Retomando a Barrabás, yo creo que otra película que podría acercársele en cuanto a atmósfera oscura y melancólica -y atípica- es La caída del Imperio Romano. También con unas cuantas diferencias. Barrabás no tiene la grandeza y fastuosidad de Cleopatra, ni la nobleza de Ben Hur, ni el aliento místico de Rey de Reyes, ni las aventuras de Demetrio y los gladiadores, ni el carácter épico de Los Diez Mandamientos. Es una película singularmente moderna -y estilizada, hasta cierto punto- que pone sobre la mesa más preguntas de las que responde. Diría casi que es un péplum existencialista. Y es que los personajes de Barrabás no son gente noble ni rica, sino la hez de la sociedad. Los entresijos del Imperio, que ya vemos en Ben Hur (presos, leprosos, galeotes, hasta okupas...) que nos muestran sobre qué se sustentaba la grandeza de Roma, y que aunque innobles, aquellos seres también tenían inquietudes y sentimientos. Barrabás nos muestra la crisis de uno de esos personajes, alguien que, como dirían en Sinuhe el Egipcio (por seguir en el tema
) ha vivido toda la vida en la oscuridad y piensa que la luz es mala porque le hace daño en los ojos (la metáfora de la ceguera de Barrabás y la oscuridad en que se mueve), y que cuando ve la luz, la rechaza. Alguien que lleva una existencia errática, sin un propósito claro, y corroído por una especie de oscuro remordimiento que no quiere reconocerse a sí mismo (está de más ponderar la excelente interpretación de Quinn, que es quien sustenta el peso de la película). En La caída del Imperio Romano no se nos muestra la crisis de una persona, sino de toda una sociedad, de todo un estilo de vida, de una manera de entender el mundo. Los personajes no son esclavos o presos, sino generales, emperadores...quitando a Timónides, que es liberto, todos los personajes principales son gente importante, aunque puedan haber tenido orígenes humildes, y de esclarecidos méritos, en general. Y es, de hecho, una película mucho más coral, sin un protagonista claro. A diferencia de lo que ocurre en Barrabás, esta crisis está libre de cualquier elemento místico o sobrenatural (muy curioso -otra rareza más de esta película- que no haya ni una sola alusión a los cristianos, a pesar de que en esa época ya andaban metiendo bulla -más allá de alguna posible sugerencia de que el personaje de Timónides pueda ser cristiano-). Y no se nos muestra la sordidez de prisiones y catacumbas, aunque sí lugares desérticos y apartados, como los parajes de la remota Armenia o los fríos bosques del norte (¿cuántas películas de romanos con nieve habéis visto?). Y abundan, como en Barrabás, las escenas nocturnas/crepusculares/ en interiores y con pocos personajes. Parece como si ambas películas reflejaran la situación de desconcierto y angustia del hombre moderno, cada una en una esfera diferente y de un modo distinto.




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