09. El perro rabioso (Nora inu, 1949)
El perro rabioso es, en mi opinión, la primera gran película de Kurosawa. Quizá el calificativo de “obra maestra” fuera hiperbólico, pero sin duda se trata de un magnífico film. Es también el film aparentemente más occidental de los que llevamos vistos. Su temática podría ser la de un film policíaco norteamericano o británico de la época, una mezcla de procedural y buddy movie. A su vez, por el retrato de ambientes que incluye, podríamos pensar que estamos ante un film italiano de posguerra, con su aire neorrealista a la hora de pasear la cámara por los mercados y las calles de Tokio.
Vuelve a participar en la producción de la película esa Asociación de Films de Arte que había creado Kurosawa junto a otros pesos pesados del mundo del cine, en esta ocasión en colaboración con la Shintoho, productora fundada en 1947 también por personas procedentes de la Toho.
Y cuenta, de nuevo, con la gran pareja de actores masculinos del cine clásico japonés: Toshiro Mifune, en el papel del detective Murakami, el policía novato, el rookie, y el gran Takashi Shimura, como Sato. Esa relación profesional y afectiva entre el joven y el veterano, tantas veces llevada al cine, es uno de los puntales de la película.
Junto a ellos, la película goza de la presencia de un nutrido grupo de actores y actrices que encarnan a la perfección los personajes que desarrolla el guion de Kurosawa y Ryôuzô Kikushima (guionista novel que volvería a colaborar a menudo con el director): la bailarina Harumi (Keiko Awaji),
la carterista (Teruko Kishi),
el traficante de armas (Reizaburô Yamamoto, el villano de El ángel ebrio),
su joven colaboradora (Noriko Sengoku, la aprendiz de enfermera de Duelo silencioso)
o Yusa, el criminal (Isao Kimura).
Cuenta Kurosawa que para la ocasión, y basándose en una historia con un fondo real, escribió un primer tratamiento en forma de novela, siguiendo los pasos de su admirado Georges Simenon, pero que esa técnica le deparó muchos problemas, hasta el punto de no volverla a utilizar.
Pero por encima de argumento e interpretación, a mi personalmente El perro rabioso me encanta por sus imágenes, tanto por el trabajo de fotografía como el de montaje. Por un lado, el fascinante retrato del Japón de posguerra, que consigue mediante los paseos por las calles y mercados de la ciudad (una ciudad que muestra, esta vez sin recurrir a los decorados de estudio, las heridas de la guerra) de un desesperado Murakami, que intenta obsesivamente recuperar la pistola (con siete balas, detalle numérico que jugará un papel importante en el desarrollo de la trama) que le han robado en un autobús. Trabajo este que Kurosawa encargó al jefe de la segunda unidad, ni más ni menos que Ishirô Honda, que pasaría años después a la historia por ser el director del primer Godzilla. Honda, con un asistente de cámara, filmó, a veces de incógnito, los ambientes de las calles, para lo cual rodó muchos planos de medio cuerpo para abajo de un supuesto Murakami (que en realidad interpretaba el propio Honda). El montaje recurre a una variada paleta de planos subjetivos, encadenados, travellings, primeros planos de los ojos de Murakami, de sus pies, etc.
Junto a este toque que podríamos denominar “neorrealista”, la película consigue otros momentos excepcionales. Así, el brioso arranque, cuando se cuenta al espectador el robo de la pistola al mismo tiempo que lo hace Murakami a su superior. También la manera de componer los planos cuando Sato y Murakami interrogan a la joven interpretada por Sengoku o la excelente secuencia del partido de béisbol, que tiene algo de hitchcokiana, como más aún lo tiene el final en la estación de tren, cuando Murakami ha de identificar al asesino poseedor de su pistola a partir de los pies y los bajos del pantalón.
Luego, para cerrar la película, Kurosawa vuelve a demostrar, algo que ya hizo en el duelo final de Sugata Sanshiro: que sabe integrar a la perfección el movimiento de los cuerpos con la naturaleza. La pelea en un bosquecillo de Murakami y Yusa es extraordinaria, adornada además con unos elementos sonoros que dan más fuerza aún a las imágenes: el piano que toca a lo lejos una mujer o el cántico infantil de un grupo de niños que pasean cerca de los jadeantes cuerpos de los contendientes.
Cuerpos, los de Murakami y Yusa, que quedan claramente identificados como las dos caras de la misma moneda, la del desastre ocasionado por la guerra. Ambos son dos exsoldados pobres que solo volver a Japón han sufrido el robo de sus escasas pertenencias. La diferencia entre ellos es de actitud, de toma de decisión: mientras que Murakami se enrola en la policía, Yusa decide seguir el camino, él cree quizá que más fácil, del crimen. Pero queda claro que les unen más cosas que las que les separan, incluido un cierto desequilibrio emocional (quizá ahora hablaríamos de estrés postraumático) que en Murakami se manifiesta por medio de un sentimiento de culpa extremo. El mensaje que introduce Kurosawa, algo que ya expresó en El ángel ebrio, es que un ambiente de miseria, de privaciones, de desequilibrio social, es el caldo de cultivo ideal para el mal (tema que volverá a exponer en uno de sus mejores films: El infierno del odio).
Destaca también la manera de integrar los fenómenos meteorológicos en el desarrollo del film: la presencia y persistencia de la naturaleza por encima del devenir humano. Aquí, por un lado, el calor asfixiante que acompaña a los personajes a lo largo de todo el film (magistrales esos planos de las bailarinas sudorosas yaciendo en el suelo de los camerinos, descansando casi asfixiadas), con profusión de abanicos, ventiladores o el omnipresente sudor en los rostros de los protagonistas. Por otro lado el papel de la lluvia, torrencial, que estalla en varios momentos del film, incrementando la sensación de opresión emocional que recorre toda la película.
Desgraciadamente, después de este magnífico film, y antes de llegar a su indiscutible primera obra maestra, Rashômon, tendremos que pasar la semana que viene por Escándalo, film del que tengo escaso recuerdo y que me pareció en su día de lo menos atractivo del director.