CARLOS PUMARES, UN GRITO EN LA NOCHE
Tras pasar por el detector de metales y enseñar el DNI de rigor al segurata de la entrada acristalada y presumiblemente blindada, una amable pero flemática señorita los acompañó hasta donde les esperaba Carlos. Erguido e inesperadamente sonriente, vestía con absoluta y rara seguridad, como con descaro, unas ropas clásicas, conservadoras y algo mal entonadas (camisa azul fuerte y blanco puro a rallas muy chillona con pantalones gris ceniza de pinzas). No era elegante, pero tampoco iba disfrazado de elegante como tantos, y eso que dentro de una emisora de radio no te veía nadie, podías ir en bermudas, con chanclas o en vaqueros.
Antes de empezar la esperada conversación, Carlos, afable, les enseñó aquellas instalaciones que estaban deseosos de conocer. Los estudios de Radio Voz les parecieron funcionales pero con humanidad. Las paredes de los amplios estudios, que se desplegaban a lo largo de un imponente pasillo color claro y sobrio, eran frías y estaban todas rigurosamente insonorizadas. Por un momento, uno de ellos pensó que Pumares parecía un privilegiado loco confinado en una de esas blancas y pulcras habitaciones acolchadas y al que le habían dejado una mesa más un micrófono para desahogarse y despotricar. Olvidó el malicioso pensamiento y siguió caminando junto a su colega, esta vez a la sala de redacción de la emisora (casi carente de detalles personales como fotos enmarcadas, plantas o muñecos de peluche de la gente que allí trabajaba) y finalmente al despacho de Carlos.
Sobre una fría mesa de oficina blanca vieron fascinados un envejecido disco de vinilo y otro, todavía más maleado por el tiempo, que contenía una sugerente selección de famosos musicales del viejo Broadway. Mientras uno de ellos ojeaba la plantilla de la programación de Radio Voz que había encontrado en una pila de fotocopias, el otro dialogó -con una cercanía que le sorprendió y agradó bastante- con Pumares:
- “¿Tienes todos los discos De Bing Crosby, Carlos?
- Casi.
- ¿Cuántas bandas sonoras hay en tu colección?
- No, de bandas sonoras no tengo tantos. Yo de películas dramáticas compro muy pocos. Algunas películas clásicas y las de los Oscar. Lo que sí tengo es todo Broadway y todas las películas musicales. Discos musicales… todos, desde el siglo pasado hasta nuestros días.
- A nosotros siempre nos fascinó la leyenda de Pumares trayéndose de Londres cajas de discos. Daba una envidia...
- Pero compraba todo Crosby o todo Sinatra.
- ¿Tienes todo Sinatra?
- Es muy difícil por todo lo que hizo en radio, pero discos muchísimos, miles, un almacén. No me caben ni en casa, ni aquí en la emisora”.
Pumares tiene ojos metálicos de aristócrata, un aristócrata decadente de las ondas, el dueño y señor de un fabulosos ducado expropiado y mal vendido llamado Polvo de estrellas.
En el encuentro se reconoció más como un director frustrado que como un crítico de cine. Hasta les dijo que si hacía alguna vez una película, la promocionaría así: “Vayan a ver la mierda que ha hecho este que echa pestes de todas las películas”. Tiempo más tarde, apostillaría: “Si lo que se trata es de promocionar una película, creo que esa es la mejor manera de promocionar una que yo hiciera, ya que soy generalmente odiado”.
Tras este encuentro le volvieron a perder la pista pero, afortunadamente para ellos, meses más tarde, de ser entrevistadores pasaron a entrevistados. Carlos los llamó para que hablasen del décimo número de su revista de cine. La gente de producción de Onda Cero (por aquel entonces Pumares trabajaba en esa emisora, en Pintor Rosales) pagó el taxi de ida y el de vuelta. La entrevista sería en directo y a eso de las dos de la mañana. Jaime, su productor, los obsequió con sendos botellines de agua y una sonrisa amable.
Lo mejor, lo que más recordarían, fue el descubrir, al fin, parte de la colección de discos -todos vinilos, por supuesto- de Pumares clasificados bajo un rigor que sólo Jaime y él conocían. Jaime, bajo la atenta y a veces inquisitorial mirada de Carlos, los reconocía o buscaba eficazmente. Entre ellos pudieron admirar, por ejemplo, los discos de carátula de cartón de las bandas sonoras originales de My Fair Lady, Ben-Hur y El violinista en el tejado. “Qué momento”, dijo uno de ellos sin que Jaime se enterase y mientras Carlos hablaba con una oyente al otro lado de la pecera antes de hacer pasar a uno de ellos a la redonda y pulcra mesa plagada de micrófonos.
Cuando llegó el momento, los dos agarraron con fuerza sus botellines de agua, abrieron la puerta del estudio, saludaron a Carlos, se sentaron y esperaron. Al ponerse los cascos por indicación del propio Carlos, escucharon: “La voz de las estrellas… con Carlos Pumares”. Respiraron hondo, tragaron saliva y esperaron inquietos en sus asientos a la primera pregunta que salió de su boca.