07. El ángel ebrio (Yoidore tenshi, 1948)
“En esta película finalmente me encontré a mí mismo”. Relajados los controles, tanto sindicales como de las fuerzas de ocupación norteamericanas, y de nuevo junto a Keinosuke Uekusa, su amigo de la infancia, en el guion, Kurosawa introduce de manera definitiva en su cine ese “humanismo” un tanto moralista (a veces demasiado) que caracterizará la mayoría de sus películas.
Pero... y en esto llegó Toshiro. En la primera colaboración del gran actor japonés con Kurosawa, Mifune encarna un yakuza de medio pelo en el Japón de la posguerra. El ambiente es el más sórdido retratado hasta ahora por el director: un barrio marginal, crecido alrededor de una charca pútrida y pestilente (imagen con la que se inicia el film), nido de mosquitos y fuente de enfermedades, donde los personajillos del hampa intentan imponer su ley (esa tendencia a remarcar, a subrayar, mediante algún aspecto ambiental, como aquí la charca, el mensaje moralista es, en mi opinión, uno de los puntos más débiles de la obra de Kurosawa).
Pero la ley natural, en forma de tuberculosis (otra forma de remarcar la podredumbre moral interna del personaje, y por extensión de los yakuza) pondrá a Matsunaga, el personaje interpretado por Mifune, en su lugar. Su contraimagen será la de un médico borrachuzo, Sanada, que encarna Takashi Shimura, emparejado de nuevo con Mifune como ya lo había estado en el debut de este último en un film de Senkichi Taniguchi.
Sanada parece él mismo haber sido arrojado a la charca como un desecho más. Ejerce la medicina en malas condiciones, no solo materiales, comprensibles vista la pobreza general, sino también personales, puesto que es un hombre claramente alcoholizado (se bebe hasta el alcohol que necesita para las curas), es “el ángel ebrio” del título, en un papel que nos puede hacer recordar aquellos médicos fordianos que solía interpretar el gran Thomas Mitchell (hay un momento paradigmático del tono fordiano: en una de las numerosas discusiones entre Sanada y Matsunaga, el médico le lanza todo tipo de objectos, pero cuando está a punto de tirarle la botella de alcohol, se frena y le echa un trago).
Sanada es un hombre amargado, pero a pesar de ello siente todavía el impulso de hacer algo por sus convecinos, sean niños o un delincuente como Matsunaga, en el que se ve, de alguna manera, reflejado, como aquello en lo que se hubiera podido acabar convirtiendo.
Entre Sanada y Matsunaga se establece una lucha a lo largo de todo el film: el médico intenta que el yakuza se cuide para curar su tuberculosis, quizá una forma vicaria de afrontar su propia enfermedad con el alcohol, mientras que Matsunaga, aunque intenta seguir las directrices que le marca el doctor (no fumar, no beber, no ir con mujeres, descansar), se encuentra atado a su forma de vida.
Si se cuida y hace lo que le pide Sanada, pierde prestigio, y sin prestigio no impone respeto ni miedo a las personas a las cuales domina, algo que se va a ver acentuado cuando su jefe directo, Okada (Reizaburô Yamamoto), salga de la prisión y vuelva a ejercer el mando.
Si algo destaca de la película es la irrupción de un actor como Mifune, excesivo, arrollador, que va a presidir casi todo el futuro cine de Kurosawa hasta Barbarroja en 1965, 16 películas, solo faltando a la cita en Vivir. Sus miradas furiosas, sus movimientos como de pantera enjaulada, su gruñidos, consiguen impresionar, a pesar de que el maquillaje acabe extremando quizá en demasía su aspecto enfermizo, otorgando a su cara el carácter de una máscara.
Pero, a pesar de ello, Mifune consigue que aflore entre tanta coraza artificial los miedos y debilidades de un hombre que teme por su vida.
Además de Mifune y Shimura, la película cuenta con un reparto muy ajustado. Magnífico Yamamoto como Okada;
Chieko Nakakita (que repite) como Miyo, la antigua amante de Okada, acogida en su casa por Sanada, al que ayuda como enfermera; o Michiyo Kogure como Nanae, la amante de Matsunaga y después, cuando este se tambalea, de Okada.
La película supuso también la primera colaboración de Kurosawa con el músico Fumio Hayasaka, que lo acompañará en numerosos films hasta su muerte en 1955 (curiosamente, a causa de la tuberculosis), poniendo música también a algunos de las mejores películas de Mizoguchi, como Cuentos de la luna pálida. En la película suena a menudo la música de guitarra, lo que confiere una atmósfera especial a las imágenes (Kurosawa comenta que quería utilizar la música de Kurt Weill para “Die Dreigroschenoper”, pero no pudo por razones legales).
Lo que sí utilizará es el “Vals del cuco”, de Johan Strauss padre, para acompañar burlonamente la pérdida de poder de Matsunaga. Además de la música, la película goza de una banda sonora rica en ruidos de la calle, reflejando las aglomeraciones de los barrios populares, las tiendas, los vendedores callejeros, los locales musicales (incluso hay un número musical en un cabaret).
Al final, después de un auténtico via crucis de Matsunaga, pasando de las humillaciones que sufre por parte de Okada y de Nanae, y de ser recogido por Sanada en su propia casa, el yakuza enfermo decide reconciliarse consigo mismo en un acto postrero de redención: intenta matar a Okada, que amenaza con recuperar a Miyo, en una violentísima pelea (la forma de visualizarla por parte de Kurosawa tendrá continuación en posteriores films, como El perro rabioso). Pero Matsunaga, ya muy enfermo, escupiendo sangre, acaba muriendo apuñalado por su jefecillo.
Si he comentado un cierto vínculo con Ford, hay una secuencia que me ha hecho recordar a Bergman (desconozco si había visto este film): Matsunaga, en su delirio febril, tiene una pesadilla en la que se ve a sí mismo, junto al mar, donde hay un ataúd. Con un hacha lo abre para descubrir que en su interior se encuentra él mismo, que se levanta y lo persigue por la arena. La secuencia tiene un tono, un estilo, que me ha recordado los sueños siempre inquietantes que incluía en sus películas el director sueco, en particular uno de Fresas salvajes, en el cual el personaje de Victor Sjöström se veía a sí mismo en un ataúd.
En definitiva, un film interesante, con un guion muy elaborado, que da relieve a todos los personajes (incluso algunos menores, como la chica del mar, que parece amar en secreto a Matsunaga),
y que sin duda es la película más brillante dirigida por Kurosawa hasta ese momento. La siguiente, que comentaré pasadas las vacaciones, a finales de agosto, es Duelo silencioso. Si en El ángel ebrio se luchaba contra la tuberculosis, en el siguiente film el enemigo será la sífilis.
Acabo con un apunte de historia del cine japonés: coincide con el estreno de El ángel ebrio la tercera huelga que sufrió Toho después de la guerra, con una duración de 195 días. Sea como sea, la próxima película de Kurosawa ya no la rodará con la compañía con la que inició su carrera como director, sino con Daiei. A partir de entonces, Kurosawa va a alternar a menudo la productora, aunque volverá años después a Toho.
¡Que paséis un buen verano!![]()




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