Maravillosa. En mi opinión se trata de una lúcida y esclarecedora reflexión acerca del choque de culturas y la patente desigualdad existente en el mundo.

Todas las historias conexionan de alguna manera y nos ofrecen una reflexión del mundo a través de ellas. ¿Pretencioso? Más bien real diría yo. La cámara de Iñárritu se interna en las historias de manera natural, tal como si estuviese ahí y reflejase lo que ocurre, pero, claro está, adaptándose a cada historia y a cada forma de vida (gran fotografía), a cada ambiente, a cada lugar; para contarnos, en el fondo, que no todo es tan diferente interiormente, aunque por fuera la diferencia sea abrumadora -apabullante mundo de contrastes el mostrado entre las infinitas luces (y sombras) de la historia japonesa respecto al infinito desierto, en todos los sentidos, marroquí; ciertamente impresionante y elocuente-: ¿será precisamente esa diferencia "aparente" la que nos impida reflexionar sobre la "otra" diferencia? ¿Qué necesitamos cambiar? Preguntas que yo me hago tras observar y pensar en esta obra de arte.

El montaje resulta efectivo en cuanto a que hila las historias, las conexiona, no tanto argumental, como sí emocionalmente, y aunque pueda quedar ciertamente en la débil línea que separa lo forzado de lo bien llevado, es un hecho al que no le presto suma importancia, puesto que, primero, me creo la historia que me cuenta -porque me la cuenta bien-, pero, sobre todo, porque es sabido que se debe ver como una clarificadora metáfora para contar lo que cuenta: insolidaridad, desigualdad, miedo (muchísimo), prejuicios raciales (demasiados...), incomprensión...

Debo recalcar también la excelente música ambiental, que ayuda a acompañar a los sentimientos que se nos muestran en pantalla, transportándonos a su más hondo interior de manera irremediable.

Ya sólo por el mero hecho de atreverse a intentar mostrar las penurias y fragilidad humanas merece la pena; llega un punto en el que uno se cansa de alambicados embadurnamientos.

Saludos.