Acabo de salir de ver esta joya dirigida por una joven Catarina Vasconcelos. Es cine experimental que filtrea en el documental y la ficción y tiene un desarrollo casi insólito. En una película estamos actostumbrados a que la imagen predomine sobr el sonido, que termina siendo un mero acompañamiento. Aquí, la voz en off de varias de los personajes (o personas, ya que retrata la historia de los abuelos y padres de la directora) nos va contando las vidas pasadas y presentes de esta familia portuguesa. Cada palabra y frase están trabajadas tanto como los preciosos fotogramas analógicos en formato 4:3. Nada sobra, nada falta. Ni el plano del mar ni el silencio entre frase y frase. La fotografía puede que sea lo mejor que veamos en este año regular.

El documental (¿ficción?) nos habla del paso del tiempo, de la ausencia, de la tristeza, del amor, de la muerte y, en última instancia, de la vida, de manera lírica y compleja, parándose en todos los pequeños detalles, porque esos fragmentos son los que nos hacen como personas. El relato, como la propia existencia, empieza con los abuelos, pasa por los padres y termina con la nieta, la directora, que sigue la estela de sus seres queridos. La metamorfosis de la vida.

Vasconcelos bebe de los maestros patrios como Pedro Costa, Raul Ruiz, Manoel de Oliveira o Rita Azevedo, y viene a demostrar una vez más cómo el cine portugués lleva creciendo décadas hasta convertirse en unos de los más importantes de Europa dentro del mundo cinéfilo autoral. Me da tristeza y a la vez alegría ver que nuestros vecinos tienen una grandísima sensibilidad, algo que falta en el cine de nuestro país, donde actualmente no contamos con directores de gran recorrido internacional. A excepción de pocos casos, claro.

Una de las grandes películas del año.