Con el lanzamiento de “The Disaster Artist”, decidí ver “The Room”, la cinta en la que se inspira la primera. Escrita, interpretada, producida y dirigida por el propio Wiseau, la película es un auténtico despropósito la mires por donde la mires.
Cuenta la historia de un triángulo amoroso entre Johnny (del que poco se puede decir, puesto que el desarrollo de personajes es prácticamente nulo), Lisa, su futura esposa (como bien se encargan de repetir hasta la saciedad) y que ya no siente nada por Johnny, y Mark (el mejor amigo de Johnny, vete tú a saber por qué...) y que a pesar de sus continuas reticencias, no duda en beneficiarse a Lisa una y otra vez, a pesar de lo mal que se siente cada vez que el acto concluye (y no antes...).
A este elenco se suma Denny, un mozo de 18 años interpretado por un señor de casi 30, y al que Johnny quiere ¿adoptar?, y que tiene la extraña afición de meterse entre Lisa y Johnny cuando estos se disponen a retozar, y que, ante la disconformidad de estos (entre risas), tiene a bien conformarse con solo mirar . Y en el otro lado está la madre de Lisa (una señora que está convencida de que su hija debe casarse con Johnny por su alto estatus económico, y que resulta que tiene cáncer de mama y lo cuenta como el que cuenta que se ha encontrado al vecino del cuarto en Mercadona). Ah sí! Y un chaval muy agresivo al que parece que Denny le debe dinero por un asuntillo de drogas del que nunca más se supo.
Y con esta premisa, Wiseau tiene más que suficiente para desarrollar un “guión” de hora y media plagado de planos repetidos, escenas desenfocadas, interpretaciones nefastas, erotismo recalcitrante y situaciones surrealistas que le dan a la película un aire cómico que es lo único a lo que puedes aferrarte para aguantarla.
Al parecer, The Room se ha convertido con los años en una película de culto que llena salas durante sus constantes proyecciones en sesiones golfas de fin de semana. Sus fans (que los hay) se funden con la película y, al parecer, se convierten en otro personaje surrealista más, aplaudiendo ante ciertas frases ya clásicas, gritando “focus” cuando Wiseau no acierta con el punto o “spoons” cada vez que en segundo plano aparecen las fotografías de cucharas que hay repartidas por la habitación a modo de atrezzo y que el director ni se molestó en cambiar cuando compró los marcos, alegando que el público no se fijaría en esos detalles (iluso).
En fin, que ante semejante desastre, el director declaró que su intención siempre había sido la de realizar una comedia negra, y de ese burro no se baja a día de hoy. El caso es que de alguna manera consiguió su propósito, hacer su película, hacerla a su manera y ser recordado y aclamado por ello. Y supongo que esa es la esencia del cine, despertar emociones. Y esta no deja indiferente a nadie. ¿Triunfo o fracaso? Supongo que depende del prisma desde el que la mires, pero en cualquier caso, una experiencia interesante y, sin duda, un complemento esencial para disfrutar plenamente “The Disaster Artist”.