Los auténticos piratas del arte
Los descendientes de los grandes artistas españoles del siglo XX están a la que salta. Ven pasar un billete de 500 euros y se lanzan a por él como si fueran testaferros de Marbella.
Los familiares de Picasso ya nos han dado algunos ejemplos de su amor por la pasta, perfectamente compatible con el respeto por el legado del artista, faltaría más. Si fueron capaces de ponerle el nombre del pintor a un coche, está claro cuáles son los sentimientos que les conmueven. Los que tienen forma de billete, talón o transferencia.
Las muy respetables personas que tienen la responsabilidad de vivir de las rentas de Miró también pertenecen a la misma cofradía. Ni siquiera los homenajes les conmueven. Cuando vieron que Google había alterado su logo, como ha hecho en otras ocasiones, para recordar la obra del pintor en el aniversario de su nacimiento, llamaron al banco y descubrieron anonadados que no habían recibido ningún ingreso.
Por eso, se pusieron en contacto con Google y les advirtieron que por ese camino iban a acabar en los tribunales.
Como diría la SGAE, ¿cómo van a trabajar los artistas si saben que décadas después de su muerte sus nietos y bisnietos no podrán llenarse los bolsillos con este tipo de cosas? Si se enteraran de tamaña afrenta, tirarían los pinceles a la basura y se dedicarían a asuntos más rentables, como el ladrillo o el periodismo de Internet.
No se hacen excepciones con los homenajes. Afortunadamente, no todos los herederos de artistas son tan agarrados como los de Miró. De lo contrario, los creadores de los Simpsons hace tiempo que estarían picando piedra en un penal de Alabama. Tarantino habría recibido un golpe letal propinado por los cineastas de artes marciales de Hong Kong.
Y la historia del arte, la música y la pintura sería mucho más pobre y vulgar de lo que es ahora. Y menos rentable para los vagos que viven del cuento.
Iñigo Sáenz de Ugarte