Bueno, continuando en lo escatológico, ahí va la mía:
Fui al oftalmólogo para adaptarme lentes de contacto. Él entraba y salía continuamente de la sala de consulta, probándome lentes, poniéndome gotas, mirándome por aparatejos raros... Y entre ida y venida, la verdad es que se pasaba sus buenos ratos (tal vez tendría dos visitas simultáneas, que se yo). Yo llevaba ya un buen rato con un mal cuerpo intestinal considerable... con algo importante que tenía que salir... con ganas de tirarme un buen pedo, vaya. La cuestión es que, en una de las salidas del oftalmólogo, pienso "ahora es el momento": me inclino levemente hacia un costado, y dejo salir, como frenando con el motor en un descenso prolongado, lenta pero inexorablemente, de manera silenciosa pero contundente, la causa de mi desasosiego.

Confirmado: todo gas, nada de líquido. Prueba superada.
Pero, oh horror: esta vez el doctor vuelve, no al cabo de unos minutos, no. Vuelve ipso facto, se sienta frente a mi, y me hace apoyar la barbilla en el aparatejo de marras para verme el ojo de cerca. Y yo pienso "
no, nooooo, que no haga olor...". Pero irremediablemente fue si, SIIIII: ese fue el pedo más maloliente que jamás haya expulsado en mi vida (y se de lo que estoy hablando, ojo), tanto, que hasta a mi me disgustó. Pude sentir como iban subiendo los gases, que casi parecían, no solo llenar de vaho el visor, sinó dañar de manera irremediable su compleja tecnología. Lo peor es que tenía al oftalmólogo a un palmo de mi cara, y pude apreciar con detalle su reacción (ya que ni siquiera podía cerrar los ojos). Lo que más me sorprendió fue su profesionalidad: ni un atisbo de desagrado en su cara. No frunció el ceño. Ni siquiera arqueó una ceja. Con toda naturalidad continuó con la visita. Suerte que no dijo "venga, veamos como tienes el otro ojo", porque exploto allí mismo.
Esa. Esa fue la situación más embarazosa de mi vida. Bueno, no, ahora que lo recuerdo, esa fue la segunda.