Vinieron de dentro de… (Shivers), de 1975
Y con este film empezó todo. Para Cronenberg fue pasar de un cine underground, minoritario, hecho por un grupo de amigos con cuatro cuartos, a entrar en el engranaje del cine comercial y de la producción industrial. Dice Cronenberg: “…tuve una increíble sensación de pérdida: aquello ya no me pertenecía. Era un acontecimiento de todos, algo compartido. Era un adiós a cierta clase de cine, en la que haces de todo si puedes conseguir que un par de amigos te ayuden”.
Y lo hizo con un film claramente adscribible al género de terror, género que conocía nuevos aires con films como La noche de los muertos vivientes, de Romero, o La matanza de Texas, de Hooper.
El argumento es muy conocido: en unos modernos apartamentos situados cerca de Montreal (en la Nuns’ Island o Île des Soeurs) se expanden unos extraños parásitos que provocan en las personas donde se hospedan una intensa excitación de carácter sexual, llevando a la población del complejo residencial a una frenética y violenta orgía de sexo, sangre y, ocasionalmente, muerte.
La película se abre con la proyección de una serie de fotos fijas sobre el complejo residencial Starliner (son diapositivas, lo que visto hoy en día le confiere un cierto aire retro a ese inicio… quizá los más jóvenes ya solo asocien las diapositivas con el PowerPoint). El complejo de apartamentos tiene de todo: restaurantes, tiendas de delicatessen, gimnasios, pistas de tenis, piscinas, salones de belleza e incluso un pequeño centro médico (con su médico residente, el Dr.St-Luc –Paul Hampton-, uno de los protagonistas). Ideal para la clase media que quiere huir del bullicio de Montreal, pero sin renunciar a ninguna de sus comodidades.
Esa imagen idílica se va a ver violentada ya de inicio: mientras una joven pareja se interesa por instalarse en Starliner (atendida por el encargado del complejo, Merrick -nuestro amigo Ron Mlodzik-), asistimos a lo que parece un intento de violación llevado a cabo por un hombre mayor sobre una adolescente vestida de colegiala. Pronto descubriremos que no la quiere violar sino practicarle una abertura en el abdomen y rociar su interior con ácido, lo cual le ocasiona la muerte. Después se suicida cortándose el cuello.
El hombre era el Dr.Hobbes, profesor retirado, y ella Annabelle, una chica de 19 años de vida promiscua. Se trata de un “entrar en materia” electrizante, que te deje clavado en la butaca. Cronenberg solapa esta escena violenta con las explicaciones sobre Starliner que Merrick da a los recién llegados, consiguiendo así ser todavía más perturbador, contrastando lo apacible del lugar con la violencia extrema que alberga.
Al mismo tiempo nos empezamos a familiarizar con Nicholas Tudor (Allan Kolman), uno de los residentes, empleado de una aseguradora, al que le han aparecido unos extraños bultos en el vientre que le provocan arcadas, vómitos y dolor, ante la mirada preocupada de su mujer, Janine. ¿Qué está pasando? Una conversación entre el médico de Starliner, el Dr.St.Luc, y el colega de Hobbes, el profesor universitario Rollo Linsky (Joe Silver), nos aclara que la línea de investigación que llevaban a cabo conjuntamente consistía en generar unos parásitos que pudieran actuar como sustitutivos de órganos enfermos, ofreciendo así una alternativa a los trasplantes (lo cual nos puede recordar ese enfermo de un cáncer creativo que genera órganos sin función de Crimes… o Rabia y muchos otros momentos de la obra del canadiense).
Pronto empezaremos a visualizar a esos parásitos, de forma un tanto fálica, que pueden recordar a las sanguijuelas o a ciertos gusanos (y por qué no decirlo, también se asemejan a un mojón). De hecho, cuenta Cronenberg que estuvieron considerando la posibilidad de utilizar sanguijuelas vivas, pero las que tenían murieron congeladas en el frigorífico. En suma bichejos sumamente desagradables y repugnantes. La infección inicial se ha producido a través del contacto sexual con Annabelle, que ha mantenido relaciones con diversos vecinos (uno de ellos, obviamente, Mr.Tudor). Pero ahora los parásitos se irán introduciendo en, o saliendo de, las personas por sus agujeros corporales (boca, vagina, ano,…).
Paralelamente a las cuitas de Nicholas, vamos a ver la expansión de los parásitos a lo largo y ancho de Starliner. La atención del film se centrará en el matrimonio Tudor; en una amiga de Janine, Betts (la icónica Barbara Steele), y en el doctor St.Luc y su enfermera y amante (Lynn Lowry). El comportamiento de Nicholas va a ser cada vez más extraño, más distante y violento (a veces me recuerda ese aspecto alienado de los ladrones de cuerpos de los films de Siegel y Kaufman). Janine buscará refugio en el piso de su amiga Betts, que sin que Janine lo sepa ya ha sido infectada por un parásito mientras se bañaba (en una secuencia que Almodóvar “homenajeó” en Átame).
Rollo nos va a contar cuál era la intención real de Hobbes: crear un parásito “…mezcla de afrodisíaco y enfermedad venérea, que convertirá el mundo en una bella orgía salvaje”, para lo cual Annabelle era el conejillo de Indias. Las personas infectadas, como grita a pantalla una de las afectadas, están “hungry for love”, y así se comportarán. Poco a poco la película entra en una espiral caótica, de orgía desenfrenada que no respeta nada ni nadie.Spoiler:
Hay una secuencia clave: la conversación entre la enfermera y St.Luc, en que ella le comenta un sueño que nos da la pista de a qué mundo nos llevan esos parásitos. Dice (reproduzco los subtítulos que creo que difieren un poco de la V.O.) que en ese sueño un viejo con el que ha tenido relaciones sexuales le cuenta: “que todo es erótico, que todo es sexual […] que hasta la carne vieja es erótica, que la enfermedad es el amor entre dos criaturas extrañas, que hasta morir es un acto de erotismo. Que hablar es erótico, que respirar es erótico, que hasta existir físicamente es erótico”. Lo dice cuando ya tiene un parásito en su interior, con lo cual parece erigirse en portavoz de los parásitos, como si actuaran de manera concertada con un plan a seguir (un poco, nuevamente, como los body snatchers de film de Siegel y del relato de Jack Finney: como el intento de Becky Driscoll de convencer al Dr.Bennell en esa película).
En conclusión, argumentalmente me parece un film cien por cien Cronenberg. Sus renuncias para encajar en la industria cinematográfica no han supuesto dejar de lado sus obsesiones, quizá al contrario, las ha exacerbado. No hay duda que Cronenberg se expresa con una gran libertad a la hora de plantear el desarrollo argumental. Y también visualmente: hay momentos de gran dureza, aunque todo tiene un cierto aire pobretón, cutre, feísta. A pesar de trabajar con medios industriales a mí me da la impresión de un cierto retroceso en la composición de los planos, aunque nos deja algunos ingredientes que vimos en sus primeros films: las imágenes congeladas, que provocan un efecto que parece de cámara lenta (por ejemplo, cuando Barbara Steele se gira en la terraza, o cuando “bautizan” al Dr.St.Luc en la piscina); unos vibrantes travellings cámara en mano; esa querencia por encuadrar a personajes dentro de los marcos de las puertas, aprovechando la estructura arquitectónica; esa ambientación de gran edificio, laberíntico y un tanto solitario, etc.
Tampoco falta el toque “homo”: en definitiva esa orgía generalizada apunta a la omnisexualidad. No parece que dar rienda suelta a los impulsos eróticos se vaya a limitar a las relaciones convencionales heterosexuales, ni siquiera que vaya a respetar las edades (niños y ancianos también parecen participar del clímax).
Así, hay un momento lésbico entre Betts y Janine.
En algunos momentos del film, uno tiene la impresión que fácilmente Cronenberg hubiera podido acabar haciendo una película porno, en la cual no creo que el director se hubiera encontrado incómodo. Pero el cine comercial tiene sus límites.
La fotografía, a diferencia de Stereo e incluso de Crimes…, parece por momentos algo descuidada. Se filma a menudo en contraluz dando como resultado unos fondos blancuzcos, poco definidos, bastante feos. También (y eso no sé hasta qué punto es responsabilidad de la copia: he visto la editada por Lacasadelcineparatodos) hay por momentos una notable falta de definición en la imagen, poca nitidez, al margen de que los maquillajes son un tanto estridentes (aunque, por contra, la manera de presentar a los parásitos me parece muy efectiva y sencilla, responsabilidad de Joe Blasco).
Acabo con una referencia al título, sin ánimo de polemizar, solo para dejar constancia de la pluralidad de opciones: el guion inicialmente se titulaba “Orgy of the Blood Parasites”. Según imdb, cuando llega a Ivan Reitman (en labores de producción) se llamaba “Invasion of the Blood Parasites” (lo cual, de nuevo, parece remitirnos al film de Siegel). Finalmente se estrenó como “The Parasite Murders”, pero en la versión en francés estrenada en Montreal era “Frissons” (que luego se utilizó ya en inglés en su equivalente “Shivers). Finalmente, en Estados Unidos se comercializó como “They Came From Within”… y en España con el título ya bien sabido, puntos suspensivos incluidos.
En resumen, y aquí lo dejo de momento, un film francamente eficaz a pesar de todas sus limitaciones formales (que son bastantes), plenamente cronenberguiano, y que esta vez me ha gustado más que nunca (hasta ahora quizá me fijaba más en sus defectos que en sus virtudes). Quizá es la ventaja de verlo plenamente inmerso en la obra del canadiense.
Ah, y no me resisto a dejar el comentario sin reproducir una de las imágenes que me han parecido más inquietantes y sobre la cual no encuentro respuesta en el film:
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