Con cinco años me mudé a un bloque de tres plantas. Desde el lavadero de la azotea veía el cine de verano gratis (cine San Bernardo). En ese primer verano pude ver mis primeras películas de terror, y también casi todo el ciclo de vampiros mexicanos (estaba de moda). El conde Frankenhausen se convirtió así en una de mis primeras pesadilla infantiles.

Aquí os presento al ínclito Carlos Agosti.

















Y se convertía en un murciélago gigantesco. Lo peor era cuando se le encendían los ojos. Fue el único vampiro azteca que pudo competir contra el asturiano Germán Robles (uno de mis vampiros favoritos de todos los tiempos, tras Lugosi, Lee y Shreck):





Al igual que Lugosi, poesía en estado puro.