Parece un anuncio hecho por un imitador del propio Lynch, como si el propio cineasta se parodiase a sí mismo.
Es el Lynch del siglo XXI: prisionero de su propia fama y aquejado de una vagueza y autocomplacencia difícil de aceptar para cualquiera que se haya estremecido alguna vez con el genio de Montana.