Se consumó el desenlace de la rocambolesca historia a la que los aficionados asistíamos desde hace unas semanas. El zaragocismo asiste a un nuevo cambio traumático en su historia, con la marcha de un hombre al que muchos creíamos bueno, un hombre que cuando vino, fue recibido con gran esperanza, un hombre que iba a aportar ilusión, capacidad y trabajo. Ese hombre, Agapito Iglesias, el Agapito en que todos creíamos, termina ya por quitarse la careta y desaparecer. Nos queda el otro, el Agapito de verdad, un tipo que ha terminado por creerse Marlon Brando en “El Padrino” (“Yo solo quiero respeto. ¿Quién se ha creído que es ese Marceloni?”) y que se conduce como un capataz chusquero ascendido a echacuentas de lápiz en oreja, de esos que dicen: “El que no vale, pa cascala”. Pues no, Don Agapito, no. Quizás si Vito Corleone existiera de verdad le diría que sólo hay dos cosas importantes: los negocios y la familia. Los negocios, por lo visto, no se hacen bien, y la familia zaragocista ha sido ignorada, despreciada y ninguneada. Empezando por la estúpida decisión de alterar el escudo familiar y terminando por pasarse por el forro de la hormigonera, el veredicto del pueblo, que el sábado fue lanzado alto y claro, con gritos y con pañuelos blancos, en La Romareda. Al final, Agapito y su corte se salieron con la suya y consiguieron librarse de esa molestia en la que se había convertido el entrenador Marcelino García Toral. El mismo Marcelino al que ficharon de relumbrón, pagándole una buena tostada, para realizar una labor difícil y necesaria: el ascenso desde la categoría de plata, una categoría a la que se llegó merced a una contribución evidente y desdichada de estos directivos. Ya hace dos años de aquello, y se ve que quieren repetir la misma jugada. Primero fichamos a un entrenador de campanillas, querido por la afición, nos hace un buen añito, y en el segundo, en cuanto haya unas cuantas pifias, nos lo cargamos para poner a un interino de la casa, que se pasee un poco mientras viene algún desesperado al que meterle todo el marrón de entrenar a unos jugadores desorientados y a quien meterle toda la estopa que podamos. Si es de fuera, le pagamos un pastón, y si es de la casa, al final lo echamos y nos enredamos en juicios con él. ¿Cómo se puede ser tan inepto?¿De donde ha salido tanta estulticia, tanta capacidad para el absurdo?
Se me ocurren dos opciones. Una es que existe una conspiración para acabar con el Real Zaragoza, desde dentro. Alguien, una mano negra poderosa y desconocida, cual jefe de secta judeomasónica, decide hace cuatro años que Solans es un buen Presidente, y que esto ha de terminar. Pero ha de parecer un accidente. No ha de ser cosa de un año, ni de dos. Entre cinco y seis años. El tiempo suficiente como para descender, ascender, y volver a descender esta vez ya para permanecer de forma definitiva en la ignominia más absoluta. ¿Quién está detrás de Iglesias? Buuufffff, demasiada enrevesada esta opción. No me convence.
La otra opción es que, simple y llanamente, Agapito Iglesias, el empresario de la construcción con cierta ambición que un día es seducido por este mundillo, es gafe. Así de claro. Todo lo que intenta, ya sea desde la desmesura del general ansioso de victorias que no repara en gastos, o ya sea desde la humildad del que tiene que administrar cuidadosamente sus ahorros, todo, todo se le torna chusco y estéril. En lo deportivo, claro.
En cambio, Agapito es el “one” a la hora de fichar directivos; empezamos con un presidente de juguete experto en retruécanos contables y en oratoria salvamuebles, copiada por cierto de libros de gestión como “¿Quién se ha comido mi queso?”, luego los Prieto y Porquera, descolocados espectros deambulando en el organigrama. Seguimos con el fichaje del intermediario Gerald Poschner o como se diga, que huele a intercambio de favores pasados y es toda un tomadura de pelo para los aficionados. Pedro Herrera sigue, por supuesto, hasta la eternidad, pues dice una vieja leyenda que, si él se va, se hundirá La Romareda, desaparecerá el club y la ciudad entera será consumida por las llamas del Apocalipsis. Para rematar con la orgía de nombramientos, tenemos de cara a la galería la creación de un consejo de sabios, al que por supuesto, harán siempre caso, y la ascensión al parnaso gerencial de un hombre de la casa, Cuarterico el majo.
Al final, a pesar del esfuerzo de nuestros jugadores, ganó el Bilbao gracias a un cerrojo y a algo de fortuna y les hizo el favor a toda esta recua. Excusa perfecta para la anunciada ejecución del único personaje al que la afición ha percibido en esta historia como profesional y honesto. Un entrenador que se va de Zaragoza dejando un camino a medio recorrer, un entrenador que consiguió revertir el aura de negatividad que envolvía este equipo (y que, recordemos, duró hasta mitad de la temporada pasada, cuando parecía imposible el ascenso). Sin querer tildar tampoco de genio a Marcelino, viene a la memoria la frase de Jonathan Swift: “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se conjuran contra él".
¿Qué podemos esperar ahora de estos directivos paladines de la incoherencia, que no saben confíar en quien ya una vez le hizo el trabajo sucio? Directivos que se despachan con bajunas soflamas canallescas en la web y con radiofónicos manifiestos de autojustificación ¿Dónde quedó nuestro buen nombre, nuestra dignidad, nuestro prestigio como equipo? ¿Qué podemos esperar de ellos?, ¿un milagro, una resurrección? No, no podemos esperar nada. Si esto sale adelante será por los jugadores. Y si no sale, pues, compañeros, a prepararse para lo peor. Desde ya.