Los superjuguetes duran todo el verano (Supertoys Last All Summer Long) (1969), de Brian Aldiss
Vs.
Artificial Intelligence: A.I. (2001), de Steven Spielberg
Me comprometí hace un tiempo a ampliar, si eso era posible, el comentario que ya dedicó Frank Zito a este breve relato de Brian Aldiss. La edición que he leído, traducida al castellano (Ramdom House Mondadori), incluye un interesantísimo prólogo del propio autor, documento especialmente relevante para alimentar ese tema de inacabable discusión: la contraposición del film de Spielberg a la versión que hubiera rodado Kubrick.
Empiezo por el prólogo: Aldiss dice que contactó ya en 1976 con Kubrick, muy interesado por el relato. Hasta 1982 no firmaron un contrato que daba al director los derechos para adaptarlo al cine. A partir de ese momento se inicia una larga relación que no acabó de fructificar. Kubrick quería introducir el vínculo con Pinocho (algo que casa también muy bien con las obsesiones de Spielberg), el deseo del niño-robot de convertirse en un ser humano, cosa que no agradaba a Aldiss. Así, en 1990 rompen la relación, ya que en palabras de Aldiss, este no quería convertir su relato en “un cuento de hadas”. Será precisamente en 1999, después de la muerte de Kubrick, que Aldiss publicará dos relatos que continúan y concluyen en cierta forma la historia de David, el superjuguete con forma de niño. Aldiss cuenta que Jan Harlan, cuñado de Kubrick, productor y albacea de su obra (junto a la mujer de Kubrick, su hermana), se interesó por esos relatos e incluso estuvo dispuesto a pagar por una frase, que finalmente Aldiss incluyó en el tercer relato: la que hace referencia al momento en que David ve miles de Davids, constatando de forma incontestable que él no es mas que un producto, que no es humano. Finalmente, como ya es sabido, fue Spielberg quien adquirió los derechos sobre los tres relatos y acabo llevándolos a la pantalla,
Vayamos a lo que hay en el texto, que es más bien poco, apenas una anécdota que después se fue desarrollando hasta convertirse en lo que es (de Kubrick a Spielberg, con la colaboración de Ian Watson). En una sociedad futura superpoblada, en que tres cuartas partes de la humanidad se muere de hambre, mientras el resto combate la obesidad con un parásito sintético que llaman la cinta Cromwell, Mónica vive en su casa, modelada mediante la realidad virtual (que le permite ver jardines y paisajes naturales, a pesar de vivir en una especie de caja sin ventanas). Mata el aburrimiento y la soledad, debida a la ausencia casi constante de su marido, Henry, director de Synthank, con la ayuda de David, un niño (de 3 o 5 años, ambas edades se citan en el texto) mecánico, y su mascota, Teddy, un oso de peluche. A diferencia de la película no hay ningún hijo real enfermo. Si Mónica no tiene hijos es debido a las rígidas limitaciones a la natalidad. El relato, brevísimo (unas diez páginas), finaliza precisamente con la noticia de que les ha tocado “la lotería de la paternidad”, es decir, que podrán procrear, ante lo cual Mónica comenta que Teddy funciona bien, pero que David tiene un problema en su “centro de comunicación verbal” y que tendrán que devolverlo a la fábrica (la Synthank que dirige Henry). La gran preocupación de David es, a lo largo del relato, confirmar su carácter humano, “real”, frente al mundo artificial, virtual, que intuye que le rodea.
El segundo relato, titulado “Los superjuguetes cuando llega el invierno” (también de diez páginas), escrito treinta años después, recupera los mismos personajes. Henry dirige ahora Synthmania, una empresa de mayor envergadura. Sabremos que el bebé de Mónica murió (pero no cómo pasó) y que David se mantienen inmutable, un niño a perpetuidad. La tecnología avanza, y ahora Synthmania se plantea fabricar cerebros reales. Mientras Henry sigue con sus negocios, en casa Jules, el robot-criado (que ya aparecía al final del primer relato), se desploma, lo cual plantea de nuevo dudas a David sobre su “realidad”. Lleva adelante sus averiguaciones destripando a Teddy, descubriendo que es mecánico. Espantado ante la revelación, David cae y se fractura su cara, lo cual lo transforma en un ser enloquecido que destruye el centro de control de la casa, desapareciendo las imágenes que envolvían a Mónica, que se cae muriendo ella también (de forma un tanto sorprendente y poco explicada). El relato finaliza con David junto al cuerpo inerte de Mónica, diciendo “soy humano, mamá. Te quiero y me siento triste como la gente real, así que debo ser humano... ¡verdad!”.
El tercer relato, “Los superjuguetes en otras estaciones” (en este caso de unas 13 páginas), nos cuenta las peripecias de un David que ha abandonado la casa y que se refugia en Ciudad Desperdicio, una especie de vertedero de todo tipo de máquinas y robots, donde se da una cierta solidaridad entre los objetos (algo que en el film se recoge de manera mucho más espectacular y cruel en el segmento de la Feria de la Carne). Henry, en paralelo, sufre un fracaso en su intento de que su empresa (ahora Worldsynth-Claws) invierta en Marte. Los accionistas lo despiden, por lo que tendrá que regresar a la vieja Synthank, de la cual aún conserva una unidad de producción. Mientras, en Ciudad Desperdicio, reparan la cara de David. De allí consigue rescatarlo Henry. Lo lleva a esa fábrica que produce viejos modelos, donde David descubrirá que es uno más de un viejo modelo de niño mecánico. La comprensión de su auténtica naturaleza artificial le produce la “muerte”. Pero (y aquí Aldiss acaba acercándose al cuento de hadas y al mito de Pinocho) Henry lo resucitará implantándolo un nuevo cerebro, uno de esos cerebros “reales” que ya vimos en el segundo relato que se proponía producir. Así, David “vuelve a la vida”, despierta, con una nueva cualidad: ahora puede soñar, algo que nunca había hecho.
Ese final de las aventuras de David, desde mi punto de vista, aproxima el resultado final al film de Spielberg. Cierto es que no hay ninguna hada buena (en la película en forma de extraterrestres), pero Henry convierta a David, sino en humano, en algo más que un mero ser artificial. Eso sí, David no recupera, ni por un día, a Mónica, pero se queda con su “padre” y un nuevo Teddy, y todos tres se funden en un abrazo, que Aldiss califica de “gesto casi humano”. Al final, creo que a pesar de todas las reservas mostradas por Aldiss respecto al enfoque que quería darle Kubrick, él mismo asumió que la pregunta de David por su ser, por su humanidad, lo aproximaba inevitablemente a Pinocho. Interesantes relatos que subyacen en un film, para mí magnífico, como es el de Spielberg. Y sí, de acuerdo, qué lástima que no tengamos la versión de Kubrick, pero somos humanos, y por tanto mortales,... o al menos eso creemos.