10. Traidor en el infierno (Stalag 17, 1953)



Dice Wilder a Cameron Crowe: “una de mis películas favoritas […] Fue un éxito comercial, en Broadway también, pero creo que yo la mejoré un cien por cien, si se me permite decirlo”. Por supuesto, Mr. Wilder, diga usted lo que quiera, es su película, aunque un poquito de contención en la autoalabanza no estaría de más. Pero en mi opinión, si se me permite decirlo, es uno de sus films que menos me gustan, sin que con ello insinúe que se trate de un mal film ni mucho menos, la producción es sólida, como corresponde a un Wilder perfectamente asentado en los engranajes de una grande como Paramount.

Sobre lo de que mejora un 100% la obra teatral de Donald Bevan y Edmund Trzcisnki estrenada en Broadway en 1951, con dirección de José Ferrer, nada puedo alegar, puesto que no conozco el original, aunque me parece una afirmación hiperbólica. El guion está firmado por Wilder y un nuevo colaborador, Edwin Blum, sobre el que nuestro directo sentencia “no volví a trabajar con él porque no aportaba nada”.

Al parecer la película presenta notables diferencias con la obra teatral, pero como no puedo comprobarlo me limito a comentar, brevemente (lo siento, es un film que no me inspira), el resultado cinematográfico. De entrada, advierto que el subgénero de prisiones y aún menos el de campos de prisioneros no me resulta atractivo, porque en general se centra en un único objetivo, la fuga, y se suele recurrir a toda una consolidada colección de tópicos, de personajes estereotipados. Hay algunas excepciones ilustres, como la estupenda La grande illusion de Jean Renoir, pero creo que Stalag 17 no es una excepción.

El mayor interés que me suscitó el film en mi primer visionado fue averiguar quién era ese “traidor” que se explicita en el título hispano, porque entre los prisioneros, todos sargentos del ejército de los Estados Unidos, hay un infiltrado, un espía alemán que comunica a las autoridades del campo los movimientos de los presos encaminados a la fuga. Esto convierte el film, en cierto modo, en un whodunit a la manera de las novelas de Agatha Christie: ¿quién será el traidor? Para despistar, como suele pasar en este tipo de argumentos, todas las sospechas apuntan a un personaje que se ha ganado la antipatía del resto, y que por supuesto será inocente: el sargento Sefton (sobrio William Holden, quizá lo mejor de la función). ¿Por qué? Porque en esa situación de desgracia sabe moverse como pez en el agua, haciendo negocio con todo, sin demasiados escrúpulos. Aunque en algún lado he leído que este personaje es una repuesta al macartismo, supongo que porque se ve injustamente acosado por el resto, hasta casi llegar al linchamiento, lo cierto es que más bien veo en él una encarnación del capitalismo más desprejuiciado, capaz incluso de apostar a favor del fracaso del intento de fuga de sus compañeros de barracón con el que se inicia el film.



Planteadas así las cosas, Wilder, con o sin ayuda de Blum, despliega todos sus habituales recursos de guionista veterano con tendencia a la reiteración. Así, marca la rivalidad entre el tranquilo Sefton y el histérico Duke (un Neville Brand desatado) mediante el recurso de la cerilla que nuestro protagonista enciende frotándola en su ropa o, al final, en su barba (¿no os recuerda Double Indemnity?).



A su vez, se sirve “generosamente” de la pareja cómica de payasos, “Animal” Kuzawa (un insoportable Robert Strauss) y su inseparable colega Harry (Harvey Lembeck), que incluso se transformará en una “rubia artificial” durante un baile navideño, prefigurando la Daphne de Jack Lemmon en Some Like It Hot (con lo que se demuestra que Wilder siempre estuvo atento a reciclar lo que debía considerar buenas ideas de guion).



Añadamos al insistente mensajero siempre con la misma frase en la boca (“at ease”!) o, cómo no, el típico militar alemán destinatario habitual de las bromas de trazo grueso de los prisioneros americanos, personaje para el que se cuenta en el reparto con Sig Ruman, sin olvidar otro soldado alemán, reducido casi al nivel de niño de párvulos, al que se le engaña con una pelotita.

Quizá para compensar tanta tontería (o tanta comicidad, depende del espectador), Wilder se sirve de la presencia mayestática de Otto Preminger como el comandante del campo, Von Scherbach, con el que construye quizá el mejor gag del film, el de las botas que se calza para poder hacer el taconazo preceptivo mientras conversa telefónicamente con Berlín.



También nos recuerda que estamos ante un film de Wilder el que la película empiece con la voz en off de uno de los prisioneros, Cookie, (Gil Stratton), personaje de personalidad débil que Sefton ha absorbido y del que se vale como ayudante, casi un criado, aunque esa voz pierda pronto protagonismo.



Ah, y “last but not least”, cuando se incorpore al barracón el teniente Dunbar (Don Taylor), recibido como un héroe porque ha conseguido volar un ferrocarril cargado con armamento, vendrá acompañado de un “graciosillo” que nos “deleitará” con la imitación de diversos actores (de Cagney a Grant pasando por Gable), a lo cual hemos de sumar la obsesión de “Animal” por Betty Grable para tener completos los referentes cinéfilos.

En un film, en principio, cien por cien masculino, Wilder introduce, no sé si también la obra original, una escapada (nunca mejor dicho) al mundo femenino, en forma de prisioneras rusas a las que, para poner un poquito de pimienta al guiso, las vemos en fila para ducharse, eso sí cubiertas con una casta manta, y que sirven para que “Animal” y Harry nos obsequien con otra patochada más.

Sobre la hora y cuarto de metraje descubrimos quién es el asesino… quiero decir, el traidor, lo que pasa es que en una revisión del film ese factor de suspense queda anulado por completo. A partir de ese momento la película se centrará en cómo Sefton, venciendo los prejuicios de sus compañeros, va a conseguir desenmascarar al auténtico espía. Y lo cierto es que la resolución no es especialmente inspirada, menos aún la transformación final del cínico Sefton en un auténtico héroe capaz de arriesgar su vida por el teniente Dunbar, con el que mantenía una cierta tensión por la diferencia de clase social.

La película fue un éxito, Holden ganó un Oscar y Wilder fue nominado (así como Strauss… No comment).



Pero acabó poniendo punto final a la longeva relación entre Wilder y la Paramount. Al parecer, cuando se quería estrenar el film en Alemania, la Paramount intentó convertir al traidor en un polaco, lo cual obtuvo una rotunda negativa por parte de Wilder, que exigió unas disculpas que nunca recibió. El resultado fue que, tras Sabrina, la próxima entrega, Wilder no volvería a trabajar con la Paramount, en un gesto que lo honra.