Como se ha dicho hasta la saciedad y para todos los avances, el problema no está en la tecnología, sino en la aplicación de la misma. Una innovación supone una nueva potencialidad; su buena o mala utilización puede tener efectos positivos (reducción de costes, viabilidad de proyectos, acceso a historias inabordables hasta ahora, etc) o/y negativos (espectáculos huecos, exhibiciones aparatosas y vacías, etc).
La historia de la Humanidad (y, por supuesto, la del cine) está llena de ejemplos de buenos y malos usos de herramientas y posibilidades. Sólo el paso del tiempo permitirá hacer un balance de los logros de una determinada tecnología.
Cuando empezó el Scope, por ejemplo, tuvo defensores y detractores; las primeras películas en el nuevo formato fueron bastante intrascendentes y dedicadas a mostrar lo grande que era el encuadre, pero después se refinó el invento y empezaron a contarse buenas historias, aprovechando el formato pero sin ansias de demostrar constantemente lo anchos que eran los planos...
El transcurso de los años y unas cuantas decenas de películas nos permitirán hacer un balance de la funcionalidad real de las innovaciones y, sobre todo, de su aprovechamiento o desperdicio según se nos cuente con ellas algo interesante o no.