Programa doble de dos directores de los que solemos hablar poco (o nada).
Los valientes andan solos (Lonely Are the Brave, 1962), de David Miller
De David Miller he visto muy pocos films, y, a la vista de lo heterogéneos que son, no me atrevo a generalizar nada sobre su estilo, si es que se puede hablar de estilo propio en su caso. Entre los que he visto hay desde la última película de los Marx Brothers, Amor en conserva (Love Happy), en donde aparecía una casi desconocida Marilyn Monroe, a un film que especula sobre del asesinato de Kennedy, Executive Action, claro ejemplo de las películas conspiranoicas de los setenta, pasando por un sobrio film noir con impronta melodramática, Miedo súbito (Sudden Fear), a mayor gloria de Joan Crawford, o una variante del tema de hacer “luz de gas” a la esposa, Un grito en la niebla (Midnight Lace), con Doris Day y Rex Harrison.
Lonely Are the Brave destaca por ser un sólido “western crepuscular”, con guion de Dalton Trumbo a partir de la novela “The Brave Cowboy” (1956) de Edward Abbey. Se trata de un proyecto impulsado por Kirk Douglas, en tareas de productor a través de una de sus productoras, Joel Productions, además de ser el actor principal.
Junto a Trumbo, destaca Jerry Goldsmith como autor de la banda sonora y el magnífico trabajo en la fotografía de Philip Lathrop, que ese mismo año trabajó con Blake Edwards en la estupenda Experiment in Terror, mostrando en uno y otro film un gran dominio sobre la imagen en blanco y negro.
Douglas interpreta uno de esos personajes que parecen hechos a su medida: un cowboy solitario, “libre como el viento”, que no se adapta a la nueva sociedad, construida a base de obstaculizar el campo abierto con vallas, prohibiciones o carreteras. Su intento de ayudar a un amigo (cuya esposa interpreta Gena Rowlands, en un papel demasiado secundario),
viejo compañero de aventuras, a fugarse de la prisión se salda con un completo fracaso: el amigo prefiere cumplir la condena antes que arriesgarse a un castigo mayor; él es torturado (fuera de campo) por un sádico policía (George Kennedy, en un registro al que nos tenía acostumbrados); y, finalmente, después de una ardua travesía por las montañas con su yegua Whiskey, perseguido por el persistente sheriff (Walter Matthau), que cuenta incluso con la ayuda de un helicóptero proporcionado por el ejército,
acabará siendo arroyado, en un noche de intensa lluvia, por un camión que, ironía del destino, transporta inodoros, símbolo evidente de la sociedad moderna para un viejo cowboy.
Douglas pone toda la carne en el asador interpretativo y entrega el que, según su propia opinión, fue su mejor trabajo. Dice en su autobiografía “El hijo del trapero”: “Lonely Are the Brave es mi película predilecta. Me gusta el tema del individuo que se esfuerza por ser persona ante una sociedad que le aplasta”. Solo le pone tres pegas: el título (“Todavía hoy no estoy seguro de qué significa”), el director (“Le encomendé la dirección a David Miller y me arrepentí. Me parecía que su trabajo estaba lejos de ser brillante. Era desdichado en exteriores”) y la Universal, que era la distribuidora (“Le imploré a Universal que no estrenara Lonely Are the Brave como un western insignificante y barato, que es como lo veían ellos. […] Pero Universal la lanzó rápido y masivamente, sin proyecciones para la prensa ni una gran campaña, ni cines de estreno”). Vale la pena recuperarlo.
Muertes de invierno (Winter Kills, 1979), de William Richert
Si antes mencionaba Executive Action, un film de 1973 de David Miller sobre el atentado a Kennedy, unos años después William Richert (director para mí completamente desconocido) adaptaba la novela “Winter Kills” (1974) de Richard Condon, autor también de “The Manchurian Candidate”. La película, con guion del propio Richert, trata el magnicidio del presidente en forma de sátira política. La acción se sitúa 19 años después del asesinato del presidente Kegan (claro trasunto de JFK). Su hermano, Nick (interpretado por Jeff Bridges), hijo de Pa Kegan, un magnate con los rasgos de John Huston (que nos puede hacer recordar a Joseph Kennedy, vínculos con la mafia incluidos),
recibe la revelación, por boca de un hombre que dice haber sido uno de los asesinos del presidente, del lugar donde se escondió el arma homicida.
A partir de ese momento, Nick se ve envuelto en una trama de intriga política confusa y por momentos desmadrada, pero que no encuentra (o yo no lo he encontrado) el tono adecuado. Ni comedia ni film serio conspiranoico, un entremedio que no creo que dejara satisfecho a nadie y que solo sirve para facilitar un desfile de actores de relumbrón, la mayoría en breves papeles (o, como en el caso de Elizabeth Taylor, en un cameo no acreditado):
Anthony Perkins, Eli Wallach, Sterling Hayden, Dorothy Malone, Ralph Meeker, Tomas Milian, Richard Boone, incluso un completamente desubicado Toshiro Mifune, que articula con dificultad algunas frases en inglés.
Lo más lucido quizá sea la aparición de Perkins en una especia de centro de computación que depende del patriarca Kegan
y la de este mismo, John Huston, con un final que nos hace pensar en Dr. Strangelove, cuando se precipita al vacío agarrado a una bandera americana. Solo apta para curiosos.
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