Añado un breve comentario de las dos películas que intentó rodar Kurosawa, sin éxito, dentro del sistema producción de Hollywood en los años sesenta.
Tora! Tora! Tora! (1970), de Richard Fleischer, Kinji Kukasaku y Toshio Masuda
Como ya comenté hace unos días, en el libro de Galbraith IV se dice que Kurosawa no llegó a rodar más allá de 8 minutos de película, de los cuales al parecer no quedó nada en el montaje final. Lo cierto es que cuesta ver qué pudo interesar a Kurosawa de este film, planteado de una manera que quiere ser equitativa: la intención es combinar la visión japonesa del ataque a Pearl Harbor (la parte que tenía que rodar nuestro director y que acabó siendo responsabilidad de Kinji Kukasaku y Toshiro Masuda) y la estadounidense, la cual, no obstante, acaba teniendo más peso, aunque quizá no sea la más interesante.
Desde los mismos títulos de crédito se apela a la veracidad de los acontecimientos que vamos a ver, al carácter histórico de lo que se relata. No tengo argumentos para rebatirlo, pero en todo caso lo que transmite el film es que por parte de Estados Unidos se encadenaron todo tipo de errores, desde los del presidente Roosevelt al enviar la flota al puerto hawaiano a los de prácticamente todos los implicados, en especial los de máxima graduación, una colección de incompetentes descomunal.
La película pretende reproducir toda una serie de reuniones, de conversaciones de alto nivel, tediosas secuencias que solo sirven para que desfile ante la pantalla la habitual nómina de actores veteranos, cada uno con su momento: Martin Balsam, Jason Robards, Joseph Cotten, E.G. Marshall, James Whitmore, George Macready y un larguísimo etcétera.
Por parte japonesa, la atención se centra en el almirante Yamamoto (Sô Yamamura), personaje clave de la historia japonesa del período, y que ha contado con numerosos films dentro de la cinematografía nipona que se han ocupado de su figura (el mismísimo Toshiro Mifune lo encarnó años después en Midway, de Jack Smight, pero ya lo había hecho antes en películas japonesas). Yamamoto parece en todo momento seguir los dictados del gobierno a regañadientes, como si no estuviera nada convencido de lo oportuno de lanzar el ataque sorpresa sobre la base norteamericana. Esa “sorpresa” además no queda claro hasta qué punto fue un engaño, o si una muestra más de la ineficiencia de los implicados, en este caso de la diplomacia japonesa en Washington.
A trompicones superamos la hora y media de metraje y llegamos a las 11 de día 7 de diciembre de 1941, cuando se inicia el bombardero de los buques y los aviones concentrados en Pearl Harbor. Completamente in albis las fuerzas estadounidenses, el ataque se convierte en un paseo sangriento de la aviación nipona, que casi sin bajas (solo vemos un avión derribado y aprovecha su caída para impactar contra unas instalaciones militares) ocasiona un destrozo considerable en la flota y la aviación de Estados Unidos, aunque “oportunamente” no se encontraban en el puerto los portaaviones (lo cual ha dado lugar en ocasiones a ciertas especulaciones).
Ciertamente, esa última media hora tiene un dinamismo del que carece el resto de la película, pero incluso en esa parte a mí personalmente me ha seguido pareciendo un film tedioso, sin que en ningún momento nos podamos agarrar emocionalmente a los personajes. Incluso, cosa que sorprende en un director experto como Fleischer, hay una notable confusión en las localizaciones, de manera que uno no sabe si la conversación que está viendo tiene lugar en Washington o en Hawái.
Queda como colofón la frase final de Yamamoto con la que se cierra el film y que se reproduce en un rótulo en inglés (afortunadamente, los japoneses hablan en japonés a lo largo de todo el film): “I fear all we have done is to awaken a sleeping giant and fill him with a terrible resolve”. Y es que ya se sabe como son los estadounidenses a la hora de hacer pagar las afrentas recibidas. Aunque no tenga nada que ver, me ha recordado aquella frase de la hitchcockiana The Man Who Knew Too Much: “Don't you realize that Americans dislike having their children stolen?”.
El tren del infierno (Runaway Train, 1985), de Andrei Konchalovsky
El otro intento fallido de Kurosawa fue el rodaje de un guion propio escrito en colaboración con Hideo Oguni y Ryûzô Kikushima. A diferencia de Tora! Tora! Tora!, se trataba de una ficción que se tenía que rodar en suelo estadounidense y con actores de Hollywood. Pero como ya comenté brevemente con anterioridad, un cúmulo de circunstancias adversas dieron al traste con el proyecto.
Años después, sería otro extranjero, el ruso Andrei Konchalovsky, el que llevaría el proyecto a buen puerto. El guion fue reescrito (se acreditan hasta tres guionistas, entre ellos el célebre escritor de novela negra Edward Bunker, al que se reserva un pequeño papel de presidiario, y que muchos recordaréis como el Mr. Blue de Reservoir Dogs),
siendo uno de los cambios más notables la substitución de un personaje masculino (el tercero de los atrapados en el tren desbocado) por uno femenino, interpretado por la “angelical” Rebecca De Mornay, en uno de sus primeros papeles importantes, años antes de la celebérrima The Hand That Rocks the Cradle.
La trama es muy simple: un peligroso interno de una prisión de máxima seguridad situada en Alaska, Manny (interpretado por Jon Voight con enormes dosis de histrionismo y un rostro maquillado en exceso), se fuga en compañía de un joven convicto, Buck (Eric Roberts, que supera a Voight en los excesos interpretativos). La película se convierte así en una buddy movie, en la que el preso veterano, muy violento, acaba ejerciendo la tutoría sobre el joven inexperto.
Perdidos en medio de los paisajes nevados de Alaska, se refugian en el interior de un tren con la intención de huir en él, pero tienen la mala suerte de que el conductor muere a consecuencia de un ataque de corazón, con lo cual el convoy inicia una alocada carrera sin freno. Se une a ellos una improbable auxiliar, Sara, que se había quedado dormida en algún lugar del tren.
La película se centrará en tres puntos de interés: los frenéticos intentos de la estación de control ferroviario para que el tren no choque con otros vehículos (lo cual consiguen a medias); la persecución que emprende el alcaide de la prisión, Ranken (John P. Ryan), personaje también excesivamente caricaturesco, que nos hace recordar el de Ernest Borgnine en su enfrentamiento con Lee Marvin en Emperor of the North Pole, aunque aquí Ranken los persigue en un helicóptero y solo al final subirá a la locomotora;
y, por supuesto, la relación entre Manny, Buck y Sara.
Quizá a Kurosawa le interesaba rodar la película para aprovechar lo de cinemático que tiene el tren (y que supo plasmar a la perfección en la magistral secuencia del ferrocarril de El infierno del odio) y para fotografiar los paisajes nevados, por los que siempre mostró querencia el director japonés. El resto de la trama no resulta fácil de asociar al universo de Kurosawa, al menos tal como nos llega la versión de Konchalovsky.
La película acaba resultando un tanto cansina, especialmente porque poco se puede aprovechar de los personajes, que nos interesan entre poco o nada. Eso sí, hay momentos de cierta espectacularidad y riesgo para los especialistas, adquiriendo el film un tono muy propio de las películas de acción de los ochenta de los productores Yoram Globus y Menahem Golan para la Cannon.
Muy poco, en definitiva, para lo que uno podría esperar de un guion de Kurosawa. A destacar, como curiosidad, la presencia del veteranísimo Hank Worden (el inolvidable Mose Harper de The Searchers) entre los presidiarios. Y una imagen para el recuerdo: la locomotora, ya solo con Manny y el alcaide en su interior, perdiéndose entre la niebla, directos al desastre (que Konchalovsky no nos muestra), mientras suena Vivaldi.
Con estos comentarios tenía la intención de cerrar la revisión, a la espera de poder completar, como marca la tradición, el cuestionario Fletcher. Pero gracias a Alcaudón he visto que se puede visionar en YouTube la película presentada en la Mostra de Venecia en 1999, realizada a partir de un guion de Kurosawa: Ame Agaru (Después de la lluvia). Así pues, próximamente la comentaré y con ese comentario, esta vez creo que definitivamente, cerraré el ciclo.