- ¡Henry, en el nombre de Dios...
- ¿En el nombre de Dios?... ¡Yo sí que sé ahora lo que es SER Dios!
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- ¡Henry, en el nombre de Dios...
- ¿En el nombre de Dios?... ¡Yo sí que sé ahora lo que es SER Dios!
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Por cierto, la pentalogía de obras consagradas a la figura de Victor Frankenstein de la mano de Terence Fisher y protagonizadas por el inmarcesible Peter Cushing se configuran como la serie de corte fantástico más memorable para el que esto suscribe.
Ciertamente son adaptaciones libres (libérrimas) de la obra de Mary Shelley pero su grandeza está fuera de toda duda.
Y el personaje encarnado por Cushing es el "mad doctor" por excelencia pues no sólo desafía a Dios en su propio terreno sino que encarna el espirítu científico en toda su grandeza (y en todo su misería, todo sea dicho), alguien que jamás se arrepiente de sus actos (salvo quizás en FRANKENSTEIN CREATED WOMAN (la más melancólica de la serie)) y que siempre sale a flote no importa los obstáculos a los que haya de enfrentarse (como podemos apreciar en la magnífica THE REVENGE OF FRANKENSTEIN).
El Frankenstein de Fisher representa, tal vez por vez primera en la historia del cine, el lado positivo de la ciencia: la experimentación para conseguir un logro superior. Frankenstein no quiere ser un simple émulo de Dios sino que intenta combatir con todas sus armas contra la superstición y los prejuicios.
Frente a esa visión generalizada del cine de la época (y posterior) de que sólo Dios puede dar (y quitar) una vida, Fisher opone la idea de un mundo en el que el hombre (y no Dios) sea la vara con la que midamos el universo.
Una visión ciertamente moderna y completamente agnóstica de cómo debería ser la ciencia.
Al César lo que es del César.
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