Drakula Istanbul’da (1953) es toda una curiosidad ineludible. Producida y rodada en Turquía por Mehmet Muhtar, contaba con Atif Kaptan en el papel de Drácula, un vampiro de tez pelada, mirada satánica y aires aristocráticos. Era la primera vez que se veían los colmillos. Lo más interesante es que se trata de un seguimiento a la novela original, con la obligada salvedad de que al vampiro rey le afectará el Corán. En lo ambiental, estamos ante una historia de castillos, noches cerradas y desenlace habitual. Filmada en blanco y negro, se recrea en polvorientos antros, con interiores admirablemente sólidos, adornados de armaduras medievales, trampillas secretas y siniestros sótanos, directamente inspirados en el estilo Universal de los treinta; ambientes que se ajustan, por demás, al periplo de Harker en la novela. La falta de presupuesto motivaría el uso de una pintura para las vistas exteriores del castillo, asimismo fondo de los nebulosos títulos de crédito. Existe una anécdota simpática a este respecto: debido a la comentada austeridad, la niebla artificial que rodea a la fortaleza fue conseguida con la ayuda de varios técnicos del rodaje, que lanzaban el humo de sus cigarrillos cerca de la cámara.
La cinta presenta una primera parte que rinde tributo a la novela, con una segunda más personal que transcurre en Estambul, vehículo de presentación de los personajes femeninos de la historia. La inserción de números musicales locales reafirma la personalidad exótica de la obra, que, sin embargo, se aprecia como clara adaptación. En Estambul, la acción se ralentiza, pero evita los dislates y salidas de tono, e incluso presenta un score muy apropiado. Azmi —Harker— está interpretado por Bülent Oran, que es en el desenlace quien descubre la tumba de Drácula y le clava la estaca en el corazón. Kaptan es un ser diabólico con poderes sobrenaturales: aparece y desaparece en la nada, es capaz de cerrar la tapa de su ataúd y de tocar el piano solo con ayuda de su mente, adopta la apariencia de un gigantesco y monstruoso murciélago en las alcobas de sus víctimas, y repta boca abajo por las paredes de su castillo, a la manera de las lagartijas. Este último detalle, sacado de la novela, será retomado por la posteridad en varias e históricas ocasiones. Pese a los evidentes defectos de forma y de producción, el filme fue confeccionado con seriedad y aceptables maneras. Una obra ignorada y dormida en el tiempo, de reivindicación necesaria, y que, además, tiene el morbo de ser realizada por los turcos, enemigos naturales del Vlad Tepes histórico.