Ayer revisé el fantasma de Chaney y comprobé que recoge bastante bien algunos de los aspectos más tétricos de la novela de Leroux: la cámara de torturas, el episodio del lago con el conde, la alternativa del escorpión y el saltamontes, el lazo punjabí, los barriles de pólvora. Se dice algo sobre su pasado (se le cataloga de loco criminal, que fue confinado en la isla del Diablo, de donde se escapó), aunque no coincida con lo expuesto en la novela. Ciertamente, aparece un remedo del personaje del Persa como inspector Ledoux, con un gorrito de astracán que resulta bastante ridículo colocado en la testa de un policía francés. Por otro lado, se quiere dar a la historia un fondo más gótico atribuyendo el origen de las mazmorras y la cámara de torturas a un pasado medieval, cuando Leroux sitúa el origen de los calabozos en la Comune de París y la cámara de torturas es obra de Erik. Me pareció de nuevo un excelente film, a pesar de lo atribulado de su realización (al parece participaron diferentes directores y hubo desarrollos argumentales alternativos al que conocemos, como supongo ya se habrá dicho en este hilo). Quizá lo que chirría más, al menos a la luz de la obra de Leroux, sea el final,
con esa turba de tramoyistas enfurecidos dando caza a un fantasma enloquecido y linchándolo, literalmente. Aunque espectacular por lo vibrante de las imágenes, me parece un final muy poco adecuado.
Uno de mis descubrimientos en este visionado ha sido reconocer al McTeague de “Greed” (1924, de Erich von Stroheim), el actor Gibson Gowland, interpretando a uno de los tramoyistas que comanda la reacción final de los trabajadores del teatro (o de la población de París, que eso no queda claro).
Más tarde (eso es lo que conseguís con este hilo tan apasionante), cometí el error de revisar también el fantasma de Rains. En su día no me gusto, y ayer confirmé la impresión. Además de no concordar con Leroux más que superficialmente, el film acumula tal cantidad de sonrisas bobaliconas, coloretes y gorgoritos que uno acaba deseando que aparezca la versión más canalla y cruel de Erik lo antes posible. Y no solo no pasa (Erik, Erique para la ocasión, tarda mucho en aparecer como fantasma), sino que cuando lo hace es un pobre hombre, un desgraciado enloquecido a causa de un desafortunado malentendido. Solo destacaría algún detalle: esa buhardilla expresionista de Erique; la huída a través de las alcantarillas; el refugio oscuro, sucio, pestilente, con ratas bien visibles, con un lago que es más bien una charca inmunda de aguas residuales. Poco, a mi gusto, para compensar el edulcorante en cantidades industriales que nos regalan Nelson Eddy, Susanna Foster y compañía. Eso sí (me disculpo si repito cosas aquí ya dichas), vale mucho la pena el documental de la Universal que acompaña la edición, el cual además me ha permitido recobrar algunas imágenes del fantasma de Lom, tormento de mi infancia, que me gustaría ver editado pronto en DVD o
BD.