Viéndolo con la distancia del tiempo, el manifiesto Dogma 95 consiguió algo inédito en el cine desde los viejos tiempos del "cine de poesía contra cine de prosa": hacer de la estética del cine un punto central del debate. Viniendo de una época más preciosista (ver por ejemplo a Kieslowski, que apostaba sin fisuras por un cine "bello"), los jóvenes autores se agarraron como un clavo ardiendo a la propuesta de los daneses, entre otras razones porque permitía rodar con poco dinero y proporcionaba una coartada maravillosa para la tosquedad y la falta de maestría formal (tal como pasa con el terror al estilo found footage).
A mí personalmente no me gusta todo ese espíritu amateurista, toda esa ética semi-punki del "hazlo tú mismo aunque no sepas", esas películas llenas de fotografía granulosa y parduzca, planos sin componer ni encuadrar que tiemblan todo el rato, desenfoques que no necesariamente se corrigen y actores en estado de histeria (de Cassavetes creo que me gustan dos películas, y una de ellas porque la produjo la Cannon). Teniendo en cuenta que von Trier ya demostró ser un preciosista al inicio de su carrera y después, está claro que todo eso lo hacía deliberadamente y, en efecto, pudo ser una gran broma. Lo que pasa es que todo el mundo la tomó en serio.