¡Por favor! Las comparaciones son siempre odiosas y, en este caso, improcedentes. La trilogía de
Sissi es cursi,
El Gatopardo decadente: hay un universo de diferencia.
Visconti nunca pudo ser cursi porque no recrea como Marischka un mundo pasado que desconoce: está hablando del suyo. Visconti podía ser marxista, pero pertenecía a la nobleza italiana y nació rico. Siempre se debatió entre sus ideas y su linaje, pero muchos de sus films están ambientados, por así decirlo, en el patio trasero de su casa.
La misma comparación podría hacérsele con Kubrick y
Barry Lyndon: un tío del Bronx intentando meterse en el pellejo de un arribista irlandés en su ascenso social durante el siglo XVIII puede tener cierta comprensión del personaje, pero no deja de ser un intento; Visconti con el príncipe de Salina está describiendo a alguien de la familia, y la película es de alguna manera su testamento, o al menos el de la clase social a la que pertenece en la vida real. Un equivalente cinematográfico a la obra de Proust.
Por lo demás,
El Gatopardo se sostiene no por su puesta en escena, que es formidable y completamente alejada del cartón-piedra, sino por la extraordinaria historia que narra. Volvemos a lo de siempre: el guión, basado en el clásico de Lampedusa. Sicilia como centro de un mundo que desaparece, con el
Risorgimento al fondo y Don Fabrizio dándose cuenta de que su poder se acaba y es preciso adaptarse a los nuevos tiempos, como explica la frase capital de la novela y la película:
'Se vogliamo che tutto rimanga com'è, bisogna che tutto cambi'.
Pues sí, bastante...
