Sammy, huida hacia el sur (Sammy Going South, 1963)
Delicioso film de aventuras que supone una nueva colaboración de Mackendrick con Michael Balcon, aunque ya no en la Ealing, sino en la productora de Balcon. La película, basada en la novela del mismo título del novelista inglés W.H. Canaway, publicada en 1961, vuelve a demostrarnos la habilidad del director para las historias con protagonistas infantiles, como vimos en la magnífica Mandy (y que confirmaremos en la próxima entrega). Aquí se trata de la odisea de un niño, Sammy (correctísimo Fergus McClelland, de unos 12 años, que debutaba en el cine), el cual, a causa de la tragedia familiar acaecida durante la llamada Guerra del Canal de Suez o del Sinaí (1956), cuando una bomba destruye la casa familiar en Port Said, lo que ocasiona la muerte de sus padres, se ve en la obligación de iniciar un largo periplo hasta Durban, en Sudáfrica, para reunirse con su tía Jean. ¡Casi 7.000 km en línea recta!
Para la ocasión, Mackendrick filma el film por primera vez en cinemascope, con la dirección fotográfica de Erwin Hillier, con una larga trayectoria tras de sí. La película alterna imágenes rodadas en estudio con localizaciones en África, en Kenya, Uganda y Tanzania, aunque el final en Durban no se rodó en el país sudafricano, se recurrió a imágenes de archivo de sus calles. Tampoco se rodó el inicio en Egipto, sino que la secuencia de Port Said se filmó en Kenya.
A pesar de lo insólito y en cierto modo inverosímil de la propuesta argumental, que la película aligera mediante numerosas elipsis, seguimos con atención e interés creciente las peripecias del joven muchacho. No obstante, la versión inicial era mucho más extensa. Al parecer superaba las tres horas, pero Balcon forzó una reducción a 129 minutos (eliminando en parte planos que profundizaban en la atracción lasciva que Sammy provoca en el sirio, y que chocaban con la censura). Pero incluso esa versión fue posteriormente recortada hasta la versión actual, alrededor de las dos horas. Quizá todos esos recortes justifican los saltos temporales tan forzados que hay en la película, aunque lo cierto es que el resultado final a mí me sigue pareciendo suficientemente harmonioso.
Ya el inicio del film, magníficamente sintetizado en unos pocos minutos, consigue que el espectador se ponga a la altura de Sammy, vea la tragedia que vive el niño desde su perspectiva.
Sammy pasa de jugar tirado despreocupadamente por el suelo a ver como retiran los cadáveres de sus padres (con el macabro detalle de la zapatilla de la madre que se suelta del pie durante el traslado del cuerpo). Insultado y rechazado por unos niños árabes, que él cree sus compañeros de juegos, Sammy, con la ayuda de una pequeña brújula integrada en un silbato, inicia su larga marcha hacia el sur.
Pero el poco dinero que lleva encima no le da para mucho, y el autocar en el que viaja lo abandona en medio de la nada. Un vendedor ambulante sirio lo ayudará a seguir el viaje, pero muestra un peligroso exceso de atracción por el niño (el detalle de ponerle un pañuelo en la cara como si fuera un velo es revelador). Pero, como ocurrirá de manera aún más evidente en el próximo film, la inocencia de Sammy se alía con la desgracia, una suerte de nueva “abuelita Paz”, como el personaje de Mrs. Wilberforce de The Ladykillers. Así, una piedra estalla en el pequeño fuego donde cuecen el pan y el sirio queda cegado, herido de gravedad, perdiendo la vida durante la noche. Sammy se despertará con el cadáver de su “protector y carcelero” al lado, al cual está encadenado. Se liberará del sirio y se apropiará de su dinero, reanudando la marcha.
En Luxor una mujer norteamericana, Mrs. Gloria (la veterana Constance Cummings), rica como mandan los cánones, lo recoge y quiere llevárselo hacia el norte. Pero la brújula marca su destino: siempre hacia al sur. Sammy se escapa y consigue pasaje en un barco que surca el Nilo (lo que permite introducir las típicas y siempre agradecidas imágenes de la fauna del lugar).
Pero Mrs. Gloria no ceja en su empeño, y envía tras el muchacho al griego Spyros. Ya en Sudán, Sammy persevera en su determinación y aprovechará una parada de Spyros en medio de la sabana para escaparse y, de paso, dejar inutilizado el vehículo del griego, un gesto malicioso (porque se oyen rugidos de fondo) que vuelve de nuevo a cuestionar la supuesta “inocencia infantil”. Sammy se muestra sorprendentemente mañoso y resuelto, así lo vemos encaramarse a un árbol para pasar la noche alejado del peligro de los animales salvajes.
No es hasta pasada la primera hora de película que aparece el “actor principal”, según los créditos del film, el gran Edward G. Robinson, que borda su papel de Cocky, viejo buscador furtivo de diamantes y otras piedras preciosas. Con Cocky, Sammy vivirá nuevas experiencias, encontrará en él un maestro, un padre, con el que aprenderá a disparar, matando in extremis un leopardo y salvando así la vida de su viejo amigo.
Hoy vivimos la relación con los animales y la caza de otra manera, pero me imagino a los espectadores infantiles de la época viendo que un niño como ellos era capaz de matar el feroz felino: se entiende la expresión sonriente de Sammy y el orgullo de lucir la piel de leopardo. Pero también aquí la película muestra la otra cara de la moneda: el cachorro de leopardo que acaba de perder a su madre, como le ha pasado al propio Sammy, que en cierto modo ha pasado de víctima a verdugo.
Pero la felicidad no es eterna: la policía hace su aparición en el campamento del viejo furtivo, a la búsqueda del niño perdido. O sea, Sammy ocasiona la perdición de Cocky, encarcelado. Sammy consigue huir en avión con Lem, el socio de Cocky, recuperando además las joyas que su amigo a escondido entre las ramas de un árbol. Lem le promete a Sammy que lo llevará a la zona portuguesa (supongo que refiriéndose al actual Mozambique) y que allí podrá coger un tren con destino a Durban. Y mientras Cocky redacta un testamento en qué lega todas sus posesiones a su querido ahijado, el pequeño Sammy conseguirá finalmente llegar a su destino: al hotel de la tía Jane en Sudáfrica, donde, triunfal, recupera la piel de leopardo.
Me parece un film espléndido, entretenidísimo, una de las mejores películas de aventuras infantiles, sin que en ningún momento caiga en las ñoñerías habituales del cine “para niños”, al contrario, introduciendo sin reservas los aspectos más sórdidos que vive Sammy durante la travesía: la guerra, la muerte, la insolidaridad, el abuso (que roza lo sexual en el caso del sirio), los peligros de la naturaleza salvaje, la ambigüedad entre lo legal y lo ilegal, en su relación con Cocky… No sé cómo será la novela de Canaway, pero la película es una magnífica odisea de formación en el medio más salvaje posible.
Excelente película, pero que Mackendrick todavía mejoraría en la posterior A High Wind in Jamaica, pero eso será dentro de unos días.