Como veo que hay ganas de polemizar, ahí va un poco más de carnaza para las fieras:
La barrera invisible (Gentleman’s Agreement, 1947)
Gentleman’s Agreement vuelve a ser un encargo de la Fox, al que Kazan, según su conversación con Ciment, aportó solo la dirección del film, del cual no quedó especialmente satisfecho (a pesar de ganar un Oscar como mejor director, al que el film sumó también el de mejor película y de mejor actriz secundaria para Celeste Holm): “ese pijotero film no es más que algo “bonito””, algo que reafirma en su biografía cuando dice que “cualquiera de los treinta directores de los que disponía el estudio podría haber hecho un trabajo tan bueno como el mío”.
Así pues, si hacemos caso a Kazan, estamos ante un film de productor, en el que Zanuck tuvo una activa participación en el guion y controló el montaje y el apartado musical (firmado por Alfred Newman). El proyecto, planteado como la película estrella del año de la Fox, trataba un tema “fuerte” para la época, el antisemitismo, aunque curiosamente se comenta que esa fue una temática que gozó de cierta popularidad en Hollywood durante esos años (recordemos, por ejemplo, el film de Edward Dmytryk para la RKO, Crossfire, que me apresuro a decir que me parece superior al de Kazan, sino en el apartado técnico, sí en su interés).
El film adapta la novela de Laura Z. Hobson del mismo título, inicialmente serializada en la revista Cosmopolitan, que se convertió en best seller. Para el guion se eligió a Moss Hart, prestigioso auto teatral, para el que Kazan tiene estas palabras: “era un hombre muy agradable, muy cortés, encantador y amable”, lo cual en esa revisión de su carrera que supone la entrevista con Ciment vienen a querer decir demasiado blando, demasiado pulido. Apuntilla el director: “Gentleman’s Agreement hace pensar en una ilustración para la Cosmopolitan Magazine. A todo el mundo se le embellecía. Era una sucesión de clichés”. Kazan confiesa que hubiera preferido a Lillian Hellman: “pensaba que en particular ella lo habría ello más mordaz, más doloroso, un poco más feo y más duro de lo que hizo Moss Hart”.
De la misma manera que critiqué el olvido del productor y del director de fotografía que mostraba Kazan en sus recuerdos sobre Boomerang!, en este caso coincido en su autocrítica. A mi modo de ver la película adolece de dos defectos: uno es ese señalado por Kazan, de que nuevamente, como en el caso de A Tree Grows in Brooklyn, todo es demasiado pulido, sin aristas, al desarrollar el problema del antisemitismo entre las capas altas de la sociedad, que hace que lo doloroso del tema quede un tanto amortiguado entre martini y martini, entre fiestas y cenas en lujosos restaurantes. El otro punto débil es que el guion resulta extremadamente teatral y escolarmente didáctico. Casi no hay secuencia en que no se nos suelte un discurso de un tipo u otro. Todos los personajes tienen su momento, de forma tan reiterativa que parece que uno tenga que ir tomando nota de lo que se dice para después pasar el examen sobre antisemitismo. Aunque la película fluye bien, la presencia constante del mensaje y el tono moralizante y aleccionador acaba resultando de lo más cargante, provocando que, al menos para mí, el film haya envejecido mal. Visto hoy, me parece un film hasta cierto punto interesante por motivos sociológicos, como foto (con mucho “Photoshop”, eso sí) del sentimiento antisemita en la sociedad norteamericana de postguerra, pero poco más. Sorprende el éxito del film en su día, con esos Oscars a mejor película y director, cuando, como dice Kazan, la dirección es un tanto de manual y la película, si no fuera por el enunciado argumental, creo que dormiría plácidamente entre montones de otros films producidos en esas fechas.
Lo cual reduce en buena medida el interés de la película, a día de hoy, al campo de las interpretaciones. Hay algunos detalles visuales que muestran que Kazan tenía mucho más oficio que en sus films anteriores. Si acaso algunos planos rodados en exteriores en Nueva York (aunque también se recurre en algún momento a las transparencias para planos supuestamente rodados en la calle) y esa insistencia en rodar en leve contrapicado, lo que provoca que veamos a menudo los techos de las habitaciones, con lo que se incrementa la sensación de opresión y desamparo que va experimentando Philip Green (Gregory Peck) a medida que avanza su investigación para el suplemento de la revista Smith’s Weekly.
El tema es tan conocido que no me alargaré a describirlo: un escritor de la costa Oeste, Philip Green, es contratado por una revista neoyorquina para escribir un suplemento sobre el antisemitismo (a lo largo del film se cita a diversos antisemitas de la época, entre los cuales: Thomas G. Bilbo, que ni era de Bilbao ni un personaje de Tolkien, sino senador y miembro del KKK; y Gerald L. K. Smith, pastor protestante, fundador del partido de extrema derecha, racista y antisemita, American First Party… desgraciadamente, esto del “american first” suena actual, demasiado actual ). Como en el caso de Kazan y la película, también Green se implica en el proyecto por encargo, de boca del director de la publicación, John Minify (Albert Dekker), no es iniciativa suya el tema, del que en el fondo no sabe gran cosa. A Nueva York, Green, viudo desde hace años, se desplaza con su hijo (un muy correcto Dean Stockwell) y su madre (magnífica Anne Revere). Pronto entrará en contacto con Kathy (Dorothy McGuire), la sobrina pija de Minify, que le anima a implicarse en la redacción del artículo, del que ella misma ha sido en cierto modo inspiradora. Como es natural, “surge el amor” y Phil y Kathy inician uno de los noviazgos más sosos y faltos de pasión vistos en la historia del cine, a lo cual no ayuda la interpretación de Peck ni la de McGuire (ya me perdonaréis, sé que la McGuire tienen muchos fans en este foro, pero si en A Tree Grows in Brooklyn me parecía inadecuada, aquí me parece “demasiado adecuada” … y no sé lo que es peor, aunque quizá en su caso más que en la actriz haya que focalizar la crítica en el personaje).
No parece que Kazan quedara demasiado satisfecho de sus actores principales, si juzgamos por las opiniones que da a Ciment: “en cuanto a Peck, no había nunca la menor sorpresa en su interpretación, no aportaba nada, solo aquello que se le pedía. Peck era lo que Zanuck y Hart querían: un cero con buena facha”; “y el personaje de Dorothy McGuire ¡no tiene salvación!”.
La tensión del film se limita a su argumento: como en el fondo Green no tiene ni repajolera idea de lo que es el antisemitismo decide (¡eureka!) hacerse pasar por judío durante un tiempo, como brillante escritor de investigación que es (por ejemplo, para escribir sobre las minas se hizo minero… y no es una canción de Antonio Molina). Pero, claro, a pesar de no tener que bregar con rudos parafascistas o descender a los barrios más pobres donde se agrupa parte de la comunidad judía (no todos son productores de cine, escritores o científicos), sino que todos sus movimientos se reducen a la elegante, rica y sofisticada comunidad WASP de la zona, Green se dará cuenta que su intento implica muchos más inconvenientes de los esperados, y en particular en su relación con Kathy, con la que, a lo tonto a lo tonto, y nunca mejor dicho, está a punto de casarse. Para el inventario ahí están también los insultos que recibe su hijo, metido en el mismo juego, irresponsablemente, por decisión de su padre; la desagradable experiencia en carne propia en el hotel, y los consejos de su amigo Dave, que aparece como caído del cielo, a modo de Pepito Grillo, con la ventaja que le da ser él mismo judío (un John Garfield correcto, pero que ha de lidiar con un personaje con poca substancia, embutido en su uniforme de militar, al que se le reserva “su momento” en el incidente en un bar con un borracho que lo insulta), todo lo cual le hará darse cuenta de que está exigiendo unos sacrificios excesivos a su entorno inmediato.
Así pues, cuando a pesar de todo acabe su esforzado artículo, que, como no podía ser de otra manera, es un gran éxito desde el mismo momento en que se publican las galeradas, y después del enésimo discurso de un personaje, en este caso de Dave, Green llamará a la puerta de Kathy, de la que se ha separado de forma amarga, para así brindarnos un happy end, más forzado aún que el de A Tree Grows in Brooklyn o Boomerang!, aunque no tanto como el de The Sea of Grass. Habrá que ir pensando que esto de los finales forzados caracteriza los films, como mínimo de la primera época, de Kazan.
En el haber de la película hay que nombrar el amplio reparto de actores en papeles secundarios, como la citada Anne Revere o Albert Dekker, además de Sam Joffe, en el divertido papel de un científico judío de aspecto einsteiniano, Lieberman, que, como es natural, también suelta su discurso, aunque en este caso me parece quizá el más acertado de todos: viene a decir que esto de ser judío le trae al pairo, que se declararía no judío… si no fuera porque hay antisemitas.
También destaca la secretaria de Green, Elaine (June Havoc), judía que muestra en un determinado momento cierto prejuicio que el resabido de Green no duda en considerar antisemita, y, por supuesto, la dejaba para el final, el personaje de la directora de modas de la revista, Anne, una espléndida Celeste Holm, quizá el único personaje de carne y hueso que veo en el film, una bocanada de aire fresco que airea una película tremendamente acartonada (algo así como pasaba con la tia Sussy, Joan Blondell, en A Tree Grows in Brooklyn), y que tiene su momento de gloria cuando, en el discurso que le corresponde (porque a todos les toca al menos uno), pone a parir a la estirada de Kathy (). En su caso, Oscar merecido.
A ver qué nos deparará Pinky la semana que viene. Es uno de los films de Kazan que no he visto nunca, y lo cierto es que, viendo el argumento, me temo lo peor.![]()




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). En su caso, Oscar merecido. 
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