeña villa costera francesa se rompe la paz de los veraneantes. La colección de gags, sonoros y visuales, es antológica. Sin necesidad de recurrir casi a los diálogos, sobre un tenue hilo argumental, Tati trastorna la aparente calma con que un grupo de burgueses pasan sus vacaciones.
Mon oncle: Es mi preferida. Tati nos cuenta más cosas de Mr.Hulot: vive en París, en un barrio humilde, envejecido, casi en ruinas, y visita a menudo a su hermana, cuyo marido dirige una empresa de fabricación de plásticos, en donde el cuñado intentará colocarlo sin mucho éxito. Hulot parece inocentemente feliz paseando con su bicicleta, charlando con sus convecinos o recogiendo del colegio a su sobrino. Pero el personaje principal del film es la casa donde vive su hermana, un prodigio de modernidad, donde todas sus comodidades parecen diseñadas para hacer la vida de Hulot más incómoda. Es evidente el choque entre lo nuevo, lo moderno, lo tecnológico, y un mundo inevitablemente llamado a desaparecer, “analógico” diríamos ahora, de escaleras de vecinos, paradas de frutas y verduras en la calle, barrenderos ociosos y charlatanes y bares familiares como puntos de encuentro. Una forma de vida que hoy puede parecer casi marciana al menos para los habitantes de grandes ciudades, pero que en buena medida aún llegué a conocer en mi infancia.
Playtime: Es, sin duda, su film más ambicioso (el único filmado en formato panorámico), una propuesta que se avanza a su época, y de la que se pueden extraer infinidad de ideas para otros films (por ejemplo, The Party bebe directamente de la secuencia del Royal Garden, como también en parte de Mon oncle). Se trata de un film sumamente abstracto, en que Hulot es un personaje más (multiplicado a fuerza de acumular clones dentro de la pantalla), con largas secuencias sin una ilación argumental clara, que tiene como pieza central y fundamental esa larguísima inauguración del restaurante Royal Garden, casi una película en sí misma, donde, además, vemos un par de caras conocidas: la del actor alemán Reinhard Kolldehoff (que algunos recordaréis de la verhoeveniana Eric, oficial de la reina o de la viscontiniana La caída de los dioses) y la del actor norteamericano Billy Kearns (el Freddy de A pleno sol, de René Clément).
Trafic: Quizá en este film, al parecer complicado en su gestación (Tati se discutió con el director holandés Bert Haanstra, que tenía que codirigir el film), el personaje de Hulot parecía ya algo agotado. Su imagen inconfundible (gabardina, sombrero, paraguas, pipa) no casaba demasiado bien con los años setenta, parece algo envejecida, pasada de moda. No, en cambio, el trabajo sobre el gag, pero aún y así la película no llega al nivel de las anteriores. Al parecer Tati quería “matar” a Hulot, dejar de lado a su personaje, estaba algo cansado de él.
Parade: Su última película es un film pensado para la televisión sueca, aunque Tati quiso que se proyectara también en salas de cine. Quizá por ello se trata de una película que mezcla la filmación en vídeo de una actuación en Estocolmo, de carácter circense, donde Tati actúa como maestro de ceremonias y, fundamentalmente, como mimo (acompañando a domadores, prestidigitadores, malabaristas, acróbatas, cantantes y músicos) con imágenes filmadas en 35 y 16 mm rodadas en otro momento en un plató, algo que se nota en la textura de las imágenes. El film está repleto de microgags, de una mezcla de artistas y espontáneos espectadores (algunos “falsos” espontáneos), en un conjunto que a mí me parece poco armónico. Es, creo que sin duda, el más flojo de sus films, pero aun así, una película digna de analizar y, por momentos, de disfrutar.
En resumen, Jacques Tati merece un lugar entre los grandes, no solo entre los cómicos, sino entre los directores de cine de todos los tiempos.