MARÍA ANTONIA IGLESIAS, EL AMOR DE MI VIDA:
Reconozco que en el principio fue la repugnancia. La veía en la tertulia de María Teresa Campos, a la hora del almuerzo, y se me revolvían las tripas con sólo verla. Ese cuello de morsa, esa cara de sapo, esa boca de besugo, esos dientecillos de rata con caries, esos ojos viscosos, turbios, esos bracillos cortos de enana de circo, esas manos gordezuelas... Pero, como decía Hannibal Lecter, "uno se enamora de lo que ve todos los días"; y así fue como me acabé volviendo loco. Un día me descubrí mirándola embobado, mientras me comía una albóndiga. Debía de estar haciendo alguno de sus comentarios complacientes con el nazionalismo, cuando una tremenda erección abultó en mi pantalón de chándal (sí, yo almuerzo, excusadme, con chándal de cincuentón). Ahí entendí que mi cuerpo iba por un lado y yo por otro... y, como soy fiel al aforismo de Nietzsche de que "en nuestro cuerpo hay más verdad que en nuestro espíritu", decidí obedecer a ese llamado y ver "qué pasaba". Lo que pasó fue que me reconocí locamente enamorado de MAI (llamémosla así). Desde entonces MAI gobierna buena parte de mis sueños y de mi vida. Para mí es inalcanzable semejante pedazo de mujer, semejante pieza, lo reconozco, entre otras cosas porque soy algo facha y no tengo el pastón que tienen los sociatas, ni el pastón al que aspiran, en sus amantes, las sociatas. Así que la mantengo a modo de amor platónico-pornográfico. De vez en cuando, cuando me estoy cepillando a alguna y veo que tardo en correrme, visualizo a MAI y cataplán: ¡eyaculación al cante! He regado ya a muchas titis con emulsiones que, propiamente, le pertenecían a ella. A ella, sí, sólo a ella. MAI, que en portugués significa "madre" y que, por tanto, sólo la frontera con el país que vio nacer al batracio Saramago, me separa del edipazo.
Atleta Sexual