28. Los sueños de Akira Kurosawa (Konna Yume Wo Mita, 1990)



Después de dos grandes producciones como Kagemusha y Ran, Kurosawa inicia la última etapa de su filmografía con un film personal, introspectivo, en el que intenta reflejar el mundo de sus propios sueños. De ahí que el film, originalmente titulado Konna Yume Wo Mita (algo así como “Tuve un sueño como este”) y finalmente solo Yume (“Sueños”), pasara a conocerse internacionalmente con el añadido de su nombre: Los sueños de Akira Kurosawa o Akira Kurosawa’s Dreams, lo que nos hace pensar en una apropiación del film próxima a Fellini.

A pesar de que se trataba de un proyecto mucho menos costoso que sus dos anteriores películas, tampoco fue fácil encontrar la financiación en Japón. Planteada como una producción de la empresa familiar, con su hijo Hisao y su sobrino Mike Inoue como productores, Kurosawa vuelve a recurrir a sus contactos hollywoodienses, en esta ocasión Steven Spielberg que le abrió las puertas de Warner, con la que firmó un contrato para la distribución del film.

Así, a Coppola y Lucas como productores de Kagemusha, une aquí al Midas de Hollywood entre sus colaboradores. Además la Industrial Light & Magic del director de Star Wars se ocupó de los efectos especiales, y Martin Scorsese encarnó a Vincent Van Gogh en el quinto sueño.

El guion, firmado en solitario por Kurosawa (aunque parece que Honda colaboró en parte, sobre todo en el cuarto sueño), estructura el film en 8 sueños, todos atribuibles a experiencias del propio director, que se supone los protagoniza, bajo el simple apelativo de “Yo”. En los dos primeros, ensoñaciones infantiles, encarnan ese Yo unos niños, y los cinco restantes el actor Akira Terao (al que vimos como Taro en Ran).

Como tantas otras veces en la historia del cine, los episodios tienen un interés desigual, en general demasiado lastrados por un tono aleccionador, didáctico, de una simplicidad e ingenuidad que los convierte en la mayor parte de los casos en la temible categoría de “cortos con mensaje bienintencionado”. Ante la pobreza argumental, y la vulgaridad expositiva (lejos de las fascinantes fantasías oníricas de un Fellini o las lúgubres de Bergman, por poner un par de ejemplos), hay que buscar el interés del film en pequeños detalles y en el admirable trabajo de vestuario de alguno de los episodios (en particular, el segundo). En mi opinión no pasan de discretos, salvo el último, excelente episodio por el que vale la pena ver los más de 100 minutos anteriores.

Cito los títulos de los episodios por la traducción de la edición en DVD de Warner que tengo desde hace muchos años, antes que el film se editara en nuestro mercado.

1) “Llueve y brilla el sol”: un niño sale a pasear al bosque un día en que, a pesar de llover, luce el sol. Su madre le advierte que en esos días los zorros organizan sus paradas nupciales y que no les gusta ser observados. Asombrado, el niño ve el cortejo nupcial. De vuelta a casa, la madre no le deja entrar y le entrega un cuchillo para que se haga un seppuku, a no ser que consiga que los zorros lo perdonen. Para encontrarlos se ha de dirigir al arco iris, bajo el cual viven las raposas. Episodio con cierta gracia, sobre todo por el desfile de los zorros.



2) “El huerto de los duraznos”: otro niño, un poco mayor que el anterior, busca una niña a la que cree haber visto jugando con su hermana y sus amigas con las muñecas. Siguiéndola (como si fiera el conejo blanco de Alicia) llega hasta el huerto donde en su día florecían los duraznos (un tipo de melocotón). Allí se le aparecen esos personajes que su hermana tenía en forma de muñecos para criticar lo que hizo la familia del niño: cortar los árboles y dejar el paraje desierto. Me parece un episodio con muy poco interés, con un mensaje "ecologista" demasiado evidente e infantil, aunque de gran belleza en el vestuario.



3) “La tormenta de nieve”: cuatro alpinistas se ven frenados en su marcha por una tormenta de nieve que amenaza con sepultarlos. Uno de ellos (supongo que “Yo”, ahora ya el adulto Akira Terao) se resiste, pero una mujer intenta que se duerma con suaves palabras y cubriéndole el cuerpo. En realidad es una especie de hada maligna o quizá simplemente la personificación de la muerte, personaje que encarna la estupenda Mieko Harada, la Kaede de Ran.



4) “El túnel”: un soldado vuelve de la guerra. Ha de cruzar un túnel, aunque un perro de aspecto infernal intenta impedírselo. Una vez cruzado, se le aparece primero un soldado muerto y luego todo el pelotón que el comandaba. Les pide que vuelvan al lugar de dónde proceden y se disculpa por no haber podido evitar su muerte: él fue hecho prisionero. Uno de los episodios más evidentes, en su obvio mensaje contra la guerra, muy pobremente ambientado (esos maquillajes carnavalescos de los muertos no ayudan a dar densidad al relato).



5) “Cuervos”: aquí “Yo” es un supuesto estudiante japonés de pintura (Kurosawa era un gran aficionado a la pintura, que estudió ya desde niño; hizo exposiciones con sus obras) visitando la sala de algún museo donde se encuentran muchos de los famosos cuadros de Van Gogh. Se introduce en uno de ellos, el “Puente de Langlois”, y busca al pintor neerlandés. Cuando lo encuentra, tiene los rasgos y la voz de Scorsese que, de forma completamente absurda, responde al japonés en inglés. Los cuadros de Van Gogh siempre son de agradecer, pero es un episodio que no aporta nada.





6) “El Fujiyama en rojo”: un accidente en las centrales nucleares ha provocado unas violentas explosiones que parecen surgir del mismo Fujiyama, que es un volcán. Vemos la montaña sagrada japonesa al rojo vivo y la población huyendo desesperada. Un mensaje obvio sobre los riesgos de la energía nuclear (pocos años después de Chernobyl).



7) “El demonio lastimero”: en esta ocasión el paisaje apocalíptico parece ser el resultado de las bombas nucleares y las radiaciones. “Yo” se encuentra con una especie de demonio con un cuerno, que le muestra los efectos sobre la naturaleza: extrañas flores gigantescas y mutaciones animales. Le cuenta que hay demonios con dos y tres cuernos, que se alimentan de los que solo tienen uno. Pero unos y otros son permanentemente agobiados por un dolor del que se lamentan lastimeramente, condenados a vivir eternamente.



8) “La aldea de los molinos de agua”: el mejor sin duda. “Yo” llega a una pequeña aldea al lado de un curso de agua, donde entabla conversación con un anciano (interpretado por el gran Chisu Ryu), de 103 años, que le comenta algunas de las costumbres del pueblo. Ese día se celebra el entierro de una mujer de 99 años, y se hace de manera festiva. El anciano se unirá alegremente a la comitiva.





Un plano fijo sobre el lento deslizarse del río, con el sonido del agua y la música del compositor ruso Mikhail Ippolitov-Ivanov, cierra el film. Un final de gran belleza, el único momento quizá en que la película transmite una emoción que parece sincera, sin artificios.



La película tuvo un recibimiento crítico más bien tibio. Poco antes del estreno, Kurosawa había recibido un Oscar honorífico por el conjunto de su carrera, que le entregaron Lucas y Spielberg. Pero su obra todavía estaba inconclusa, como tendremos ocasión de comprobar en la próxima entrega, Rapsodia en agosto, que nos deparará una sorpresa llegada del mismísimo Hollywood: la presencia de Richard Gere como protagonista.