En su día llegué a escribir (algo enfadado) que el monstruo era un tipo (Kiwi Kingston) al que habían colocado un yunque en la cabeza, o una caja de zapatos. Además, se le nota los ojos bajo el papier-mâché. Y el cabreo es por lo que dices: tras el vendaval de colorido, ambientación y ramalazos clásicos y poéticos en el relato (lo que me entusiasma horrores, repito, ya que soy Karloffiano cien por cien), se diluía todo por culpa de Ashton, que, por otro lado, legó uno de los licántropos más bellos de la historia: el de Oliver Reed. La vida es así de increíble a veces, y el cine no ha de ser menos.