United 93, el nuevo film de Paul Greengrass, relata con un estilo más cercano al documental que a la narración tradicional cinematográfica los hechos acaecidos durante las dos primeras horas de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando un ataque múltiple perpetrado por la organización terrorista Al Qaeda provoca la destrucción de las Torres Gemelas del World Trade Center y parte del Pentágono empleando para ello tres aviones comerciales secuestrados. El film se centra en el vuelo United 93, el cuarto avión retenido, que nunca logró su objetivo de estrellarse contra el Capitolio, en Washington D.C., gracias a la intervención de los pasajeros, que lograron tomar parcialmente el control del avión, que acabó estrellado en Pensylvania, sin dejar supervivientes. También es hasta el momento la mejor película del año.
Habría que empezar diciendo que el film honra la memoria de los pasajeros, es un ejercicio técnico de primera categoría, y en general es una experiencia cinematográfica sobrecogedora, realizada por el único director existente, en estos momentos, capaz de cargar con la memoria de casi 3.000 fallecidos, elogiando su recuerdo sin caer ni una décima de segundo en el sentimentalismo barato ni en, siquiera, la trampa fácil de posicionarse moralmente respecto de la situación. El británico Paul Greengrass, que por lo que parece no es capaz de hacer una mala película ni queriendo, ha realizado el más difícil de los thrillers: uno del que saber de antemano su desenlace, contribuye a incrementar la tensión, en vez de reducirla.
La técnica empleada por Greengrass es similar a la que lleva recurriendo en sus dos primeros films, Bloody Sunday (el más cercano a United 93) y El Mito de Bourne: cámara en mano, cortes rápidos, tonos apagados y fotografía casi natural. El film salta a través de diferentes localizaciones, desde los respectivos centros de control, tanto civiles como militares, hasta el propio avión United 93, que cobra una importancia crucial a partir de la última media hora de película. Como ya se ha comentado en distintos medios, los actores, salvo dos o tres excepciones, son completos desconocidos, lo que elimina la posibilidad de que el estrellato de tal o cual, Pacino o Jolie, afecte nuestra perspectiva de la historia y la férrea objetividad desde la que se cuenta: los terroristas se limitan a cumplir con su misión, ya sea con brutalidad a la hora de ejecutar su plan, reaccionando con pánico a los imprevistos y despidiéndose de sus seres queridos. Sin embargo, es obvio que el film va adoptar la postura más cercana a nosotros ciudadanos de a pie, y esa es la de los pasajeros del vuelo y la de los distintos operarios civiles de los aeropuertos y centros de tráfico aéreo que asisten asombrados a la cadena de ataques sobre Nueva York y Washington.
Durante los dos primeros tercios de película, Greengrass incrementa la tensión gradualmente con un ojo impresionante por el detalle, basándose en los documentos y registros históricos que quedan del incidente, pero aprovechando la más mínima oportunidad para introducir elementos de suspense, como el momento en el que se descubre a través de las grabaciones de la cabina, que hay más de un avión secuestrado, sin que resulten demasiado obvios. No se ve el impacto sobre la primera de las Torres Gemelas: el efecto de perderse algo tan importante y que cualquier Michael Bay hubiera repetido ocho veces en cámara lenta es abrumador, y nos introduce en ese caos y ese descontrol que es el film. Greengrass, merced a una planificación milimétrica, se limita a dar forma a ese maremágnum y a orientarnos en aspectos puntuales empleando recursos realistas (como por ejemplo, una simple pizarra que aparece en el film y en la que se escriben los nombres del total de los aviones que podrían haber sido secuestrados, algo que puede ser caótico en algunos momentos).
Pero es en el momento en el que el film centra toda su mirada en el vuelo 93 cuando Greengrass se la está jugando de verdad. Hasta ese momento la película es como uno de esos documentales del Canal Historia que echan por el satélite: vemos una representación realista de lo que ocurrió en tierra. Pero en el momento en el que nos quedamos solos en el avión, sentados con el resto de pasajeros, Greengrass debe convertirse en un director de actores. Hay un par de ellos metidos ahí que desentonan, esa es la pena: en particular John Rothman (le reconoceréis por ser el pasajero que se mete en el cuarto de baño para llamar a Emergencias) y Cheyenne Jackson (otro de los pasajeros, que llega tarde al avión y pone caras de haberse tomado medio kilo de anfetaminas). No es que sean malas interpretaciones, sencillamente desentonan con el tono general del resto de actores y en particular con la del prácticamente desconocido Christian Clemenson, que interpreta al pasajero Thomas Burnett, el encargado de organizar el “rescate” del avión y que es, a falta de una palabra mejor, perfecta: afectada sin resultar excesiva, sobria sin ser Steven Seagal, demostrando capacidad de mando y verdadero coraje. El resto de ellos mantiene el tono sincero de la película: las azafatas, los pilotos, e incluso los terroristas, destacando del trío a Omar Berdouni, que da vida a Ahmed Al Haznawi, y es el único de ellos al que se intenta humanizar realmente (muestra serias dudas antes de asaltar el avión y antes de embarcar llama a alguien para decirle que le quiere).
Cuando todos los pasajeros saben lo que va a pasar, cuando comienzan a llamar por los teléfonos y se dan cuenta de que el avión en el que viajan es un misil con destino a un objetivo, y tienen el tiempo suficiente para hacer de tripas corazón y llamar a sus familiares, el film es sobrecogedor. Cuando preparan la toma del avión, el film está lleno de suspense, y cuando van a por todas, sólo quieres creer que al final van a conseguirlo y cambiar la historia. Evidentemente no sucede así, pero creedme cuando os digo que es como ver a las personas con las que viajáis todos los días en metro o a las que compráis el pan o a las que pedís hora lidiar con semejantes acontecimientos, tomando decisiones de vida o muerte en apenas cuestión de segundos. No hay ni un solo asomo de patriotismo, de maquillaje, de partidismo, de manipulación, de nada de nada. Dado que la información sobre la que se trabaja a la hora de recrear lo que pasó en el vuelo es muy limitada (llamadas telefónicas y la caja negra, principalmente), es prácticamente imposible saber lo que pasó realmente, pero al final a uno no le extrañaría nada que hubiera ocurrido así. Cuando el film termina, has estado tan metido en una acción tan real que, prácticamente, sales de la sala y no eres un espectador: casi, casi, eres un superviviente.
No se qué cruza por la cabeza de una persona cuyos familiares han muerto en esas circunstancias. No se si me sentiría mejor después de ver el film. Lo único que creo es que no me sentiría peor.
LO MEJOR:
- Los 30 minutos finales y el asalto de los pasajeros, con planos tan rápidos que apenas podemos verlos pero que son puro nervio y tensión. Está a la altura del desembarco de Normandía de Salvar al Soldado Ryan. Suficiente.
- Paul Greengrass juega en otra liga distinta del 99.9% de los directores actuales.
LO PEOR:
- La banda sonora, que te aleja de la acción.
Nota: 9,5