Por su parte, el veterano Wes Craven, realizador especialista cada vez más apasionado por el dólar, produciría Drácula 2001 (Dracula 2000, 2000), dirigida con talento por Patrick Lussier, que sabe mantener la atmósfera y el interés. Magistral la secuencia en flashback en la que Drácula es acorralado y abatido en 1897 por Van Helsing y sus colaboradores, con ayuda de un espejo disimulado en una apartada calle londinense. Al no ver su reflejo, pensará el conde que la calle continúa, clavando su mirada de fuego en el adversario que, en realidad, está tras él. Una improvisada jaula de acero lo retendrá dejándolo a merced de sus perseguidores, que atravesarán su corazón con una lanza, quedando Van Helsing contaminado con su sangre, al ser mordido por la punta de la misma. El profesor, contaminado con la sangre de Drácula, sobrevivirá a los tiempos y dedicará su vida al loable empeño de vigilar la tumba de su enemigo, confinado ahora en los sótanos de su colosal residencia. Unos ladrones vendrán a complicar los planes, devolviendo el horror y desatando, de nuevo, la lucha por la supervivencia. Las secuencias se afanarán en mostrarnos el poder de las tinieblas, su devastador efecto. Imprescindible aquella en la que el conde, interpretado de forma eficaz por un atractivo Gerard Butler, es abatido en forma de lobo cuando vuela en dirección a su víctima, convirtiéndose en un hervidero de murciélagos que se dispersa en la noche.
Un sombrío Christopher Plummer encarna a Van Helsing, con voz profunda y duros rasgos faciales, y otra vez tendremos diabólicas y hermosas hembras ávidas de sangre y lujuria, con poderes suficientes para atraer a las víctimas de turno, paseando como fantasmas por las calles de la ciudad en fiestas. Un atractivo común en este tipo de películas. Pero aquí destaca, sobremanera, el enigma oculto en la trama. Una argucia del guionista Joel Soisson y del propio Lussier, que llegaba más lejos que nunca al exponer la verdadera naturaleza de Drácula; bastante más que la referida historia del príncipe de Valaquia. En el espectacular desenlace, nos enteramos de que el conde es el mismísimo Judas Iscariote, que retornó de la horca por castigo divino, vagando por la Tierra como penitencia. No obstante, alcanzará su expiación y morirá ahorcado y expuesto a los rayos de un sol que acaba con la maldición de siglos. Un éxito moderado que daría pie a dos falsas continuaciones.