CENTAUROS DEL DESIERTO (1956) John Ford
ETHAN EDWARDS: El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la Tierra da vueltas.
CENTAUROS DEL DESIERTO (1954) Alan Le May
- Mart – dijo Laurie -, ¿sabes lo que hará Amos si encuentra a Deborah Edwards? Será lo correcto, y algo bueno… y te puedo asegurar que Martha también lo hubiera querido ahora. Le meterá una bala en la cabeza.
REVISANDO CLÁSICOS: EL WESTERN
THE SEARCHERS (1956, CENTAUROS DEL DESIERTO)
Director: John Ford.
Producción: C. V. Whitney Pictures, Inc.
Distribución: Warner Bros. Pictures, Inc.
Productor: John Ford.
Guion: Frank S. Nugent, basado en la novela homónima de Alan Le May (Nueva York, 1954). [Serializada previamente en la revista The Saturday Evening Post del 6 de noviembre al 4 de diciembre de 1954 como “The Avenging Texans”].
Dirección artística: Frank Hotaling y James Basevi.
Fotografía: Winton C. Hoch (en Technicolor y VistaVision).
Música: Max Steiner.
Montaje: Jack Murray.
Reparto: John Wayne (Ethan Edwards), Jeffrey Hunter (Martin Pauley), Vera Miles (Laurie Jorgensen), Ward Bond (Capitán/Reverendo Sam Clayton), Natalie Wood (Debbie Edwards, de joven), John Qualen (Lars Jorgensen), Olive Carey (Señora Jorgensen), Henry Brandon (“Cicatriz”), Ken Curtis (Charlie MacCorry), Harry Carey, Jr. (Brad Jorgensen), Antonio Moreno (Emilio Gabriel Fernández y Figueroa), Hank Worden (Mose Harper), Beulah Archuletta (“Mira”), Walter Coy (Aaron Edwards), Dorothy Jordan (Martha Edwards), Pippa Scott (Lucy Edwards), Pat Wayne (Teniente Greenhill), Lana Wood (Debbie Edwards, de niña).
Duración: 1 h 58 m 47 s (Copia en BD editada por Warner en 2006).
Rodaje: del 16 de junio al 13 de agosto de 1955.
Estreno: 26 de mayo de 1956.
Recaudación: 4.800.000 dólares (Variety, 2 de enero de 1957).
…
Aunque estoy lejos, muy lejos, de haber visto siquiera una fracción de la inmensa (en todos los sentidos) filmografía del maestro de maestros John Ford (1894-1973), cada vez estoy más convencido de que sus mejores películas no son las que le dieron prestigio (y las que le proporcionaron 3 de sus 4 Oscar) sino las que produjo (y en esta ocasión es la palabra que mejor se ajusta a la realidad) después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Y es que a John Ford le ocurrió lo mismo que a Frank Capra, George Stevens o William Wyler (y a los que espero dedicar un pequeño ciclo con sus películas postbélicas). Su intervención en la guerra de guerras le marcó profundamente y ello puede palparse diáfanamente en muchos de los títulos que elaboró a la finalización del conflicto, incluso en aquellos en los que el autor inserta elementos de comedia, sin duda una de las señas de identidad más características del mejor Ford.
CENTAUROS DEL DESIERTO, un título, por cierto, mucho más poderoso que el de LOS BUSCADORES, es una película que he visto una y otra vez a lo largo de los años y nunca ha dejado de fascinarme.
No sé si CENTAUROS DEL DESIERTO es el mejor western de John Ford.
Otros títulos como la Trilogía de la Caballería (FORT APACHE (1948), LA LEGIÓN INVENCIBLE (1949) y RÍO GRANDE (1950)) tienen similares méritos para codearse en igualdad de condiciones.
Y títulos posteriores, tal vez más imperfectos, pero absolutamente esenciales como MISIÓN DE AUDACES (1959), DOS CABALGAN JUNTOS (1961) o EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE (1962), podrían igualmente encaramarse a los puestos de cabeza.
Y, por supuesto, sus títulos seminales, desde sus westerns mudos, como EL CABALLO DE HIERRO (1924) o TRES HOMBRES BUENOS (1926), pasando por sus títulos prebélicos (LA DILIGENCIA (1939), CORAZONES INDOMABLES (1939)) o postbélicos (PASIÓN DE LOS FUERTES (1946)).
Como decía, tal vez CENTAUROS DEL DESIERTO no sea el mejor western de John Ford o ni siquiera el mejor del género, pero desde luego junto a DE ENTRE LOS MUERTOS (1958) de Alfred Hitchcock (como bien recordarán los queridos compañeros, ya amigos, del foro del director británico) sea la película más cercana a mi corazón o a mi razón de ser como cinéfilo.
Dado que tengo reciente la lectura de la novela homónima de Alan Le May (1899-1964) que sirvió de base a la película y de la que disponemos de una magnífica edición de la mano de Valdemar dentro de su colección Frontera (2013) la ocasión es propicia no tanto para detallar las similitudes y diferencias entre ambas (y que tendrían mejor cabida en el excelente post del infatigable amigo mad dog earle) como para entender el proceso que permitió que de una excelente novela (que lo es) saliese una película excepcional.
Como decía sólo mencionaré esporádicamente elementos de la novela que difieren de su traslación a la gran pantalla para evitar dilatar el comentario en exceso.
- Un reseña además que empecé hace más de un mes pero que por un motivo u otro me he visto obligado a demorar por lo que tendré que apelar a mi cada vez más mermada capacidad retentiva para poner por escrito algunas impresiones sobre esta película inmortal. -
Estamos en...
... o sea, tres años después de la finalización de la Guerra de Secesión.
Lo primero que es necesario mencionar es que el famoso inicio y el famoso final de la película, sin duda dos de las escenas más hermosas que nos ha legado el Séptimo Arte, no aparecen en la novela.
Esa puerta que primero se abre y luego se cierra y que sirve de introducción y de despedida del personaje principal, Ethan Edwards (un prodigioso John Wayne, en una de las mejores interpretaciones del cine norteamericano clásico) y que en la novela atiende al nombre de Amos, expresa sin necesidad de mediar palabra alguna la soledad en la que vive el (anti)héroe.
Y ese gesto de levantar en brazos a Debbie y que Ford repetirá al final de la película y que se convierte en la esencia de la película.
Pocos inicios y pocos finales tan hermosos como los que Ford inserta en este western, un género al que todavía algunos amantes del cine consideran como menor o repetitivo pero que forma parte de la esencia del cine de Hollywood, más incluso que el cine negro o el musical, donde también fueron los auténticos maestros.
Igualmente, la extraordinaria escena en la que Ford muestra el amor (subterráneo) entre Martha (Dorothy Jordan, esposa de Merian C. Cooper, una figura esencial en la carrera del director al constituir junto a él la compañía Argosy Pictures y de la que C. V. Whitney Pictures sería una prolongación y que supondría la tan anhelada independencia de los grandes estudios) y Ethan, siendo testigo el Capitán/Reverendo Sam Clayton (el insustituible Ward Bond) del mismo mientras se toma una taza de café y que es otro ejemplo de la sensibilidad a flor de piel del irascible director.
En la novela, por cierto, es Martin (Jeffrey Hunter, un excelente actor, muy atractivo – con esos penetrantes ojos azules – pero que murió de una forma absurda y prematura) quien descubre el amor de Amos/Ethan por su cuñada.
[“Amos estaba, siempre había estado, enamorado de la esposa de su hermano”].
En la película, las hermanas Wood, Natalie y Lana, encarnarán el mismo personaje, Debbie, de adulta y de niña y que, a pesar de ser absolutamente fundamental en la trama, dado que es a quien buscarán sin descanso Ethan y Martin, tiene escasa presencia en pantalla.
Una actriz, Natalie Wood (1938-1981), que venía de rodar la maravillosa REBELDE SIN CAUSA (1955) de Nicholas Ray, junto a James Dean, que había debutado en el cine a los 4 años de edad (THE MOON IS DOWN (1943), una película que ya comenté tiempo ha en este mismo rincón…) y a la que los grandes estudios no sabían muy bien cómo tratar. Una joven actriz dotada de una extraordinaria belleza y que tuvo un trágico final, como todos bien sabemos.
No voy a entrar a detallar el argumento de la película porque es harto conocido y tampoco detenerme a comentar secuencia a secuencia todo lo que de admirable tiene esta película, sino a hacer unas breves acotaciones que me parecen fundamentales para entender por qué es una de mis debilidades cinéfilas desde mi infancia.
Una de las cosas en la que difieren novela y película y me parece importante subrayarlo, es el hecho de que mientras en la primera el protagonismo recae en Martin, en la segunda será Ethan quien lleve la voz cantante.
En la novela además la búsqueda es mucho más extensa, con idas y venidas continuas y donde además no existen esos elementos de humor que Ford incrusta en todas sus películas, por serias que sean, como la (homérica) pelea durante la que iba a convertirse en la boda entre Laurie (una preciosa Vera Miles) y Charlie (Ken Curtis, que en aquellos años estaba casado con la hija del director, Barbara).
Y aunque me adelante mucho, en la novela Amos (o sea, Ethan) muere en el ataque al poblado comanche, mientras que todos sabemos cómo acaba la película.
A pesar de ello ambas, novela y película, coinciden en la imposibilidad de un final feliz para Amos/Ethan, un personaje sin raíces y que no tiene ya cabida en la sociedad de la que el mismo se ha (auto)desterrado.
Ya sea la muerte o esa puerta que se cierra (¿una poética reflexión acerca del oscuro porvenir que le espera a Ethan?), lo cierto es que ambas pueden ser una espejo de la otra.
Y si el regreso de Debbie al hogar supone un aparente final feliz, pronto veremos en la igualmente magnífica DOS CABALGAN JUNTOS (1961) – donde no sólo los protagonistas son de nuevo los comanches sino que el actor Henry Brandon (“Cicatriz”) volverá a encarnar a un jefe de dicha tribu (Quanah Parker) – y que bien podría ser una continuación de CENTAUROS DEL DESIERTO, que el final de la búsqueda se convierte en el principio del infierno para las víctimas, al surgir el racismo y la intolerancia entre aquellos que se autodenominan personas “civilizadas”.
- Recordemos que Ethan ya intenta matar a Debbie en su primer encuentro. Para él ella ya es una comanche y, por tanto, un enemigo al que borrar de la faz de la Tierra. -
Aunque Ford fuese el más grande, también hay que decir que “robó” actores y argumentos de sus coetáneos.
Dos ejemplos.
Uno.
El extraordinario trabajo de John Wayne en RÍO ROJO (1948), una de las grandes obras maestras de Howard Hawks (y de la Historia del Cine, para que vamos a quedarnos cortos), hizo que Ford lo contratara para FORT APACHE (1948), porque aunque se estrenó antes, la primera se empezó a rodar en 1946, pero tuvo un proceso de postproducción extraordinariamente dilatado.
Dos.
La idea de Ford (y de Nugent, el mejor guionista que trabajó para el director) de que Ethan no matara a Debbie, en otra escena sublime, cuando la alza en brazos, como había hecho cuando era un niña tampoco aparece en la novela.
No sería nada descabellado pensar que igualmente Ford tomó esa escena del final de la mencionada RÍO ROJO, donde el inevitable duelo a muerte entre Dunson (John Wayne) y Matthew (Montgomery Clift) es abortado por la intervención de Tess (Joanne Dru).
Y es que ambos finales, aunque puedan parecer ciertamente anticlimáticos y que tanta polvareda (crítica) han levantado, son absolutamente lógicos y coherentes si comprendemos en el fondo de qué va(n) la(s) película(s).
Ethan necesita a Martin, más que éste a aquel, quizás porque en el fondo sabe lo que oculta su corazón.
La que podría haber sido su hija ha sido corrompida por los salvajes y, por tanto, ha dejado de considerarse como un ser humano.
Martin será la conciencia de Ethan y gracias a ello será posible el cambio de actitud final del último.
Por cierto, en la película (no así en la novela) el personaje encarnado por Jeffrey Hunter tiene algo de sangre india, lo cual desagrada profundamente a Ethan, un racista intolerante, pero al que Ford/Nugent convierten en uno de los caracteres más ricos del cine clásico.
Antes he hablado de espejos y de simetrías.
Ford establece entre Ethan y “Cicatriz” un diáfano paralelismo.
De hecho, “Cicatriz” aparece como un caudillo digno y respetado por su pueblo y que además sus actos son simplemente una respuesta a la agresión del hombre blanco, incluida la muerte de dos de sus hijos.
Alguien además que admira a sus perseguidores (“los buscadores” del libro) y que pese a haber exterminado a la familia Edwards, ha cuidado a Debbie como si fuese su propia hija.
- El instante mágico en el que Ethan y Martin encuentran, por fin, a Debbie...
... y esas no miradas, primero la del capitán Clayton y luego la de Debbie. -
El amor, esencial en la película (y en la novela, por supuesto), será el motor de las acciones de todos los personajes principales, aunque a veces ese amor se convierta en un odio visceral e irracional.
Y recordemos acciones como las de Ethan disparando a los ojos de uno de los guerreros muertos que participó en la masacre con la que se inicia la película o cuando le arranca la cabellera (algo, por cierto, que los indios aprendieron de los blancos, dado que éstos las vendían como souvenirs en las ricas ciudades del Este) a “Cicatriz”, como si ambos actos pudieran devolverle la vida a sus seres queridos.
Y pesar de la denodada búsqueda que llevan a cabo Ethan y Martin será la pura suerte, en la figura del lunático Mose Harper (un genial Hank Worden), quien no desea nada más que un techo bajo el que cobijarse y una mecedora donde posar sus cansados huesos, el que les dé la pista definitiva para encontrar a la joven.
En verdad que tiene algo de poema épico la odisea de la pareja que les llevará a recorrer sin descanso cientos de kilómetros y que no hará más que endurecer el corazón ya de por sí de piedra de Ethan quien ya no tiene más objetivo en la vida que acabar con aquello que más amaba.
Y no deja de ser paradójico que, primero, sea Mose quien descubra el paradero de Debbie y segundo, sea Martin quien acabe con "Cicatriz".
Tantas y tantas cosas que contar de esta obra maestra. Pero…
Si la labor de todo el reparto es absolutamente perfecta (otro de esos aportes puramente fordianos es el matrimonio Jorgensen, formado por Lars (John Qualen) y su esposa (Olive Carey) y padres de Laurie, que en la novela es muy distinto del que presenta el director), el trabajo de todo el equipo técnico es igualmente insuperable.
La música de Max Steiner y el uso, habitual en las películas de Ford, de temas tradicionales, santo y seña de lo mejor de su filmografía.
La extraordinaria fotografía en VistaVision y Technicolor de Winton C. Hoch (y que ganó dos más que merecidos Oscar en 1950 y 1953 por sus trabajos con Ford, las imprescindibles LA LEGIÓN INVENCIBLE y EL HOMBRE TRANQUILO).
Nunca lució mejor el Monument Valley que en esta ocasión.
Y no deja de ser paradójico (y como acabo de comentar en otro rincón) que Ford, que decía detestar los grandes formatos, usará el Scope de una forma tan absolutamente magistral.
De hecho, hemos de recordar que la VistaVision (y de la que Alfred Hitchcock fue su principal valedor) era propiedad de la Paramount y, por tanto, la Warner tuvo que desembolsar una sustanciosa cantidad para poder utilizarla.
Un formato que proporcionaba una extraordinaria nitidez a la imagen, muy superior a la del CinemaScope y que además corregía las distorsiones que provocaban las lentes fabricadas por Bausch & Lomb, propiedad de la Twentieth Century-Fox.
O sea, que fue decisión del propio Ford el usar un formato que decía detestar.
Las contradicciones de un genio.
And somebody spoke and I went into a dream
(“A Day in the Life”, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, 1 de junio de 1967)
Buenas tardes, y buena suerte.
Ah, y no sólo se abre la puerta al principio de la película, sino que es un recurso que Ford utiliza varias veces a lo largo de la misma, como cuando abandonan temporalmente la búsqueda y se dirigen al rancho de los Jorgensen para notificarles la muerte de su hijo Brad...