El caso de Buñuel que citas es otro tema, que no tiene nada que ver. La cuestión es que, en general, el cine de Hollywood estiró las carreras de sus actores (sobre todo masculinos) hasta límites inverosímiles. El problema no era que siguieran actuando, algo deseable por su enorme calidad, sino que pretendieran hacérnoslos pasar por jovenzuelos. Por ejemplo, en Sabrina hay, en el fondo, una cierta ridiculización de esto cuando se viste a Bogart como un estudiante universitario, ukelele incluido, aunque la cosa no va a más (ya era bastante inverosímil creer en esa relación de Bogart con Hepburn sin necesidad de disfraces). Lo de John Wayne haciendo de "castigador" en películas como Hatari o la fordiana Donovas's Reef es otro buen ejemplo.

La cuestión es hasta qué punto aceptamos que una película es una pura representación y que lo que vemos no es real, o le queremos exigir una cierta pretensión de realidad. Por ejemplo, en el mundo de la ópera todo el mundo acepta (y a veces es mucho aceptar), porque por encima de todo está la voz, que un tenor entrado en años y en kilos sea un jovenzuelo enamoradizo o que una señora que peina canas despierte pasiones como si fuera un top model. Con todo, también en la ópera creo que se busca cada vez más una cierta correspondencia entre el aspecto del protagonista y el personaje.