15. Luces al atardecer (Laitakaupungin valot, 2006)
En referencia al título del anterior film de Kaurismäki decíamos que lo de “un hombre sin pasado” serviría para caracterizar a la mayoría de protagonistas de los films del finlandés. En particular, le iría como anillo al dedo a Koistinen (Janne Hyytiäinen), un vigilante de una empresa de seguridad de Helsinki, Western Alarm, del que en ningún momento sabremos nada de su vida más allá de lo que nos muestra la película.
Koistinen, como mandan los cánones kaurismäkianos, es un individuo solitario, sin amigos, sin pareja, lacónico e inexpresivo (solo lo vemos reír una vez... y es en la prisión), mal visto por sus compañeros de trabajo, que lo ignoran cuando no lo hacen objeto de burla. Solo parece mantener un leve vínculo con Aila (Maria Heiskanen), que lleva un puesto de venta de salchichas y bebidas, en el que Koistinen suele acabar la jornada, ya entrada la noche.
Un buen día, inesperadamente, se le acerca en un bar una muchacha rubia, Mirja (Maria Järvenhelmi) [vale la pena destacar que en ningún momemto, a no ser que me haya despistado, se dicen los nombre de Mirja ni de Aila]. Como cualquier espectador comprende al instante, estamos ante lo que podríamos denominar una femme fatale a la finlandesa, muy alejada en las formas a las del cine negro americano, pero con la misma finalidad: enredar al pardillo de turno para facilitar el trabajo a unos mafiosos que quieren robar una joyería que está entre los locales que vigila Koistinen.
La relación entre Koistinen y Mirja es cien por cien kaurismäkiana: van al cine (a ver una película con muchos tiros), cenan y acaban en una discoteca (donde actúan unos algo envejecidos Melrose, interpretando “In the Meanwhile”; más tarde, recuperaremos como música de fondo en la casa del mafioso su gran hit “Rich Little Bitch”), casi sin mirarse ni cruzarse una palabra y, por supuesto, sin bailar, porque él no sabe (no hace faltar decir que no habrá nada de sexo, solo un casto beso en la mejilla cuando se despiden).
Poco a poco, Mirja consigue visualizar cuáles son los códigos de seguridad que utiliza Koistinen en sus rondas nocturnas. Más tarde, lo drogará y le quitará las llaves y un puntero láser que utiliza en su vigilancia. El resultado es que la banda para la que trabaja Mirja roba la joyería, y no contentos con ello, la chica va a casa de él, que ha sido despedido, dice que para disculparse, pero en realidad para dejar allí un collar robado y las llaves utilizadas. A continuación, llama a la policía, que lo arrestará. Koistinen ha visto como Mirja escondía en su sofá estos objetos, pero lo asume con un extraño fatalismo, no hace nada para defenderse, como si fuera el precio que ha de pagar por haber caído en la trampa, por haber sido engañado.
Es condenado a dos años de prisión, con posibilidad de libertad provisional a los doce meses. Cuando sale en libertad consigue un trabajo como limpia platos en un restaurante.
Pero Lindholm (Ilkka Koivula), el jefe (y probablemente amante) de Mirja, lo denuncia a la gerente informándola de que ha estado en prisión por robo. Nuevamente despedido, esta vez sí reaccionará intentando matar a Lindholm, pero solo consigue que le den una paliza.
Será Aila quien irá en su ayuda, encontrándolo en muy mal estado (¿moribundo?) en una zona del puerto. La película se cierra con el primer (y quizá último) signo de ternura: Koistinen estrecha la mano de Aila.
La película recupera el estilo más desesperanzado de Kaurismäki. Si los dos films anteriores de la denominada “trilogía de los perdedores”, Nubes pasajeras y Un hombre sin pasado, tenían finales más o menos felices, aunque frágiles, aquí queda poco espacio para la esperanza. Como parece apuntar el título, la luz se oscurece, el día termina.
Y para acabar de redondear esa impresión trágica, Kaurismäki abre y cierra el film con dos tangos de Carlos Gardel: “Volver” y “El día que me quieras”, como si quisiera decirnos que “la vida es un tango”, somos juguetes en manos del destino.
Película con la dimensión temporal justa (78 minutos), tan bellamente filmada como siempre, con un gran trabajo en la composición de los planos, quizá resulta más fría de lo habitual, puede que porque Kaurismäki no recurre a los actores a los que estamos acostumbrados a ver en sus películas y con los que ya nos hemos familiarizado. De hecho, Kati Outinen solo aparece en un breve cameo como cajera de un supermercado, mientras que, de los protagonistas, solo a Janne Hyytiäinen lo habíamos visto en Un hombre sin pasado y, brevemente, en Dogs Have No Hell.
Acabo con una referencia a Buñuel que me ha sorprendido, en especial por la coincidencia temporal con la revisión de la filmografía del de Calanda, que justo acabamos de empezar. Hacia el inicio del film vemos a Koistinen en su piso, escuchando la radio. Una voz femenina parece estar leyendo algún tipo de estudio sobre los escorpiones, que coincide con el breve documental incluido en el inicio de L’âge d’or. Los títulos de crédito nos aclaran que se trata de un extracto de una obra de Jean-Henri Fabre, entomólogo francés al que Buñuel admiraba y del que se sirvió para ese espectacular arranque de su segundo film.
Pero las referencia a Buñuel no acaban aquí. Como apunté en el comentario de Un hombre sin pasado, entre esta película y la comentada hoy, Kaurismäki participó en otro film colectivo, Visions of Europe, con un breve episodio titulado Bico. Se trata de una antología compuesta por 25 cortos dirigidos por directores europeos, a partir de una idea de Lars von Trier (que aparece acreditado como productor), financiada por la compañía danesa Zentropa (fundada por Von Trier), con igual presupuesto para cada uno y una duración máxima de cinco minutos.
El corto de Kaurismäki, con cierta resonancia al documental buñueliano Las Hurdes, se centra en un pueblecito de las montañas del norte de Portugal, Bico. Allí, la población masculina ha ido abandonando el lugar o se ausenta durante buena parte del año, quedando el lugar bajo el gobierno de las mujeres, sobre todo ancianas.
El despoblamiento ha comportado que en los terrenos antes cultivados crezca la hierba y se tengan que dedicar a criar algunas cabezas de ganado: cabras, ovejas, vacas. Se nos dice que hasta 1970 no tuvieron electricidad en Bico y que solo diez años después se construyó una carretera para llegar al pueblo. Un mundo aislado, congelado en el pasado, al que Kaurismäki (que tiene residencia en una población cercana, Viana do Castelo) se acerca con respeto y entregando una colección de imágenes de serena belleza, responsabilidad una vez más de Timo Salminen. El corto se cierra con la música de un acordeonista portugués, Abel Alves.
Después de este par de referencias buñuelianas, de forma casual (o no), el siguiente film, Le Havre, nos vuelve a llevar a Francia (como en su día La vie de bohème), y, en concreto, a la población costera normanda del mismo nombre... en la cual el director aragonés rodó las imágenes playeras de Un chien andalou. De forma inesperada nos hemos topado con otra de las referencias cinéfilas del gusto de Kaurismäki: Luis Buñuel.