Vista.
Vaya por delante una afirmación, seguramente, repudiada por más de uno. No pertenezco al universo Coen. Al margen de una calidad reconocible, no acabo de sintonizar con su cine. Salvo Fargo y Muerte entre las flores, películas en mi opinión sobresalientes, ninguna ha logrado captar ni mi atención ni han aflorado sentimientos de interés en un servidor. Incluso alguna muy alabada rozaría, en mi opinión, el suspenso más severo...
A próposito de Llewyn Davis (odioso título español) es algo distinto. Estoy anonadado, sorprendido, maravillado. Nunca, ni siquiera la emblemática Fargo, ha conseguido enamorarme de una manera tan directa como esta espléndida película. Una cinta llena de vida, de alma, de emoción. No tengo palabras ante lo que acabo de ver, ante esta sencilla historia de un calado asombroso. Porque hasta el gato, señores, tiene mucho que contar. Un gato al estilo Cat de Desayuno con Diamantes, reflejo, tal vez, de muchos de los sentimientos que se cuentan.
Qué música, qué interpretaciones, qué sensación tan increíble y qué huella me deja ese protagonista recorriendo las calles frías y ásperas de la ciudad. Prodigiosa, atípica dentro de un argumento otras veces visto, de las que llegan al alma y te reconcilian no sólo con el cine, sino con la vida.
De las grandes de cara a los Oscars. Y van...




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