19. Los canallas duermen en paz (Warui yatsu hodo yoku nemuru, 1960)
Lamentablemente tengo que empezar con una referencia a la copia que he visionado. Se trata de un DVD en edición añeja de Filmax, dentro de su colección de cine japonés, que ni respeta la relación de aspecto (no es anamórfica, con lo que el recién estrenado scope que tanto entusiasmaba a Kurosawa se queda en nada, dentro de un formato 4/3) ni brilla precisamente por su nitidez, más bien todo lo contrario, lo cual, sin duda, influye en la sensación final y en la valoración del film.
Además, hay que decir que, como pasa con El idiota y Crónica de un ser vivo (y alguna más), se trata de un guion confuso, espeso, difícil de seguir en algunos momentos. Lo embarullado de la trama puede deberse al considerable número de implicados en el texto. Se dice que, partiendo de una historia del sobrino de Kurosawa, Mike Inoue (que no fue acreditado… eso para que uno se fie de la familia), se implican en la redacción del guion, colaborando con el propio director, muchos de los habituales de sus últimos films: Hideo Oguni, Eijirô Hisaita, Ryûzô Kikushima y Shinobu Hashimoto. O sea, sin contar al pobre sobrino, cinco guionistas acreditados. Demasiadas manos en mi opinión.
Y eso que Kurosawa rodaba, por primera vez, con su productora propia, en coproducción con Toho, como hará en sus siguientes films, o sea que es de imaginar que contó con más libertad que en ocasiones anteriores. El resultado final es un film irregular, con momentos extraordinarios y otros liosos que ponen en un aprieto al espectador más atento (supongo que si es occidental, como es mi caso, más aún). Esta vez Kurosawa apuntó alto en sus pretensiones. Nada de cine jidai-geki, de samuráis en una cruenta Edad Media feudal, sino cine contemporáneo, de denuncia de la corrupción imperante entre empresas en connivencia con entidades estatales o paraestatales.
Quizá un problema de la película es que el inicio es magnífico: una larguísima secuencia de más de 20 minutos, en que asistimos a la boda de Kôichi Nishi (Toshiro Mifune, al que no oiremos hablar hasta más adelante, pasada la media hora), secretario de Iwabuchi (espléndido e irreconocible Masayuki Mori, el marido de Rashomon y el idiota del film homónimo), vicepresidente de un ente público, con la hija de este, la delicada Yoshiko (Kyôko Kagawa), que sufre una evidente cojera por tener una pierna más corta que otra.
Durante esos minutos se nos van desvelando detalles de la corrupción que emponzoña la empresa, gracias a los comentarios sarcásticos de un coro de periodistas . Además, irrumpe la policía para detener a uno de los empleados, Wada (Kamatari Fujiwara, el R2D2 de La fortaleza escondida), y alguien envía un pastel de boda que causa consternación, porque reproduce el edificio de la compañía y marca la ventana de la séptima planta con una flor roja, clara alusión al suicidio de otro empleado, Furuya, sucedido unos cinco años antes.
Estos primeros minutos son magistrales (Coppola tomo buena nota de cara a la famosa escena de la boda en The Godfather): sin necesidad de que los protagonistas, Nishi y Toshiko, digan nada, Kurosawa nos va dando información sobre el resto de dramatis personae, y además hace patente que “algo huele a podrido” en Tokio. La referencia a “Hamlet” me sirve para destacar que algunos comentaristas creen que la película tiene una deuda importante con la tragedia shakespeariana, lo que a mí, personalmente, me parece algo excesivo, sin negar que, como toda obra universal, alguna referencia al drama inglés se pueda rastrear en el film.
Después de la boda, un ágil montaje, muy a la americana, refleja el eco que encuentra en la prensa el escándalo de la compañía. Hay más detenciones y interrogatorios. Otro de los empleados se lanza a las ruedas de un camión suicidándose. Por su parte, Wada, que ha salido en libertad, pretende hacer lo mismo arrojándose a un volcán (momento que impresiona por lo salvaje del paisaje y lo terrible de la opción elegida), pero es precisamente el hasta entonces silente Nishi quien se lo impide.
Finalmente, otro jefe en la estructura de la empresa, Shirai (Kô Nishimura) está a punto de ser asesinado, pero nuevamente es Nishi quien lo salva. ¿Por qué?
Por fin, cuando el film ya se encuentra en su ecuador, descubriremos que Nishi es en realidad el hijo natural de Furuya, que ha adoptado la personalidad de un amigo para mejor llevar a cabo su venganza. La trama, más que a Shakespeare, a mí me suena a novela decimonónica tipo “El conde de Montecristo”, la historia de la venganza de un misterioso personaje que parece haber salido de la nada.
Enseñadas las cartas, la película, en mi opinión, pierde fuelle, o quizá el espectador empieza a acumular cansancio (la película dura dos horas y media). Hay un ir y venir de personajes, añadiéndose a las víctimas de Nishi el administrador, Moriyama (encarnado por Takashi Shimura), al que encierra en una fábrica en ruinas, paisaje devastado que parece simbolizar el clima moral del Japón de la posguerra.
Pero el intento de venganza de Nishi fracasa parcialmente, se impone finalmente el poder maligno de Iwabuchi, capaz de manipular los sentimientos de su hija para acabar con Nishi (aunque hay que decir que también Nishi ha manipulado a la joven casándose con ella para acceder a su padre y al núcleo directivo de la empresa). Kurosawa deja fuera de campo la muerte de Nishi, en un accidente de automóvil, después de que lo hayan “emborrachado” inyectándole alcohol en las venas (aspecto que nos remite a la genial North by Northwest, aunque allí Hitchcock nos lo ofrece en cierto modo en clave de comedia). La película se cierra con Iwabuchi comunicando por teléfono a una más alta instancia el final del problema, patentizando así que él solo es un engranaje más dentro de un mecanismo corrupto que alcance probablemente a las más altas jerarquías del gobierno. Valiente apunte por parte de Kurosawa.
En el trasiego vengativo y la denuncia de la corrupción se pierde un poco uno de los aspectos más atractivos del film, por lo poco usual que es en el cine de Kurosawa: la relación amorosa entre Nishi y Yoshiko. Aunque el matrimonio ha sido una farsa, ella realmente está enamorada de él, y él finalmente expresa claramente su amor, lo que le hace vacilar a la hora de llevar hasta el final su plan. Ese amor le despierta la conciencia: ¿no está convirtiéndose él en un canalla tan malvado como los que quiere desenmascarar?
A pesar de que fue bien valorada por la crítica, hizo solo una taquilla discreta y se ha convertido en uno de esos films de Kurosawa poco vistos. Un guion espeso, una visualización oscura, fúnebre, la falta de un protagonista con el que poder empatizar (el adusto Nishi de Mifune no despierta simpatía), dificulta que la película pueda gustar en su conjunto, aunque sin duda nos deja momentos de gran cine. Me gustaría poder verla en una copia en condiciones para ajustar más mi valoración.
Con la próxima entrega, Yojimbo, entramos en uno de los períodos más brillantes del cine de Kurosawa, que se alargará hasta Barbarroja, antes de que cayera en una grave crisis, no solo de producción, sino también física y mental.




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