Iniciado por
Diodati
METAMORFOSIS
Larry Wolf era el hombre más grotesco del planeta. Decididamente, sabía que algunos retiraban la vista de su faz nada más verlo, evitando con ello expresiones hirientes que revelaran estupefacción. Ésos eran los más educados. Otros, no obstante, se recreaban en él sin dejar de sonreír, o, incluso, regalaban la carcajada más sonora. Su estómago se revolvía a menudo de impotencia, pero la crueldad del espejo lo decía bien claro: «Eres espantoso, Larry. Tu rostro parece una pizza familiar mal cocida; tu mirada es acuosa y estrábica, y tu boca parece una sinuosa herida de cuchillo…». Por eso Larry jamás conoció amor alguno de mujer; ni siquiera pagando encontraba una meretriz que aceptara compartir cinco minutos a su lado. Sin embargo, Larry jamás pensó en el suicidio. Sabía que existía una puerta abierta para él, allá en la inmensidad del cosmos, justamente donde la luz del día daba paso a las brumas nocturnas. Por eso, Larry adoraba la luna llena.
Se retiró a las afueras y se sentó en un peñasco, próximo al lugar en el que frondosos pinos ocultaban la línea del horizonte, y quedó con la mirada acuosa y estrábica clavada en el completo y plateado disco del satélite. Tras varios segundos de espera, su cuerpo comenzó a mutar. Primero fueron convulsiones que doblaron su espinazo hasta colocarlo a cuatro patas; después continuaron las infinitas alteraciones. Su cara se alargó mostrando un hocico cánido, unas orejas de punta y amarillentos ojos rasgados. Y el espeso vello cubrió su piel. En menos de un minuto, de Larry-hombre no quedaba nada; ahora era un espectacular lobo aullando a la luna, como si reclamara el bálsamo que su alma maldita necesitaba.
Seis lobas aparecieron titubeantes de entre los bosques. Se acercaron a él y dejaron que iniciara el cortejo amatorio a su antojo. Una a una, comenzaron a ser amadas por el lobo más hermoso y espectacular que jamás vieran. Y mientras el fuego anidaba dentro del animal, mientras las lobas sucumbían a su encanto, un hálito de racionalidad reveló a Larry-lobo que bien valía la pena vivir en este mundo, aunque sólo fuese por unos pocos días al año. Al fin y al cabo, no mucho menos que los demás mortales tocados por el don de la belleza.