La senda del desfiladero se estrecha, llegando poco a poco a su destino, y por tanto siendo cada vez menos permeable. Es por ello que si Twin Peaks decide meter la directa, no puede permitirse demasiados discursos, dilatando el tiempo hasta puntos exasperantes, tal y cómo ha sucedido y tantos y tantos episodios de la 3a temporada. Es por ello que si quiere meterse, no sólo a nuevos acólitos en el bolsillo, tiene que contentar a sus viejos parroquianos, que a fin de cuentas somos los de siempre, y los que hemos disfrutado innumerables veces del concepto original. En definitiva: los que vamos a recordar el mosaico de 18 horas.

Pero no nos confundamos. El concepto ha sido siempre el mismo, aunque con diferentes maneras de narrar, a distintos compases y tempos. Quizás por ello es ahora, cuando la serie necesita en estas últimas 4 horas, un ritmo más convencional y televisivo antes de echar abajo la cortina roja. Esa es la razón por la que necesitamos una "normalización" de sus personajes, que cómo dije desde el primer episodio doble, iban a confluír inexorablemente al pueblo de Twin Peaks, independientemente que existan espectadores que la hubieran llamado Otros Pueblos, sólo porque hayan cambiado las formas, el tono, y hayan olvidado a personajes.

De ninguna manera hubiera aceptado una serie que volviese al instituto del Twin Peaks actual, o que nos hubiera colocado otro enigma dentro de sus fronteras. Eso es patrimonio de la serie original de los 90, y Twin Peaks siempre fue otras muchas cosas. Cómo una piedra que genera ondas al lanzarse a un estanque, nunca fue el asesinato de Laura palmer el origen de todo, aunque sí un punto de inflexión importantísimo donde comenzar la narración. Ni siquiera empieza en las antiguas oficinas del FBI de Filadelfia, como siempre habiamos pensado. Esto comienza el 16 de julio de 1945 en White sands, Nuevo México. En un enigmático lugar filmado en un inmaculado blanco y negro, con personajes de los que poco sabemos, con un Gordon Cole que como mucho, correría en pantalones cortos por el patio de la escuela.

Ahora bien, los sentimientos nunca engañan y nos emocionamos. Pero no de forma facilona empezando con un aquí te pillo aquí te mato, sino a fuego lento; incluso jugando con la paciencia y las exceptativas del espectador. Es mucho más cautivador dejarse llevar por la nueva propuesta, y no querer ver lechuzas dónde no las hay. Prefiero contemplar su nuevo vuelo, y cuando los personajes decidan hacer una nueva incursión, mochila a espalda, al bosque de los misterios a la antigua, sea porque hay un fondo sólido, que les haya llevado a hacerlo realmente, aunque hayan necesitado varias horas y episodios para darles esa motivación. Es tremendamente egoista echar esputos con bilis, en la primera secuencia en la que aparece Sarah Palmer en el episodio doble inaugural, mientras contempla un documental de animales salvajes despedazandose, y hoy en el 3x14 encontramos un eco a ese instante que para muchos era ilógico. Son esas reminiscencias hechas con brasas prácticamente apagadas, las que reportan las más absolutas emociones. Son esos viejos personajes sentados en el Gran Norte (lo viejo y lo nuevo, como diría Eisenstein) por la noche, contando historias extrañas sobre un guante verde, las que me emocionan profundamente, a pesar de que hayan tenido que pasar 14 episodios hasta acontecer.

He preferido centrarme en lo nuevo y disfrutar de ello, en lugar de lamentarme semana sí y semana también, esperando lo añejo y valioso. A fin de cuentas, como en la vida, todo avanza. Como big Ed contemplando melancólico, su otrora gran gasolinera en otros tiempos.

Es como pensar que has quedado con Monica Bellucci para tomar un café en París. Sabes que es prácticamente imposible, pero no por ello la mente deja de soñar. Aunque sea en el blanco y negro más hermoso que nos haya regalado la serie.