A partir de aquí, entren libremente y por su propia voluntad.
Por supuesto que discrepo de la mayoría de las opiniones aquí vertidas.
El Drácula de Tod Browning, que tanto se critica por antiguo, por teatral, por acartonado (¡ay, si Diodati anduviera todavía por aquí*, que tirón de orejas le iba a pegar a alguno..!)... es, a día de hoy, una de mis versiones favoritas.
Lo mismo puedo decir de
su semi-remake por John Badham y de la tan criticada
banda sonora de Philip Glass,
que para mí tiene la entidad suficiente como para considerarla una obra derivada independiente de la película (es la historia de una sed secreta y de un ansia oculta que ni en quinientos años se han podido saciar). Precisamente los defectos que tanto le critican algunos (desgraciadamente, vivimos en los tiempos en que vivimos y lo que se lleva es el ruido y la furia) son para mí virtudes: su sencillez, su contención, su elegancia, su aire de clasicismo, y sobre todo, su capacidad de sugerencia, que hacen de ella una película con mucha más fuerza que si mostrara abiertamente muchas cosas. Es como esas antiguas barajas de Tarot, aparentemente toscas e imperfectas, pero que excitan más la imaginación que si estuvieran muy bien hechas. Cierto es que es una película con un acabado algo sumario y que hay momentos en que parece que a la historia le faltan trozos, pero puede deberse a que se adaptó
la obra de teatro y no el libro, a que tanto Universal como Browning parecieron ir perdiendo el interés por la misma conforme iba avanzando el proyecto y a que en el guión había cosas que no se filmaron y otras que sí se filmaron, pero directamente se cortaron de la película. Si la comparas
con la versión hispana (drama sombrío, siniestro y subyugante, superior en muchos sentidos, pero inferior en tantos otros -francamente, a Carlos Villarías le queda fatal el frac y parece un camarero-), se entiende mucho mejor todo esto. También es bueno recordar que Lugosi es el Drácula más icónico de la historia del cine, y el que, de algún modo los ha influenciado a todos: a unos, porque querían imitar lo más posible su interpretación de Drácula; otros, por que se han apartado deliberadamente de ella. ¿Que las secuelas fueron las que fueron (lo admito: no hace mucho pude ver La zíngara y los monstruos, que era de las pocas que me quedaban por ver, y se me hizo más cuesta arriba que ascender a los mismísimos Cárpatos empujando una carreta llena de ataúdes

)? Bueno, es que por aquel entonces casi ninguno de los implicados en las películas originales estaba ya por la Universal, y a ésta, ya lo único que le interesaba era estirar el chicle. Que por ciento, es lo que siguen haciendo a día de hoy la mayoría de los estudios...
Mi problema con el Drácula de la Hammer es el mismo que tengo con su [Monstruo de] Frankenstein: que no hay casi personaje. En las sucesivas entregas, que se fueron volviendo cada vez más reiterativas y formularias (llegando un momento en que sólo consistían en ir mostrando paulatinamente cada vez más hemoglobina humana y más epidermis femenina), nada hicieron por arreglar esto. Con razón Christopher Lee (que era un actor mucho más versátil e interesante de lo que sugieren las películas que le hicieron famoso; el visonado del documental
Vida y Muertes de Christopher Lee es casi obligatorio) acabó hasta el gorro del buen conde.
Puedo decir algo muy parecido del
Fronkonstín de Karloff. Para mí, simplemente,
ése no es
El Monstruo (así, con mayúsculas) (no me gusta lo de la Criatura, me parece muy cursi). Es... otro personaje distinto. Puede ser porque, al igual que pasó con el Drácula de Browning, la película no se basó en la obra original, sino en una obra de teatro derivada, que simplificaba y cambiaba muchas cosas. Puede ser porque simplemente sea yo uno de esos extraños seres que se leyó los libros antes de ver las películas, y mi idea que lo que tiene que ser el personaje está muy condicionada. Sé qué estoy siendo injusta, porque podría decir de este
Fronky lo mismo que del Drácula de Lugosi, pero para mí no es el que tiene que ser por las razones que he dicho. Todavía no ha aparecido el bueno. El que más se le aproxima es uno que curiosamente,
no era él como tal, aunque, como el Monstruo de la Shelley, buscaba respuestas que no hallaba, reconocía que había hecho cosas malas y se arrepentía de ellas, pero no las podía evitar (incluyendo la ambigüedad moral y las terribles angustias existenciales de la historia original, y más allá del mensaje más evidente de todos, de que los avances científicos y tecnológicos si no van acompañados de progresos sociales y compromisos éticos no sólo son peligrosos, sino que causan sufrimiento):
Este otro tampoco era exactamente el mismo personaje, pero también tenía muchas cosas en común:
Creo que la mayoría de la veces que se ha intentado adaptar una historia del terror clásico al cine, sobre todo, en tiempos recientes y pretendiendo una mayor fidelidad al original literario, se ha fracasado miserablemente. Todos se empeñan en tratar estas historias como si fueran óperas. Ni Drácula, ni Frankenstein ni Edgar Allan Poe son óperas. Es música de cámara. El que sea inteligente entenderá la comparación (
Debussy la entendió y cuando le puso música a La caída de la casa Usher lo hizo en solo dos escenas, con cuatro personajes, sin coros y una orquesta relativamente pequeña). Cuando se han hecho adaptaciones de estas obras clásicas del terror gótico, por lo general, las mejores han sido las más minimalistas y sobrias, especialmente las que tiraban de blanco y negro, estéticas experimentales y actores relativamente jóvenes o desconocidos:
Drácula, Frankenstein, las Narraciones Extraordinarias, Carmilla, El Fantasma de la Ópera y alguna que otra más son historias que se suelen adscribir al Romanticismo, y concretamente, a una de sus variantes, la novela gótica, aunque la mayoría de ellas (como Drácula y El Fantasma de la Ópera) sean en realidad epígonos tardíos, y otras, como Frankenstein, tengan una relación más bien tangencial con el género (Frankenstein podría ser una historia de terror materialista, porque lo que cuenta se consideraría, o al menos así era en aquella época, posible, pero se la suele adscribir a la novela gótica por la gran cantidad de elementos de este tipo de historias que presenta -escenas nocturnas, tempestades, ruinas, paisajes desolados y salvajes, muertes misteriosas y a menudo violentas y personajes carismáticos e idealistas que ponen los sentimientos por encima de todo-, aunque también es muchas cosas más: una de las primeras novelas de ciencia-ficción, una novela epistolar, e incluso, un
Bildungsroman; por cosas así es por lo que suelo decir que en realidad, tal cual es, me parece inadaptable).
Se suele decir que Drácula y Frankenstein, dos de los principales monstruos del terror clásico y que suelen aparecer o ser mencionados juntos, nacieron al mismo tiempo. Es un tanto inexacto. Yo creo que la verdadera razón de que estas dos historias suelan aparecer juntas es porque, en el fondo, son dos historias que tratan de lo mismo y que tratan de una pulsión muy universal y muy irresistible. El ansia. El ansia por conocer, por dominar, el ansia de poder, de ser aceptado, de ser amado, de poder saciar una sed que ya dura quinientos años. Unas ansias que sin embargo, son secretas, porque sólo las conocen quienes las sufren. Y que no hay manera de hacer sentir a los demás (no en vano, una de las películas de vampiros más curiosas e interesantes se llama precisamente así,
El ansia). Una poquita de esa ansia se adivina en la película que del Toro ha dedicado a este personaje, si bien el modo en que la refleja o la excusa que se toma para mostrarla, sea un tanto discutible.
Me dirán algunos: "pero esto son historias románticas, el Romanticismo trata de emociones desbocadas, de grandes pasiones, bla, bla, bla, rollo-rollo".
El Romanticismo (suponiendo que sepan lo que realmente significa el término (ya saben, ese movimiento artístico y literario que surgió en Europa central a finales del siglo XVIII y que se extendió a otros países y hasta casi mediados del XIX, como reacción tanto al racionalismo de la Ilustración como al materialismo de la Revolución Industrial), y no esa derivación comercial del Corte Inglés y todas esas películas horribles tipo Pretty Woman), se expresaba de muchas maneras, y esas mismas pasiones a veces se expresaban de maneras más intensas en tanto se las hacía discurrir por cauces más estrechos. Cuando algunos oyen Romanticismo, ven y oyen esto:
Yo, en cambio, veo y oigo esto:
Vamos, que Frankenstein no es Historia de dos ciudades, Las Narraciones Extraordinarias no son Episodios Nacionales y Drácula no es Guerra y Paz. Sólo considero que hay cierto Fantasma que, por sus propios antecedentes, sí se presta mejor a un tratamiento más barroquizante, o por así decirlo, operístico.
Poco sentido tiene, sin embargo, hablar de Romanticismo ante un producto como el que nos ocupa, en el que se sospecha que Del Toro ha querido hacer una especie de cuento de hadas gótico, pero en el que el resultado, por estética y tono, parece estar más cerca de películas como
Yo Frankenstein o
Van Helsing que de
Panna a Netvor.
"Una lúgubre noche de noviembre vi por fin coronados mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, reuní a mi alrededor los instrumentos capaces de infundir la chispa vital al ser que yacía inerte ante mí; era ya la una de la madrugada, la lluvia golpeaba triste los cristales; la vela casi se había consumido, cuando al parpadeo de la llama medio extinguida, vi abrirse los ojos amarillentos y apagados de la criatura; respiró con dificultad y un movimiento convulso agitó sus miembros..."
Todo el mundo
conoce Frankenstein... pero realmente poca gente sabe realmente de qué va la historia o se ha leído el libro. Esperaba con expectación esta nueva versión, pero mi entusiasmo, como el del propio Doctor Frankenstein, por una variedad de razones, se ha ido enfriando progresivamente... Frankenstein es una de mis historias favoritas, pero también es una con la que he visto cometer las mayores tropelías al adaptarla (se han hecho, probablemente, más películas malas de Frankenstein que películas malas de otro tipo). Drácula también es de mis historias preferidas, pero, no sé, tengo la impresión de que en general no se han cometido con él tantos desafueros. Se han hecho también películas malas de Drácula para aburrir, pero en general no son tan terribles como las de Frankenstein. De hecho, de casi todas ellas hay algo que se puede rescatar (o al menos, son entretenidas), cosa que no sucede con las del
Remiendos. Puede ser porque Drácula, en el fondo, no deja de ser la típica, pero eterna historia de lucha del bien contra el mal que se puede reinterpretar de muchas maneras y contar desde muchos puntos de vista, mientras que Frankenstein es una tragedia horrible y desoladora donde no hay buenos ni malos claros, y donde todos, en algún momento de la historia, son héroes, villanos, víctimas o verdugos. O puede ser porque en general simplemente ha tenido más suerte. Quizá por eso, porque el material de partida es el que es, y abordarlo de forma más potable para la mayoría de la gente es complicado, cuando se ponen a adaptar al
Pakito al personal se le va la pinza cosa mala. En serio. Hay versiones a las que, además del ayudante contrahecho de rigor (que en el libro no se mencionaba ni de pasada), ya casi sólo les falta una marquesa adúltera y un mayordomo intrigante (la de
la Hammer, sin ir más lejos: cambiemos marquesa adúltera por un barón al que le gusta tirarse a las chicas del servicio y al mayordomo, por una sirvienta despechada con ganas de tirar de la manta). Me resulta curioso que esta historia, que probablemente surgió como una manera que tuvo la misma Shelley de lidiar con sus fantasmas personales (perdió a su madre a poco de nacer ella misma, y perdió a una hija a poco de nacer) se haya contado tan pocas veces desde una perspectiva feminista, o si se prefiere, femenina. Con todo, se han hecho cosas interesantes, aunque ninguna ha logrado captar la totalidad de implicaciones de la historia y sus personajes. Colin Clive, como Doctor Frankenstein, en el díptico de Whale, era víctima tanto de sus propias contradicciones y demonios personales como del poder que había logrado desentrañar. Peter Cushing, en las de la Hammer, una suerte de mezcla del Marqués de Sade y el Capitán Ahab. Alguien sin límites de ningún tipo, pero condenado a perseguir algo que siempre se le escapa en el último momento. Peor suerte ha corrido el Chispas. Es cierto de Karloff lograba captar su soledad y su desarraigo, pero su fragilidad y su inocencia trágica aunque dolorosamente consciente sólo estaban en parte en la relativamente desconocida interpretación de Luke Goss.
No termino de conectar con Guillermo del Toro. No sé, creo que en general, atina más cuando opta por un tono más bronco y unas historias más realistas, o si se prefiere, materialistas (véase
El espinazo del diablo). Otras veces le da por ponerse sublime y hacer lo que podrían ser" oscuros cuentos de hadas para adultos nostálgicos de la adolescencia, con sus amores imposibles y sus descabelladas fantasías", que diría Fisher. Y en estos casos no suele atinar con el tono, ni con hacer unos personajes coherentes y que atraigan al espectador (en su descargo diré que hacer una película de este estilo y atinar con el tono es muy difícil y es todavía más complicado mantenerlo). Y aquí le ha dado por ponerse sublime (otra cosa muy distinta es que lo haya logrado).
La de la Chacha y el Merluzo era otra película
que retomaba otro monstruo clásico, por así decirlo, con la que me había hecho muchas ilusiones y que al final no me gustó nada de nada (el supuesto romanticismo gótico no se lo vi por ningún lado, la historia era más plana que un folio y los personajes, de puro unidimensionales y antipáticos, me acabaron cayendo mal prácticamente todos). Era, precisamente, sólo eso, forma. Sin alma. Tengo la impresión de que a del Toro últimamente le preocupa mucho más sacar decorados chulos y colores bonitos (cosa que es más mérito de su diseñador de producción y de su director de fotografía que de él) que contar una historia interesante con personajes bien trabados que hagan implicarse al espectador. Le ha pasado un poco lo mismo que a Tim Burton (con la diferencia de que él no es, ni ha sido nunca, el de Burbank, que por cierto,
ya hizo su propia versión del Franken, y mejor). Lo que finalmente he visto de este Frankenstein ha ido confirmando mis sospechas: el laboratorio parece sacado de la demo de un videojuego de 1998 (por más que digan, en los titulares, "canto de amor a lo artesanal en esta época de CGI" y demás tontunas), Óscar Isaac, más que a Victor Frankenstein, parece estar interpretando a Escamillo en una representación decimonónica de Carmen (y de forma más bien desganada) y el Monstruo parece un refrito de monstruos varios (de el Per Oscarsson al de De Niro pasando por de Luke Goss, y por aquél de
Yaratilan, ese Frankenstein turco que curiosamente también era de Netflix). Están diciendo también mucho que si
monstri guaperas, que si patatín y que si patatán. Jacobo no es el primero de este estilo (aunque quizá sí el más conspicuo): se me ocurren al menos tres o cuatro ejemplos previos (de Peter Hindwood a Aaron Eckhard, pasando por Vicent Pérez, Luke Goss y Michael Sarrazin). Supongo que es un poco el signo de los tiempos, no sé si detrás habría algún tipo de instrucción o decisión ejecutiva en plan "el monstruo no puede ser feo porque un monstruo feo nos bajaría las audiencias". La moda de poner monstruos guapos (o no muy feos) es relativamente reciente, de unos cuarenta años atrás (el libro es bastante ambiguo cuando te lo describe). Tradicionalmente, en las películas, al Monstruo se le venía representando de manera cada vez bestial y deshumanizada, probablemente para dificultar que el espectador empatice con él y se sienta incómodo por apoyar al
malo. Conviene recordar, de todas formas, que
Frankie no es Erik (a tenor de algunas cosas, he visto una cierta crepusculización del personaje que no me ha hecho gracia). Curiosamente, veo muy poco Bernie Wrighston (tanto en el diseño del Monstruo como en el laboratorio y la estética en general). Y los decorados, vestuario y piezas de atrezzo, que a buen seguro habrán costado una millonada, lucen baratos y artificiales, como recién sacados de un bazar oriental (yo creo que esto tiene más que ver con el modo en que hoy en día se fotografía y se ruedan las películas que con una supuesta penuria de la producción, porque me pasa con otras películas recientes que nada tienen que ver con esta: hay un exceso de retoque digital y sobreproducción en todo).
Me da la impresión de que no se ha leído la novela, o si se la ha leído, no la ha entendido. No ha entendido la dimensión trágica de unos personajes inevitablemente entrelazados, siendo uno como el reverso tenebroso del otro, a lo
William Wilson (algo a lo que muy poquitas versiones han sacado partido, de hecho, sólo me vienen a la cabeza
ésta y
ésta otra), el trasfondo metafísico y existencialista de la historia, de unos seres perdidos que en su dimensión más sublime, son Hamlet, son Segismundo. Que se ha limitado a hacer una especie de lujoso pastiche audiovisual al estilo del Drácula de Coppola (deslumbrante para unos, aturdidor para otros), una suerte de
gymkhana caleidoscópica sobre el
legendarium del personaje y contar una historia de dos niños buenos (uno con superpoderes) que se vuelven malos porque papá los trató mal. Nada que no se vea en un telefilme de sobremesa de Antena 3. Una sucesión de escenas o de cuadritos sobre una serie de tópicos y lugares comunes que todo el mundo asocia con el personaje, algunas cosas sacadas de la novela y otras de cosecha propia (que ahora hay que poner un barco encallado en el hielo, pues se pone; que ahora hay que tirar de imaginería religiosa, pues se tira de ella -aquí encima es tan evidente que causa rubor-; que ahora hay que sacar al Monstruo encadenado, pues se le saca encadenado). La ambigüedad moral y la inquietud metafísica del relato original quedarán para otra ocasión. A Del Toro lo que le gustan son los monstruos (siempre que sean buenos, porque los de la vida real dan bastante más miedo), como le pasaba a la niña de
aquella historieta, y se encarga siempre de hacernóslo saber.
Distingo claramente cuatro partes en este Frankenstein, y la mayoría de ellas, muy distintas en tono y en lo que nos cuentan. Un prólogo que entronca con el epílogo, y que es lo que menos me ha gustado, un primer acto que parece una película de científicos locos del montón, lleno de tonterías, tópicos, chatarrería, estética de videojuego y jerga pseudocientífica); un segundo acto más agreste y en cierto modo contemplativo, que me ha gustado más, pero que claramente va de más a menos (el final, honestamente, parece escrito por una fan quinceañera de Crepúsculo de hace veinte años), y un epílogo que roza lo sonrojante. Lo mejor de la primera parte, curiosamente, es donde la película se separa más de la novela y meten personajes y subtramas que no aparecían: un tío de Elizabeth que se ha hecho rico por medios poco honestos, del que suponemos que tiene una trastienda muy chunga, referencias a guerras (la novela se escribe recién acabada las guerras napoleónicas y con media Europa arrasada, algo que curiosamente no se ha reflejado en ninguna otra adaptación que yo conozca y que en estos tiempos de tanto pequeño gran hombre empeñado en jugar a los soldaditos resulta cuanto menos inquietante). Por demás, es una especie de Doctor Pretorius, pero en guisa de socio capitalista, lo que, en los tiempos que corren, vuelve a resultar de nuevo perturbador, viendo como estamos a tanto ricachón usando de mala manera sus riquezas para procurarse más poder. También el personaje de Elizabeth tiene una pizquita más de desarrollo del que suele tener en la mayoría de las películas (y desde luego, en el libro). Pero muy poco. Mia Goth está ahí para llevar vestidos bonitos, lucir sexy (incluso cuando no debería) y soltar un par de frases que quieren dar a entender que es un ser incomprendido, inadaptado y profundo. Por demás, el personaje, y la subtrama que le sigue, tienen el mismo problema que tenía gran parte de La forma del agua (hale, se miran dos minutos a los ojos y ya enamorados para toda la eternidad). Por cierto que en la novela original no había casi mujeres (y éstas en roles muy convencionales), y especialmente, no había madres (¿reflejo de la vida de la propia Mary? ¿Plasmación inconsciente de la vieja fantasía machista de una sociedad sin mujeres, donde éstas ya no hacen falta ni para tener hijos..?). Incluso en una película como la denostada
La prometida, esta relación está mejor llevada. Subyace aquí una cierta idea de que las mujeres son "intercambiables" que no me ha gustado...
En el segundo acto, de estética más cruda y naturalista, un poco más a tono con lo que nos cuentan, lo mejor son las partes más Mary Shelley de todas (que tampoco son muchas y además saben a poco); la granja, el anciano ciego, y el breve encuentro del Monstruo con su creador (por demás, muy forzado el modo en que da con él). Aquí se abandona esa estética videojueguil y ese tono de popurrí de películas del género (más notoriamente la Hammer), para abrazar una paleta de colores más neutra y apagada y unas composiciones que en ocasiones recuerdan a pinturas de Caspar David Friedrich (al igual que ocurre con algunos momentos del prólogo y el epílogo). Por demás, esta manera de contar la historia, desde distintos puntos de vista (un poco lo mismo que pasa en el libro), me parece una muy buena idea. Éso sí, nada de personajes clásicos, ni Félix, ni Henry Clerval ni Justine. Y aquí acaban los aciertos.
El epílogo roza lo bochornoso.
Frankenstein, como dije, es una tragedia. Los peores monstruos son los que están en nosotros mismos. Puede haber un atisbo de esperanza, pero como dijo Kafka, no para nosotros mismos. En la novela Victor Frankenstein muere sin arrepentirse de sus malas acciones (que son unas cuantas), sin perdonar a su obra e instando al capitán Walton (que también es una suerte de contrafigura de él mismo, como también lo es Henry Clerval, y como también lo es el propio Monstruo) a terminar lo que él no pudo acabar. Su Monstruo, que también ha hecho unas cuantas cosas malas (al contrario del Monstruo que nos muestran aquí), en cambio, sí se arrepiente, pero acaba la historia sin lograr una redención que parece imposible. Hay una mezcla de tragedia clásica y Antiguo Testamento que no aparece aquí, dotando al final de una suerte de contenido mesiánico que choca con todo lo demás y que entra en contradicción con el espíritu mismo de la historia. Por demás ¿qué va a perdonarle? ¿El mero hecho de existir..? Tiene poco sentido. La grandeza del personaje, lo que lo hace trágico, no es el perdón, sino el arrepentimiento. El que, a pesar de todo lo que ha tenido que sufrir, de todo el mal que le han hecho -y que ha hecho-, sigue habiendo un atisbo de bondad en él. Pero, como tan acertada y poéticamente expresó Roy Batty, se perderá como una lágrima en la lluvia. Es una culpa y un sufrimiento que tendrá que llevar solo, como solo llevó Victor Frankenstein los suyos.
Poco más puedo decir. El conjunto parece una mezcla de capítulo de La Promesa, película de superhéroes de la Marvel y episodio de los Looney Tunes. Esas escenas de acción tan tontas y exageradas y ese CGI tan ratonero, especialmente el de los animales, no ayuda nada (de verdad, ese aire tan
cartoon me sacaba todo el rato de la historia). Oscar Isaac, aparte de demasiado mayor y demasiado latino compone un personaje francamente plúmbeo y antipático (Victor Frankenstein, que en el libro no era barón, no era ciertamente un personaje agradable, pero tenía carisma y entusiasmo). Y aunque probablemente no sea casual el hecho de que comparte un accidente con el ya mencionado Capitán Ahab, dudo que la mayor parte de la gente pille la referencia, por demás, muy traída por los pelos. Como viene siendo costumbre desde el Frankenstein de Kenneth Branagh, y dado que estamos en época de frecuentar gimnasios, tiene que salir en una escena de semipelota picada o similar puesta de manera bastante gratuita.
A Jacob Elordi, como suele hacerse desde hace unos años, le darán un Óscar por ponerse feo, tirarse al suelo, moverse como si tuviera noventa años, bramar histéricamente y hablar como si le estuviera dando un aire. Con todo, no es lo peor de la función (a la hora de versionar Frankenstein, donde más suelen cagarla es en el Monstruo): se nota que se ha entregado al personaje, se agradece el intento de hacer algo un poco más parecido a lo que te describen en la novela y me parece interesante que cambie de aspecto según va avanzando la película. Ocasionalmente recita a Percy Shelley y reparte unas hostias como panes, pero no es esa figura entrañable y sublime, trágica y cruel que la Shelley describe con tanta pasión. Más que otra cosa, parece una mezcla de dibujo animado y antihéroe de película de la Marvel. Y no es eso (el personaje ya de por sí es extremo, y si encima le pones a hacer cosas exageradas, lo conviertes en un fantoche grotesco, lo que por desgracia, es lo que suele pasar). En sus intentos por convertir a quien era una encarnación de Lucifer en una suerte de mezcla entre Jesucristo y Lobezno Inmortal (y al hacerlo, y quitarle la culpa, desposeerle de dos de las cualidades que en el libro lo hacían más interesante, la ambigüedad moral y la rebeldía), del Toro sólo ha tenido éxito en convertirlo en un remedo pretencioso de Kenny McCormick (sí, aquel personaje de South Park). La historia de Prometeo se ha tornado en un émulo mal asimilado de la de Edipo. Si alguien ha jugado a ser el Doctor Frankenstein ha sido del Toro. Pero no creo que nadie se haya reído.
Mucho se está hablando también de la música de Desplat. A mí me ha sonado como algo que un compositor de segunda fila del siglo XIX hubiera podido componer en tres tardes.
Resumiendo: este Frankenstein no es de los peores (lo que tampoco significa que sea realmente una buena película)... pero tampoco es de los mejores, y desde luego, no es la adaptación definitiva que dicen algunos... Si eres fan de los videojuegos y películas de superhéroes, probablemente te lo pases bien. Pero, si por el contrario, eres, como yo, un seguidor purista de la literatura gótica, vas a torcer el gesto en bastantes momentos. Poco terror: los monstruos clásicos, ciertamente, ya no asustan en estos tiempos, aunque conservan cierto valor decorativo y simbólico como sustitutos, según decía David J. Skal, de la religión. Una suerte de religión pagana y popular, moderna, que en cualquier caso, parece ya también bastante desprovista de contenido y poética. Tampoco parece ofrecer respuestas a los horrores de nuestro tiempo. El exceso de avances científicos y tecnológicos (hola, inteligencia artificial, hola, turbocapitalismo, hola, pérdida de derechos y libertades), si no van acompañados de avances sociales y de consciencia ética. Que es la moraleja más evidente de la historia de la Shelley, pero ni mucho menos es la única. Algo, pero no mucho, de poesía. Encima es larga como un día sin pan y se hace más cuesta arriba que subir al propio Mont Blanc empujando un coche fúnebre (a pesar de eso, hay cosas que resultan atropelladas; da la impresión de que hubo bastante que se quedó por la sala de montaje; ignoro si habrá versión extendida, pero aún así no creo que mejore el conjunto).
(Edito: por lo visto sí la hay. Entre otras cosas parece que se cortó
una subtrama de casi una hora de duración en la que se explicaba que Víctor Frankenstein era en última instancia responsable de la muerte de su padre.
)
Para que no parezca que le tengo ojeriza al Tapatío, diré que no tengo interés en ver la nueva que están haciendo con
Batman Bale como Paquito Costuras, ni el Drácula ese de Willy Wonka que va a estrenar Luc Besson (esa pinta de popurrí Hacendado duele tanto más viniendo del director de
El Quinto Elemento).
Por cierto que esta del Monstruño no ha terminado de llegar a los cines (o a Netflix, que también sobre ésto se podría hablar) y ya amaga
el tito Guille con meterle la zarpa a cierto Fantasma. Quieras que no, esta me interesa un poquito más. Primero, porque es una historia que se ha adaptado menos. Segundo, porque hace más de veinte años desde
la última película, y fue tirando a flojilla. Tercero, porque, por lo que he dicho, parece que el estilo de película que nos quiere vender se acomoda un poco mejor a la historia. Pero si la va a contar como ha contado otras historias románticas, o que podrían serlo, a lo mejor prefiero que lo deje quieto.
No he visto Juego de Tronos (éso que me ahorro), pero el Tito Guille seguramente es consciente de que en su última película ha tenido a alguien
con experiencia en esas lides y con trasfondos familiares chungos. Probablemente, no fue el mejor Fantasma de la historia ni el más fiel al libro, pero sí uno de los más románticos (lucía realmente soberbio con el frac y la máscara) y con más tramoya (si no recuerdo mal, también estuvo en
otra del Remiendos donde precisamente hacía también de abu del niño feo y
en una de Drácula, esta sí, fastuosamente mala pero desopilantemente divertida -lo que decía antes, vaya-). Ni es tampoco la primera vez que tiene a otro monstruo en
una de sus películas.
Éste otro tampoco era quizá de los más memorables, pero sí era de los más respetuosos con la historia y más cuidadosamente hechos.
Me quedaré con las ganas de ver
Frankenstein en Hortaleza, aquel guión no producido de nuestro José María Forqué, basado en una obra de Sastre.
¿Por qué suelto toda esta parrafada? Porque he visto cosas que vosotros no creeríais.
Este cuento se acabó. Hale, ahora apagad el móvil un rato, e imitad a cierto monstruo abriendo un libro. Yo me voy
a oír música.
*Va por aquellos tiempos y todos los que formaron parte de ellos.