Fijate Diodati, vas a conseguir que me emocione aún más con mi homenaje, que tengo la espinilla clavada.
Tengo 27 años. Jamás viví esa época que mis hermanos y primos disfrutaron, en donde los bocadillos de chocolate y los regalices a un duro cada uno compartían protagonismo con esas risas que estos genios regalaban cada tarde. Y aun así he tenido, como te digo, la oportunidad de conocerles gracias a mis hermanos, más conocidos como la generación de "Mis niños de treinta años".
No he vivido su esplendor, pero he vivido algo más importante: su estela imborrable gracias a esa generación. Y esas vivencias hacen que, a pesar de que pronto seré uno de esos niños, siempre me he sentido como cualquiera de ellos, porque los he disfrutado toda mi vida. Y ahora, con mis sobrinos, más todavía, recordando sus canciones y sus pequeñas joyitas ( que las tenían), como el barquito de cascara de nuez y las jugadas de Ramón chutando para marcar gol. Parafraseando un poema de Celaya dedicado a la docencia, ya es un hecho, desde hace mucho tiempo, que ese barco de ilusiones que estos magos hicieron posible llegará por siempre a tierras lejanas. Y en barcos nuevos seguirá su bandera enarbolada.