La película es una radiografía del propio director, por mucho que él se empeñe en negarlo. Dicha negación ya la utilizó en “La mala educación”, y si bien en aquella podía creerse que los tintes de suspense estaban alejados de la realidad, en este caso es evidente que la fuente original es la vida y milagros del propio director. Banderas viste y calza a imagen del propio director (pelo asalvajado incluido), hasta se adueña de parte de sus dejes y maneras; al set de su casa se llevaron muebles y cuadros del propio director, incluso se ven fotos reales de sus padres. Las dolencias del director, así como algunas anécdotas que suceden en la película, ya las ha contado en varias entrevistas previas: cómo su madre y él escribían cartas a los catetos del pueblo, cartas que adornaban y mejoraban con inventadas cosechas propias (recursos muy utilizados cinematográficamente, sin ir más lejos en la reciente “Green Book”); o cómo la madre de Pedro le insistía en vida con cómo quería que la amortajaran cuando llegase su hora final.
Es tal la sensación de biografía que transmite, que me hace pensar en quién puede estar basado el personaje de Asier Etxeandía. Mi intuición me hace pensar en Eusebio Poncela. Menos aventurero parece asociar a Nora Novas el papel de Lola García (más que nada, porque lo ha reconocido el propio Almodóvar). Pero son sólo conjeturas a modo de juego.
El tema de las drogas me parece demasiado remarcado. Puede valer su inclusión como subrayado de ese dolor incontenible que las drogas legales (bien machacaditas y mezcladas con yogur líquido) no pueden aplacar, pero creo que se incide demasiado en este tema y no aporta nada especialmente relevante a la trama. Además, para lo adelantado a su tiempo que suele ser Almodóvar, me parece que el tema racial peca de estereotipado con su asistenta del hogar latinoamericana, y los vendedores de droga de raza negra, el barrio al que acude el director para conseguir estupefacientes parece más propio del Bronx, con un episodio ultraviolento que ocurre casualmente durante su visita. Como visita al “top manta” de las drogas me parece mucho más conseguida aquella que realiza Candela Peña en “Todo sobre mi madre”, o la de “Átame” con una rabiosa Rossy de Palma como camella odiosa y adorable a partes iguales (por cierto, en la estantería que hay detrás de la mesa de despacho del director en la que Asier Etxeandía lee el relato de “La adicción”, hay una taza que juraría que lleva inscrito los rasgos faciales de la actriz picassiana).
El carácter reivindicativo de Almodóvar no podía quedar fuera de la película, como ilustra un “YO SÍ TE CREO” tatuado en uno de los muros, en clara alusión a la víctima de la manada, o la no velada acusación de egoísmo hacia los seminaristas católicos, capaces de analfabetizar a un crío con tal de obtener banales beneficios propios (de cosas peores ya fueron acusados en “La mala educación”).
En alguien con la presunta fama de egocéntrico y arrogante de Almodóvar, cabría esperarse un autorretrato más favorecedor y descompensado hacia las luces. En cambio, “Dolor y gloria” se inclina por mostrarnos a un ser humano débil y equivocado, herido en lo físico y en lo moral, y con glorias a las que reserva poca importancia, o en todo caso, recluidas en tiempos pasados. Hubiera sido un detalle curioso, a la par que valiente, haber introducido un pequeño apunte (bien de carácter autocrítico, bien justificativo) referente a los papeles de Panamá, que tanto revuelo causó coincidiendo con su anterior estreno.
La Filmoteca Española juega un papel importante en la película. Es evidente que están viviendo un romance mutuo en los últimos tiempos: hace poco se proyectó una retrospectiva con los 20 títulos dirigidos por el manchego; entre otras actividades, recientemente también se realizó la presentación de un libro que ilustraba la relación de Madrid con la filmografía Almodóvar. En la Filmoteca se proyecta una copia restaurada de “Sabor”, y como no podía ser de otra forma, es en la Filmoteca donde se realizó uno de los (al menos, 3) preestrenos de “Dolor y gloria”.
Las actuaciones, sobresalientes. Banderas se reinventa. Penélope recicla a la ya inmortal Raimunda, desnudándola de glamour pero quedándose con todo lo demás, exudando fotogenia incluso entre una ristra de chorizos. Julieta nos enamora con esa viejecita con los remos averiados pero la cabeza lucidísima. Todos de correctos para arriba. Pero son actores de los que no te esperas menos porque ya han demostrado todo lo demostrable en el pasado. En cambio, el que de veras me ha sorprendido, ha sido Leonardo Sbaraglia, actor al que había visto en pocas películas, y que pensaba tenía un registro más limitado, y que aquí se muestra como el súmmum de dulzura y humanidad. En la otra cara de la moneda, a Asier Etxeandía no llego a verle despegar, y aunque he leído en reiteradas opiniones que su monólogo es de lo mejor de la película, lo cierto es que me desvirtúa un poco la excelencia actoral del film, además de verle demasiado joven para el papel.
Los actores noveles resultan sorprendentes. El niño emana una frescura que ya quisieran los críos de “La mala educación” (además de hacer mucho mejor el playback en los cánticos del coro), y el albañil cateto se desenvuelve con gracejo y tiene un atractivo inconsciente que provoca admiración y desmayos en toda la platea.
Como siempre, aderezado con los cameos de rigor: el hermano de Almodóvar llevando a los niños al matadero; el maromo de Almodóvar, con unas manos que deben de medir medio metro cada una, como virtuoso del piano; y la gran Chavela, cuya muerte no es óbice para que su presencia engrandezca la película.
Las referencias a las últimas filias culturales del director, por fin están tratadas con la discreción adecuada. En películas anteriores, el director fijaba tanto el foco en ellas, que parecían sketches de publicidad encubierta. En esta ocasión, la sutilidad favorece el transcurrir de la historia, sin impedir que el espectador curioso busque las oportunas referencias de libros, cuadros,...
Si tuviera que quedarme con algo de la película, sin duda sería con esa cueva, que simboliza la infrapobreza más rotunda; una cueva robada a las entrañas de la tierra, pero conectada directamente con el cielo, nutriéndose directamente de luz y agua como si de un ser vivo se tratara; una cueva a la que se dignan a acudir los altos estamentos del bien y del mal (la beatona interpretada por Susi Sánchez, y la fruta prohibida materializada en la entrepierna de un albañil desinhibido, respectivamente); una cueva aparentemente inhóspita, que con solo unas capas de cal y unos azulejos de colores consigue no desentonar en el universo estético almodovariano y albergar las más alegres vivencias.
Sorprende el contraste de riesgo de Juan Gatti, que cual animador primerizo, conservador y asustadizo, elaboró una carátula de la película a modo de collage, visto mil veces con anterioridad, mientras que ya dentro de la película salta al vacío con las muy arriesgadas animaciones de la película que rompen con la tónica general de la película. En este caso, se cumple el dicho aquél de que quien no arriesga no gana, ya que mientras el diseño del póster quedará relegado al olvido (al contrario que los icónicos carteles de “Todo sobre mi madre”, “Tacones lejanos”, “La ley del deseo”, “Hable con ella”, “Mujeres…” y tantos y tantos otros, que con solo cerrar los ojos cualquier cinéfilo de pro podrá recrearlos en su mente), en cambio, los títulos de crédito del inicio y las animaciones serán recordados como insertos destacables (aunque a años luz de las cotas de genialidad de “El amante menguante”).
En definitiva, una de las películas buenas de Almodóvar, pero no de las mejores. Aunque las impresiones anteriores son a partir del primer visionado. Y en posteriores, suelen ganar enteros.
PD: esta película tenía todas las papeletas para callar las bocas de los apolillados detractores del cine de Almodóvar, aquellos que no se basan en factores cinematográficos ni sobre gustos personales para argumentar su rechazo, sino que solo esgrimen como criterio penalizador que en todas sus películas salen travestis y transexuales. Pero ahí está la (fugaz) aparición de Topacio Fresh, como una de las espectadoras de la Filmoteca. Hubiera sido genial, teniendo en cuenta el carácter crepuscular de la película, que todo el público de la Filmoteca hubiera estado compuesto por antiguos integrantes del universo Almodóvar. Me imagino a Loles, a Alaska, a Bibi, a Victoria y a Carmen, por ejemplo, formando jaleo en las butacas de la primera fila. En las últimas filas, habría sitio incluso para Alex Casanovas, Miriam Díaz Aroca o Toni Cantó. Todo el aforo rebosante de caras conocidas. Y arriba, en el palco de honor, Chus Lampreave, José Salcedo, Ceesepe y Paquita Caballero…