Camiel Borgman es una especie de vagabundo muy enigmático que luce una barba y una melena prominentes. Este desaliñado individuo vive bajo tierra en una madriguera humana ubicada en medio del bosque, y tiene que huir ante la llegada de tres cazadores armados (entre ellos un sacerdote) con una escopeta y una estaca afilada, que le buscan con no muy buenas intenciones. Tras este suceso avisa a sus compañeros, que viven en las mismas condiciones, y se traslada (aparentemente al azar) a una vivienda de lujo de una urbanización cercana al bosque en la que pondrá todos los medios para entrar, inicialmente para ducharse y relajarse, aunque con un objetivo más que claro: instalarse definitivamente. Sin embargo, el propietario de la vivienda, ante la insistencia de Camiel, y un comentario que involucra al pasado de su esposa, reacciona propinándole una brutal paliza. La mujer, sorprendida por el acto desproporcionado de su marido, decide ocultarlo en un habitáculo al lado del jardín con la intención de curar sus heridas. Su presencia clandestina irá influyendo paulatinamente en el núcleo familiar. Pero nuestro protagonista se aburre y quiere ir más allá, y lo conseguirá hasta unos límites insospechados.

El director holandés disfruta moviéndose entre géneros tan dispares como el drama, el thriller sobrenatural, el terror y la comedia irreverente, para desarrollar un acertado análisis psicológico sobre el miedo, la crueldad y la perversidad humana, sin olvidarse de la eficiencia de la manipulación, la seducción hipnótica, el concepto de la supremacía del vicio sobre la virtud, la pérdida de la identidad promulgada por la sociedad actual, la lucha de clases y los prejuicios racistas, representados por el padre de familia que tiene una consigna moral clara: evitar a toda costa que entre en su hogar un jardinero que no sea de raza blanca y de aspecto elegante. La película presenta una insólita y delirante parábola en la que el argumento está supeditado a las dudas y el desconcierto que presentan las situaciones bajo una atmósfera onírica y mágica plagada del humor absurdo y la crítica social habituales en el proceder de van Warmerdam, protagonizada por unos personajes misteriosos y excéntricos que parecen salidos de otro planeta. A pesar del estupor generalizado por su evidente ambigüedad (resulta imposible comprender plenamente las motivaciones de los agresores y los damnificados), Borgman propone un elaborado retrato del declive de la institución familiar.